lunes, 13 de marzo de 2017

En el último minuto

Confieso mi escepticismo de esa noche. Era consustancial a mi condición culé, pese a la exitosa trayectoria reciente del club. Si, ya sé, me dirán que hace un tiempo y habida cuenta de los derroteros adoptados por el Barça, por buena parte de su afición -no toda-, por su directiva y también por parte de su masa social, respecto del proclamado y cacareado proceso independentista, abjuré de mi perfil más radical, si alguna vez lo atesoré. Que el éxito deportivo no sirva jamás para enfatizar otro tipo de adhesiones y convicciones. Que lo que pasa en un rectángulo de juego delimitado por líneas de cal no se lleve ni a la calle, ni a un Parlamento, ni muchísimo menos a sede judicial. Algunos eligieron esa fórmula de reivindicación y muchos, cual borregos adormilados sobre pastos de estulticia, parecen seguir su ruta. No es mi caso, confieso, por razón y por propia convicción.

Dicho esto he de reconocer que no logro abstraerme ni una pizca de mi devoción (meramente futbolística) por sus colores, por algunos de sus jugadores y por el indudable mérito de sus éxitos deportivos de las dos últimas décadas. Y no tiene sentido hacerlo, visto lo ocurrido el pasado 8 de marzo.

Me senté, sin tensión, frente al plasmón con la idea de presenciar un partido de fútbol del que estaba convencido, eso sí, de un resultado favorable. En pocos minutos advertí que tal vez no sería tan improbable la remontada y tenía el convencimiento de que si se llegara al descanso con dos goles a cero, cabría un razonable optimismo. Y así fue aunque posteriormente nos pusieramos a temblar y a sufrir cuando llegó el tercero. Entre bomberos  no nos íbamos a pisar la manguera y no recibí ni un solo wpp de ningún amigo culé. En todo caso, sí me entraron muchos de ellos,  demoledores, sarcásticos y funestos mensajes de tipos de acreditada solvencia para ser incluidos en una sección de la caverna mediática que reside en la agenda de contactos de mi teléfono. Chistes y chanzas que se multiplicaron a partir del gol de Cavani. Emoticonos groseros y memes burlonas.  Desahuciado y abandonado por toda esperanza dejé el móvil sobre el sofá, silenciado, y adopté una postura más adecuada a  un mayor grado de desafectación. Estiré mis largas piernas hasta el centro del salón y reposé mi cabeza en el punto más bajo del almohadón del respaldo. Así mantuve mis mínimas constantes vitales hasta el gol de falta de Neymar. Hasta ese momento deduje que el  Barça no había acertado con la gestión del tiempo del partido, el timing. En cuanto marcó el tercero quiso enseguida ir a por el cuarto y todavía  quedaba media hora. Era el momento de tomarse un respiro, asegurar su mejor táctica, la que ha hecho brillar a su estilo de juego, manejar el balón y retrasar un poco la presión del centro del campo y dejar que, en su miedo y arrebato, el PSG estirase sus líneas con la intención de culminar, en jugada aislada, su poco arriesgada estrategia. Con el excelente gol de lanzamiento de una falta por parte de  Neymar y por la reacción de los jugadores y pese a que faltaban seis o siete minutos, más el descuento, llegó el momento de volver a creer, de hacer renacer el espíritu de la remontada, sin necesidad de evocar fantasmas de eterno descanso, manoseadas y manipuladas por otras aficiones y que sacan en procesión cuando no existe mejor argumento:  épica o güija. 

Es cierto que dos errores arbitrales de apreciación, que algunas veces te dan pero que otras muchas te quitan, contribuyeron a hacer posible el resultado final. En cualquier caso al PSG no lo mató el error del árbitro. Pudieron marcar Cavani y Di María y erraron, como erró tambien el planteamiento de su técnico. Lo que ya no entiendo es que el cazo, tan blanco y tan digno él, tema tiznarse con el negro de la sartén. Anda ya! Con lo que se ha llevado ese cazo, tan blanco y tan digno él, toda su vida, toda su existencia. ¿Cuántos penaltis se han inventado jugadores del otro club a lo largo de su gloriosa historia? ¿Cuántos pocos dejaron de pitar muchos árbitros? ¿Suena a alguien el nombre de Guruceta? Cuando éramos niños ese apellido se colgaba como epíteto a cualquier mal árbitro cuando no tomaba una correcta decisión y pitaba lo que no era o dejaba de pitar lo que era. Solo falta que a esa protesta masiva de los merengones se sume Maradona y nos venga a hablar de honestidad y futbol. Tendría guasa.

Simplemente era el tiempo de creer en ese equipo, en esos jugadores, tan vivos, tan imperfectos, a veces, que han volteado por completo la historia de este club en estas dos últimas decadas. No es una cuestión de supervivencia, es algo más; es algo tan humano, pero al tiempo tan inusual, como el orgullo. La épica del guerrero, que es, o su vida, la gloria, o la muerte. Una cuestión de honor. Valores estos que cuesta asociar a unos deportistas magníficamente remunerados y que gozan de una saludable y gozosa vida, paradójicamente aupados a ese olimpo por cientos de miles de aficionados, muchos de los cuales acreditan, por sus ingresos, su condición de mileuristas. 

Era el último minuto y ni siquiera los más optimistas esperaban el acertado remate de Sergi Roberto. Todo el campo y cientos de millones de espectadores acudimos al centro del área del PSG a intentar rematar ese balón colgado por Neymar. El PSG, toda su afición y la mayor parte de la afición del Real Madrid y sobre todo, la recalcitrante caverna mediática de los Ronceros, Pedreroles, Alcalás, ManuSancheces, Gutis, etc, a tratar de impedir lo que culminaba una noche mágica. Otra vez será, muchachos.

Enhorabuena a todos.



P.D. No se ha ganado nada. En todo caso, seguimos de pie. Nada ni nadie garantiza que no haya que volver a tirar de orgullo y de épica. Todo se andará. Queda mucho todavía para llegar a Cardiff, si se llega.

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