lunes, 26 de junio de 2017

Un lazo rosa por ti

Estábamos como cada domingo en la cocina, la pieza de la casa que en cualquier época del año se convierte en punto de encuentro habitual. Según se va llegando, un tirón a la puerta de la nevera y sale un botellín. Al mediodía, al tiempo que se fríen las croquetas o se cuece la pasta de los niños, que van y vienen, los mayores echamos unas cervezas alrededor de un timbal de papas fritas o de aceitunas o de lo que sea que haya ese día...


Firme, seria, muy entera, lo disparas como si nos estuvieras contando el menú del día anterior: "tengo un bultito....y es malo. Mañana me tengo que hacer unas pruebas para comprobar el grado de extensión..."


Yo estaba sentado frente a ti, que permanecías de pie, con un puñado de patatas fritas en la mano y una que se me quedó a medio camino, entre aquel puñado y mi boca, mientras me colapsaba escuchándote, como lo hicimos el resto de los allí presentes. Me sentí muy pequeño a tu lado, insignificante, dudando entre acabar el gesto y comerme aquella miserable patata frita o salir corriendo hasta la piscina y tirarme para, paradójicamente, desahogarme sin que se me notase, bajo el agua, o lanzarme a tus brazos y apretarte contra mí y besar tu entereza y valentía. No supe muy bien qué hacer y comencé una tonta e inútil perorata sobre el dictamen de esa enfermedad, que si un tren en marcha dentro de un túnel, que si una ventana abierta mucho o poco, que si una mota de hollín que cae sobre un pasajero aleatoriamente y que si te toca a ti y no a otro pasajero, que si tal....

No me considero ni apto ni cualificado ni legitimado para hablar mucho o nada de esta enfermedad. Sí creo que la proximidad del caso, familiar o amigo, nos hace más sensibles ante su presencia y lo vemos mucho más terrible y cruel que cuando hablamos de un tercero. Y al final, a pesar de nuestros mejores deseos, nuestro ánimo, apoyo y consideración el/la que lo pasa, lo hace en soledad, a título individual: él/ella frente a su diagnóstico.

Llega el lunes y los resultados son, parecen ser,  los mejores que puedan darse y aunque el tratamiento será duro y pesado lo contemplarás y lo contemplaremos nosotros de otra manera, con más optimismo, sí, pero estarás solita frente a tu diagnóstico, abrasada por medicinas y no sé muy bien cuantas perrerías, poniéndole buena cara a la vida que parecía querer poner trabas caprichosamente, como una maldita mota de hollín, ¿por que a mí?

Contigo estaremos ahí. De entrada, como cada domingo, en torno al timbal de papas fritas en la cocina de la abuela,  con los botellines, esperando que la recuperación vaya por el buen camino, que los niños sigan corriendo, jugando al escondite y bañándose en la piscina; tirándose una y otra vez, hasta que amoratados y ateridos por su sensación de frío, a última hora de la tarde volvamos cada mochuelo a nuestro olivo y contando días para que acabe el tratamiento. Estaremos ahí -no tengas dudas- cuando nos digas si podemos tal o podemos cual.

Eres  valiente y  fuerte en idéntica proporción a tu  generosidad y de eso te gastas un largo rato. Siempre lo fuiste. Recuerdo tu primera tarde en la Cabaneta, hace ya unos cuantos años.  Llegaste a media tarde de un domingo con  unas chocolatinas o unas galletas para todos. Todavía no había nietas y solíamos jugar unas partidas del continental (ferrocarril). Y a partir de ahí, siempre una buena palabra, siempre un detalle, un aroma, una sonrisa limpia.

Ese valor mostrado en el momento de comunicarnos ..."tengo, bueno, tenemos, -mirando a tu marido con un punto de complicidad que es otro rasgo de generosidad- una mala noticia, bueno..." 

Me inquieta llegar al momento de volver a mirarte a los ojos y no transmitir un temor que tú no tienes -eres valiente ya te digo- y que yo no tengo derecho a mostrar. 




lunes, 19 de junio de 2017

Hay semanas....

Hay semanas, incluso días, que tienen suficiente fibra como para escribir una larga serie de relatos. Desde la meritoria victoria del Madrid en la Champions, desde esa maldita noche (maldita por lo que pasó unos minutos después) hasta la tarde del pasado 11 de junio, se han producido tantos acontecimientos dignos de reflexión que mi mente primero y mis dedos después, se han enredado en cientos de ideas y miles de palabras.

