lunes, 20 de febrero de 2017

El sonido de mi ciudad


Es casi inquietante; los domingos por la mañana, el silencio es tal que casi puede oírse el susurro del movimiento de las sombras. 

Es tal vez un detalle que podría pasar inadvertido -para muchos- pero, cuando domina en el interior de la casa el silencio de la madrugada, al abrir una ventana, puede escucharse un rumor lejano, indefinido, de múltiples tonos. Es la ciudad que comienza a despertarse de su pequeño letargo nocturno. En invierno, especialmente, vivimos de puertas para adentro y salvo los rotores de algún helicóptero en prácticas de vuelo instrumental, el autobús -mi línea 7- o el indiscreto camión de la basura, todos los sonidos son interiores. El crujido del parquet, el crepitar de alguno de los muebles de madera...el murmullo de una reflexión. Es la fortuna de vivir en una zona donde lo más molesto que puede ocurrir es que -ahora ya menos frecuentemente- algún descerebrado circule con una motorrona a escape libre. Ambos,  moto y motero, exentos de la molesta carga de neuronas inteligentes.

Sábado. Me levanto y deslizo  el ventanal. También aquí y ahora bailan los visillos una danza caprichosa. Se ventila la sala durante un buen rato porque la temperatura es muy agradable. Luce un radiante sol y a partir del cumplimiento de un vertiginoso inicio de fin de semana, me aguarda una seductora superficie de tierra batida. Hoy sí, toca tenis. Mi exposición de la teoría de los círculos concéntricos, sobre la propia pista y dibujados los círculos con la misma raqueta, ha convencido a mi amigo/rival de los sábados y yo me alegro por él.

Presto un oido a la radio, No es un día cualquiera, mientras con el otro escucho todos esos sonidos como algo lejano, como el de una lavadora en la coladuría. Sigue la rutina de cada día y el sonido exterior va en aumento.

Crece la actividad del barrio. Más tráfico, más autobuses o tal vez con mayor frecuencia, más voces de niños, más sonidos de muebles, golpes, tacones y el ascensor.

Sirenas de ambulancias, o de bomberos, o de policía, ¿qué sé yo? ¿Por qué tienen tan alto el volumen las sirenas? ¿Es realmente necesario? ¿Hay alguien que se preocupa de esa salvaje contaminación acústica? Me temo que no.

Juego al tenis al mediodía. Una tapia suficientemente alta separa las canchas de la vía pública por donde circulan autobuses, coches y sobre todo, motos....y sirenas, muy frecuentes porque es una calle de acceso rápido a zona hospitalaria. Pues a pesar de esa tapia el sonido es, por momentos,  ensordecedor; justo cuando lanzas la pelotita al aire para efectuar el saque....zas! bola a la red. La madre que lo parió. Te repones de la doble falta y cuando te dispones a sacar nuevamente, el descerabrado de la moto de gran cilindrada apurando el recorrido circular del acelerador hasta darle la vuelta a su propia muñeca. No se reventará los tendones, no. Y si es una motillo, me imagino al pollo casi imberbe descolgado sobre su montura, con desgana, medio desvencijado y apretando, eso sí, acelerador con el tubarrito inclinado hacia arriba y su insufrible explosión de decibelios. 

Proyectan en los alrededores del club una gran zona boscosa urbana. Dará aspecto verde a este barrio casi céntrico de Palma para mejorar su calidad medioambiental.  A ver si alguien se encarga, además, de la contaminación acústica. Me temo que.....

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