Después de una semana de esquí, imagino (propondría) un buen proyecto de ocio para la eternidad: un continuo, suave y placentero descenso desde Cap de Baqueira a cualquiera de las cotas más bajas de la estación, acompañado por mi familia y amigos, y al final de cada jornada una buena pizza, unas cervezas y un plasmón 3D que retransmitiera jugadones de Messi marcando, marcando y marcando goles y más goles.....
La realidad no es exactamente así, pero por momentos llega a parecerse bastante. Veamos.
Partimos en barco al mediodía de un viernes y el sábado a primera hora, - bueno, es un eufemismo, porque a esa primera hora me hubiera gustado estar ya esquiando- ya estamos con los esquíes puestos y calándonos las gafas. Y así cinco días, como cinco soles. Mientras el resto de mortales se dirigen al cole o a sus puestos de trabajo -lo que proporciona mayor satisfacción- se le pone a uno aspecto de bon vivant y empieza a deslizarse por el níveo elemento, sol radiante y nieve -un tanto dura-, ahora a la izquierda y ahora a la derecha.....bris, bras.....
La vida son etapas. En una de las ascensiones en el telesilla, me sumerjo en inusual conversación con mi hija pequeña. Es una semana de absoluta convivencia en ámbito familiar y hay momentos para conversar, más de lo humano que de lo divino. En los escasos minutos que se invierten en llegar desde los 1.800 metros a los 2.500 de altitud hay tiempo suficiente para hablar de muchas cosas.
Para llegar el momento de poder disfrutar de la nieve y de toda la estación todos juntos ha sido necesario haber pasado momentos de gran fatiga, nervios y situaciones críticas, no crean. Tratar de embutir a una niña de tres años toda la ropa interior de esquí, encima de un pañal, un mono térmico y guantes, las botas y el casco sin que proteste y sobrevivir al intento es ya todo un triunfo. Cuando esté lista, intentar llegar a tiempo a su clase o de la guardería es un nuevo reto. A medio camino, llevando todo el resto del equipo a cuestas, que no tenga que hacer pipí o cacá, que no le duela la barriguita y que no se entretenga haciendo bolas de nieve; es que no llegas! Todo eso multiplicado por dos. Lo más probable es que jamás lleguen a tiempo, que pierdan su clase y que haya que ir preguntando a todo los tipos con mono de profesor de escuela de esquí que se crucen en tu camino sin obtener respuesta satisfactoria. Luego ya, si eso, tratar de sacarle partido a la jornada; una vez recuperado el aliento. Eso, si por el camino no se ha extraviado ninguna prenda, ningún palo, ningunas gafas recién compradas....
Pasa esa etapa y con menos trapo pero con igual tensión, hay que seguir proyectando el viaje de manera que, al menos, nos queden tres horitas cada día para poder esquiar libremente, sin ataduras ni paradas innecesarias.
Finalmente -tercera etapa-, por fin, podemos disfrutar todos juntos de la nieve. Esto sí que mola. No hay prisa. Puede tolerarse la lentitud del tráfico retenido desde la primera rotonda de Viella con la certeza de que, con el equipo esperando en el guardaesquí y con los bocadillos en la mochila, queda todo un día por delante. Sigue apretándonos el gusanillo del estómago cuando, ya en el primer telesilla de la mañana, contactamos visualmente con los primeros esquiadores.
El resto es coser y cantar. Me temo que quedan unos pocos años de esta modalidad. Llegará el día en que las niñas no lo serán tanto y decidan que, para este viaje, ya no hacen falta lo padres porque ya saben hacerlo solas muy bien y se lo pasarán mejor con sus respectivas pandillas. Van por el camino adecuado y eso ya lo he visto en otras familias.
Olvidaremos que un día se quedó el meñique de la mano izquierda fuera del hueco correspondiente de su guante, que la bota del pie derecho, insospechadamente, fue a parar al izquierdo; que no llegamos a tiempo de la clase del último día, que sudábamos a pesar de estar a varios grados bajo cero, que el último bocadito del desayuno no acababa de acomodarse en el estómago....
Ahora toca disfrutar y todos juntos, todo el día, con toda la nieve....es un buen plan.
Llegamos al final del viaje y Messi siguen marcando goles.
Para llegar el momento de poder disfrutar de la nieve y de toda la estación todos juntos ha sido necesario haber pasado momentos de gran fatiga, nervios y situaciones críticas, no crean. Tratar de embutir a una niña de tres años toda la ropa interior de esquí, encima de un pañal, un mono térmico y guantes, las botas y el casco sin que proteste y sobrevivir al intento es ya todo un triunfo. Cuando esté lista, intentar llegar a tiempo a su clase o de la guardería es un nuevo reto. A medio camino, llevando todo el resto del equipo a cuestas, que no tenga que hacer pipí o cacá, que no le duela la barriguita y que no se entretenga haciendo bolas de nieve; es que no llegas! Todo eso multiplicado por dos. Lo más probable es que jamás lleguen a tiempo, que pierdan su clase y que haya que ir preguntando a todo los tipos con mono de profesor de escuela de esquí que se crucen en tu camino sin obtener respuesta satisfactoria. Luego ya, si eso, tratar de sacarle partido a la jornada; una vez recuperado el aliento. Eso, si por el camino no se ha extraviado ninguna prenda, ningún palo, ningunas gafas recién compradas....
Pasa esa etapa y con menos trapo pero con igual tensión, hay que seguir proyectando el viaje de manera que, al menos, nos queden tres horitas cada día para poder esquiar libremente, sin ataduras ni paradas innecesarias.
Finalmente -tercera etapa-, por fin, podemos disfrutar todos juntos de la nieve. Esto sí que mola. No hay prisa. Puede tolerarse la lentitud del tráfico retenido desde la primera rotonda de Viella con la certeza de que, con el equipo esperando en el guardaesquí y con los bocadillos en la mochila, queda todo un día por delante. Sigue apretándonos el gusanillo del estómago cuando, ya en el primer telesilla de la mañana, contactamos visualmente con los primeros esquiadores.
El resto es coser y cantar. Me temo que quedan unos pocos años de esta modalidad. Llegará el día en que las niñas no lo serán tanto y decidan que, para este viaje, ya no hacen falta lo padres porque ya saben hacerlo solas muy bien y se lo pasarán mejor con sus respectivas pandillas. Van por el camino adecuado y eso ya lo he visto en otras familias.
Olvidaremos que un día se quedó el meñique de la mano izquierda fuera del hueco correspondiente de su guante, que la bota del pie derecho, insospechadamente, fue a parar al izquierdo; que no llegamos a tiempo de la clase del último día, que sudábamos a pesar de estar a varios grados bajo cero, que el último bocadito del desayuno no acababa de acomodarse en el estómago....
Ahora toca disfrutar y todos juntos, todo el día, con toda la nieve....es un buen plan.
Llegamos al final del viaje y Messi siguen marcando goles.
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