Aquella noche de la duodécima champions del madrí (felicidades y enhorabuena -nuevamente- a mis amigos íntimos -solo a estos y cada cual sabe que me refiero a  ellos-) una formidable velada de chuletaco y guitarra en casa de mis amigos Iñaki y Lourdes y excelentes compañías me mantuvo suficientemente entretenido como para no resignarme a remover mi inquina angustiosamente en el salón de mi casa viendo como los ramos, ronaldos y marcelos brincaban de alegría. Pasada  la media noche recibí un wpp de un eternamente atento a la noticia, Rafa O. "Tres atentados en Londres". Me pilló en el momento justo de la despedida y del tránsito de la terraza jardín de césped mágico a la acera y asfalto de vuelta a casa.

Días de espera  y de tensión para una familia y después para todo un país, bueno, para una inmensa mayoría que sentimos orgullo y dolor a partes iguales. A pesar de que una desgracia así debería conmocionar a todos, parece que sigue habiendo gente sin honra ni honor: chusma que escupe desde un tren en marcha y a la que le trae sin cuidado dónde impactan sus babas putrefactas. 

Los españoles nos sentimos honrados con un nuevo tamborilero del Bruch, un nuevo héroe, el chaval del monopatín, al que nadie debería negarle su gesto valiente, enfatizado y dignificado, desgraciadamente, por su propia muerte. Un nuevo atentado salvaje,  vil y cobarde. A grandes dosis de irracional violencia como viene siendo habitual. 

Al cabo de una semana, aunque en esta ocasión en terreno lúdico y deportivo, volvemos a emocionarnos por la imagen fusionada de lágrimas y bandera al ritmo del himno nacional: Nadal ha vuelto. Yo lo dije -ahí esta el blog- cuando las lesiones y su desánimo amenazaban con difuminar su inmensa gesta a la que nos tenía acostumbrados. Seguimos siendo un país empeñado en devorar y hacer trizas a nuestro macho alfa cuando ya no es capaz de salvar nuestras propias frustraciones. Así nos va, supongo.

Y a los pocos días se apaga la vida de la pequeña Mar, víctima del infortunio de un acccidente absurdo que nos tuvo en vilo a muchos padres del colegio durante unas cuantas horas. Aquella maldita mañana de chándal y carrera de orientación... Un ramo de flores adherido con cinta americana al tronco de una jacaranda que ya revienta en violeta. En su alcorque alguien ha depositado unas rosas rojas. Descansa en paz, pequeña.

 

lunes, 12 de junio de 2017

Aquella vieja Banca



El álbum familiar del Popular debe contener algunas imágenes en blanco y negro impregnadas de la historia de la vieja banca, de su día a día, de cualquiera de sus antiguas sucursales. Nada que ver con la realidad actual,  alejada ya de grandes vestíbulos de techos altos, gruesas columnas, butacones de terciopelo y el permanente soniquete de aquellas otras viejas olivettis repicando como si fuera el hilo musical.


Los mostradores, entonces,  eran altos, de mármol y coronados por robustas vitrinas de maderas nobles, donde no faltaba un bolígrafo con forma de plumilla y sujeto, con una cadena de bolitas, a una peana fija. Al otro lado de la ventanilla, la figura del cajero y tras él, unos mesas atiborradas de montañas de papeles, archivadores, talonarios viejos, ceniceros (se fumaba), mesitas auxiliares y los carritos involca de ruedas pequeñas que soportaban el peso de las máquinas de escribir. Tiempos de papel carbón pelikan y corrector korex;  copias, muchas copias, sextuplicado ejemplar.


(Fotografia publicada recientemente en El Mundo)


Una mañana, la primera vez que recuerdo haber entrado en un banco, acompañé a mi padre a una antigua sucursal de la Vía Layetana de Barcelona. Antes de entrar, jugando con mi ingenuidad, me aseguró que iba a convertir un pedacito de papel en muchos billetes verdes, pero previamente tenía que hablar con un señor que había tras un cristal. Incrédulo pude comprobar la familiaridad con la que mi padre saludaba a los bancarios que allí trabajaban y que le saludaban muy sonrientes y afectuosos. Mi padre -Don Luis- se acercó a la ventanilla, fue atendido por el cajero y, efectivamente, al girarse hacia mí, me mostró un montón de billetes verdes de mil pesetas y me guiñó un ojo. Cuánto dinero, papá!!!

Sorprendido por la eficacia de la gestión, yo, que me había sentado en uno de los butacones de skay verde (o rojo, o granate, de tanto no me acuerdo) recogí todos los impresos que previamente había rellenado con importes de muchas cifras, cogí la mano de mi padre y dejamos juntos la sucursal. Él, con su dinero y yo, con mis impresos para sellar debidamente en cuanto regresáramos a su despacho de la misma Via Layetana. Con el tiempo, visitas como aquella fueron haciéndose frecuentes. Aprendí el truco y llegué a saber que el papelito que se transformaba en billetes se llamaba talón bancario y que incluso, en ocasiones, obtenía un reintegro con un talón de ventanilla y finalmente, que allí no había milagro. El importe de aquellas operaciones salía de una cuenta bancaria en la que él tenía ingresado su dinero.

