lunes, 5 de junio de 2017

¡Y un huevo!

Los taxistas están en pie de guerra. Además de saberlo por la prensa, he recibido testimonio vivo de uno de ellos recientemente. Era un tipo de Fuenlabrada, según me dijo. Curtido en billares de extrarradio y en locales de media luz de neón y máquinas tragaperras resabiadas hasta que la vida le brindó la oportunidad de legitimar el uso y disfrute de su tiempo libre y le sujetó a un volante con licencia para conducir y para poder llevar pasajeros de un lugar a otro. Me imagino, por su forma de hablar, la escuela a la que no fue. He de reconocer que conmigo el trato fue correctísimo. No pasaba de los cuarenta y  su aspecto era limpio y aseado. Cheli, un rato. Era el personaje de una canción de Sabina, fijo.

- ¡A mí que no me toquen el pan de mis hijos!- me decía mirándome a través del espejo retrovisor de su cab y alzando amenazante su dedo índice.

Con estos ánimos ya se puede cualquiera imaginar el pre-ambiente de conflicto que se respiraba unos días antes de que al perejil de todas las salsas le sacudieran un tratamiento directo, por elevación y posterior caída, de champú al huevo, para tratar de dar lustre a su coleta. No lo celebro porque no me gustan esas acciones directas que, sin embargo, tanto le gustan a él y al resto de compañeros de esa nueva política populista que hace trizas el esfuerzo de muchos ciudadanos, mayores que él y que, como ya dije en anteriores veces, hicieron mucho más que ellos por nuestra democracia y por el respeto de las libertades, al asumir y prometer el firme compromiso de cumplimiento y respeto de nuestra Constitución.

Recientemente he leído un espeluznante y emotivo artículo de uno de los veteranos militares que sufrieron purga por su activa colaboración en la fundación y pertenencia a una asociación de militares que precedió en el tiempo a la promulgación de la Constitución de 1978. No quiero entrar en valoración alguna, primero porque me está vetado y en segundo lugar porque no creo que importe a nadie mi opinión -no soy quién- y así lo asumo. Pero sí que me hizo reflexionar por su honestidad y compromiso. Muy lejos de dejarse llevar por el odio, narraba que su padre, también militar en tiempos de la Guerra Civil, fue encarcelado en Madrid "por ser católico y militar y por no querer renegar de sus convicciones" y acabó siendo fusilado en Paracuellos. Unas horas antes hizo llegar a su esposa la lista de "los culpables de su tragedia". Ella la quemó para que sus hijos fueran capaces de vivir sin rencor; "Mi madre y sus cinco hijos (yo era un bebé) salimos esa noche huyendo alertados por el médico: había oído que iban a quemar nuestra casa con nosotros dentro."  Pasados los años, habiendo sido -insisto- fundador y militante de aquella asociación, desde la clandestinidad, dirigió una carta a Santiago Carrillo "cuando el Alcázar más le vapuleaba con lo de Paracuellos; le expresé mi decidida intención de perdonarnos unos a otros las acciones cometidas".

Muestra ahora su pesar y su desazón por la reapertura de viejas heridas (indica el nombre del responsable, pero yo lo omito deliberadamente, por los motivos ya expuestos)  porque "...la izquierda ha utilizado la memoria histórica de forma revanchista para encarnecer al enemigo político, sin querer reconocer que en aquella tragedia ambos bandos se mancharon de sangre las manos y el alma".

¿Lecciones de concordia a estas alturas a quienes dieron por cerradas las heridas de guerra, tras la Constitución de 1978?

....y un huevo!


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