lunes, 4 de septiembre de 2017

No pasa, vuela.

El tiempo vuela. Nos pasa el verano sin darnos cuenta. Bueno, sí que nos damos cuenta. Empezamos en abril o en mayo, escapándonos unas horitas y dándonos un primer chapuzón, cuando la playa es un solar abierto, cubierto de arena y algas y que limita al sur con un profundo e infinito turquesa. En esos primeros días una manzana y un libro en la mochila y media mañana al sol resultan tonificantes y energéticos antes de afrontar las últimas jornadas del curso escolar. Vuelve uno a casa con la pila al cien por cien de carga.

Acabado ese curso empiezan los días de recreo sin reloj. Y llegan los primeros veraneantes y los primeros calores que se soportan con serena tolerancia. Los días son largos y las horas de la tarde se estiran hasta que más allá de las nueve de la noche empieza a querer caer el sol sobre lejanas colinas del horizonte dejando en la superficie del mar millones de destellos que ya no llegan a deslumbrar.


Pasan las semanas, no nos damos cuenta y ya es sábado...y un nuevo lunes y así....hasta el siguiente fin de semana....y nos alcanza agosto con temperaturas para las que ya no tenemos ni el brío ni el nivel de tolerancia de los primeros días y nos agobia el sofocante bochorno que ni un baño impetuoso de llegar, saltar del coche en marcha y echarse al mar es capaz de aliviar y no hay bar y no podemos tomarnos ni una caña que no traigamos de casa, ni tampoco un helado, ni una botella de agua.

Sigue el desfile de amistades entrañables y familiares que van y vienen, sucediéndose, por fortuna para nosotros, en el uso de nuestro tiempo de ocio, que llenan con su compañía y sus largas tardes de tertulia en la orilla, con los pies clavados en el insinuante vaivén de las olas y dejan momentos para el recuerdo; qué gran tarde la del gintonic compartido sobre la tabla de padelsurf, Toni -el del chiste de los testigos de Jehová-, David, Rosa, Paloma y yo....

Llega septiembre con sus lánguidos atardeceres, con su luz mágica que invita a la fotografía de cada minuto, con los últimos chapoteos antes del inicio del nuevo curso.



Y llega la pereza, la mandra catalana de posturas encontradas, de pulsos indebidos, de manotazos a la buena convivencia que garantizan, desgraciadamente, tiempos de gran tensión. Con lo que tiene ya de sufrimiento ese cuerpo enfermo.

Vuelvo a decirlo: me duele tanto Cataluña....


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...