No recuerdo en qué momento empezo a diluirse aquel modelo de banco. Sí que me fascinó, por tratarse del momento histórico en que se produjo, el plano de intrigas de los siete grandes Bancos/Banqueros de la Transición, recogidos en una serie de libros que devoré a instancias de mi padre. Especialmente, uno de ellos, que narraba la vida y muerte de uno de aquellos banqueros de talla XL: Pedro Toledo.

En la actualidad no pisamos con frecuencia una entidad bancaria. Yo tengo la mía, por supuesto y en caso de necesidad sé muy bien que mi amiga Ana A. me tratará con su habitual simpatía y, como mi padre, saldré muy satisfecho con uno montón de euros que no me alcanzarán más alla de esa tarde o dos días, a lo sumo. Pero esto no es culpa de Ana A. ni del banco, ni de lo poco que me piden mis hijas para sus gastos y compromisos. Es, simplemente, que la vida ha cambiado mucho y se ha puesto muy cara.

Pero bueno, intrigas, aventuras, órdagos y venganzas aparte, ni con todos mis euros habría podido comprar el Popular.


lunes, 5 de junio de 2017

¡Y un huevo!

Los taxistas están en pie de guerra. Además de saberlo por la prensa, he recibido testimonio vivo de uno de ellos recientemente. Era un tipo de Fuenlabrada, según me dijo. Curtido en billares de extrarradio y en locales de media luz de neón y máquinas tragaperras resabiadas hasta que la vida le brindó la oportunidad de legitimar el uso y disfrute de su tiempo libre y le sujetó a un volante con licencia para conducir y para poder llevar pasajeros de un lugar a otro. Me imagino, por su forma de hablar, la escuela a la que no fue. He de reconocer que conmigo el trato fue correctísimo. No pasaba de los cuarenta y  su aspecto era limpio y aseado. Cheli, un rato. Era el personaje de una canción de Sabina, fijo.

- ¡A mí que no me toquen el pan de mis hijos!- me decía mirándome a través del espejo retrovisor de su cab y alzando amenazante su dedo índice.

Con estos ánimos ya se puede cualquiera imaginar el pre-ambiente de conflicto que se respiraba unos días antes de que al perejil de todas las salsas le sacudieran un tratamiento directo, por elevación y posterior caída, de champú al huevo, para tratar de dar lustre a su coleta. No lo celebro porque no me gustan esas acciones directas que, sin embargo, tanto le gustan a él y al resto de compañeros de esa nueva política populista que hace trizas el esfuerzo de muchos ciudadanos, mayores que él y que, como ya dije en anteriores veces, hicieron mucho más que ellos por nuestra democracia y por el respeto de las libertades, al asumir y prometer el firme compromiso de cumplimiento y respeto de nuestra Constitución.

Recientemente he leído un espeluznante y emotivo artículo de uno de los veteranos militares que sufrieron purga por su activa colaboración en la fundación y pertenencia a una asociación de militares que precedió en el tiempo a la promulgación de la Constitución de 1978. No quiero entrar en valoración alguna, primero porque me está vetado y en segundo lugar porque no creo que importe a nadie mi opinión -no soy quién- y así lo asumo. Pero sí que me hizo reflexionar por su honestidad y compromiso. Muy lejos de dejarse llevar por el odio, narraba que su padre, también militar en tiempos de la Guerra Civil, fue encarcelado en Madrid "por ser católico y militar y por no querer renegar de sus convicciones" y acabó siendo fusilado en Paracuellos. Unas horas antes hizo llegar a su esposa la lista de "los culpables de su tragedia". Ella la quemó para que sus hijos fueran capaces de vivir sin rencor; "Mi madre y sus cinco hijos (yo era un bebé) salimos esa noche huyendo alertados por el médico: había oído que iban a quemar nuestra casa con nosotros dentro."  Pasados los años, habiendo sido -insisto- fundador y militante de aquella asociación, desde la clandestinidad, dirigió una carta a Santiago Carrillo "cuando el Alcázar más le vapuleaba con lo de Paracuellos; le expresé mi decidida intención de perdonarnos unos a otros las acciones cometidas".

Muestra ahora su pesar y su desazón por la reapertura de viejas heridas (indica el nombre del responsable, pero yo lo omito deliberadamente, por los motivos ya expuestos)  porque "...la izquierda ha utilizado la memoria histórica de forma revanchista para encarnecer al enemigo político, sin querer reconocer que en aquella tragedia ambos bandos se mancharon de sangre las manos y el alma".

¿Lecciones de concordia a estas alturas a quienes dieron por cerradas las heridas de guerra, tras la Constitución de 1978?

....y un huevo!


Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...