lunes, 18 de septiembre de 2017

Otoño

A lo propio del calendario se ha añadido lo climatológico y está entrando el otoño con fuerza y, sobre todo,  con mucha agua. Lo cual viene a ratificar, en parte, el criterio del buen mallorquín: bañador, toalla de playa, chancletas y protección solar; bajo llave, hasta el verano que viene. Mas allá del treinta y uno de agosto no hay que nadar.

Yo, que en ese sentido, soy de muy difícil consolación y de irreductible ofuscación, no solo no lo guardo en ningún armario, sino que siempre llevo un juego de playa en el coche, por si acaso, para todo el año y mantengo la esperanza de nuevos chapuzones en apacibles turquesas el próximo fin de semana. No existe mejor terapia contra la melancolía de los primeros días de otoño que un libro frente a la orilla con un botellín de cerveza y una buena compañía.

Lo que sí marca la agenda es la exigencia escolar, que en breve comenzará a hurtar cada día más horas a  nuestro reloj y el cambio de horario, que resulta concluyente y definitivo.

Por contra, y por aquello de obtener, incluso de lo malo, un efecto positivo, tiempo de volver a la gastronomía más desafiante, de elaboración más compleja. Así, en breve, volveremos a los fogones y al guiso prolongado; horas de vapores y aromas intensos en la cocina, de tabla de corte fino, de cucharón y fuego lento. Tengo ya ganas de salsas bien trabadas donde mojar un buen pan; de una tabla de quesos con una copa de vino tinto a temperatura ambiente, de una bandeja de embutido que no sude por el calor y la humedad del entorno...

Llega un otoño lleno de buenas expectativas, de recobrada conciliación familiar; de volver a compartir mesa y mantel y un menú único para todos y de plática y sobremesa, extender las manos y juntar las miguitas de pan irreflexivamente, mirando a los ojos al resto de comensales; marcando lento el ritmo con los pies bajo la mesa, mientras suena una pieza de Miles Davis y el aroma del café se extiende apacible y sensual por el comedor...¿y un gin tonic? Por qué no.



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