Al fin y al cabo cumplir años no es tan terrible. Lo malo, en cualquier caso, es quedar fuera de cuentas. Así y todo sufrimos un poquito cuando, tirando de memoria, recordamos nuestros propios hitos personales y viene alguien insultantemente más joven que nosotros -que no estuvo allí entonces y eso que se perdió- y nos dice que estamos mayores, que chocheamos. Pues sí, pero ¡y lo bien que lo pasábamos!
Somos unos afortunados porque fueron nuestros los felices y productivos ochenta y los disfrutábamos plenamente debido a la ingravidez de nuestras responsabilidades de entonces. Estudiábamos, sí, e incluso algunos ya trabajábamos. Entrábamos y salíamos con muy poquita pasta en los bolsillos, pero como nuestra moneda era la añorada peseta lo pasábamos de miedo sin necesidad de grandes gastos. Nos encaprichábamos como pardales de cada chica de clase o de la de cada madrugada. Intercambiábamos los números de teléfono de casa y nuestras direcciones -postales- y esperábamos una llamada o una carta. La llamada, sin intimidad alguna. Ahí, en medio de la cocina, sin poder despegarnos apenas de la escena familiar de la comida o de la cena de ese momento, intentando lograr algo de privacidad pegando el micrófono a nuestros labios y tratando de apagar con una mano cerrada el resto de sonidos que pudieran colarse. Y la carta, abierta y leída y releída una y otra vez en nuestra habitación. Y si teníamos a mano nuestro radiocassette, le dábamos al play y a escuchar la cinta que nos habíamos grabado con los hits del momento.
Invierno en Palma; las navidades de los ochenta y pico, casi noventas. Primero unas cañas de tarde, en el Bosch. Cenábamos en casa para aprovechar esos días en familia y porque no habíamos desarrollado todavía el paladar gastronómico y después otra vez a la calle. Coche y gasofa no faltaban. Primero a la Calle Industria, al Musgo a pegarle unos primeros tragos a la noche. La chupa de cuero con el cuello de borrego blanco -lo más- hechos unos pinceles, engominados y aromatizados con el fahrenheit de christiandior. Y escuchábamos nuestras canciones. La pandilla de jóvenes exentos de cargas y gravámenes y las chicas jóvenes y guapas de Spantax -las últimas que llegaron-....Luego a Gomila y más tarde al Corb Marí y a Luna....y acabar al alba desayunando ensaimadas recién hechas en un horno muy próximo a la Plaza del Vapor, tras haberte roto unas cuantas veces el corazón y de haber cerrado un local tras otro....
Wake me up, before you go-go....Sentiámos una sana envidia de aquellos iconos del pop, pero salvando mucho las distancias. No pretendíamos parecernos a aquellos tipos de flequillos cardados y pintas de hortera de bolera, pero qué bien se lo montaban, pensábamos y a todos -a mi desde luego- nos atraía muchísimo un viaje en pandilla a la nieve, como el del video, bastante moña, por cierto, del archiconocido y archisonado Last Christmas, hoy en día revisado y reversionado hasta el punto de que mis hijas lo tararean con absoluta familiaridad. Si yo les contara....
Van pasando los años y van quedando en el camino muchos de aquellos personajes. Nos quedan nuestros recuerdos y su música. Afortunadamente pinchas o tecleas un nombre en la tableta, le das al bluetooth y el salón de casa o la cocina, mientras preparo un arroz caldoso de pescado, se envuelve en el excelente sonido de mi memoria con las canciones de Michael Jackson, Queen, Roy Orbison, Prince, David Bowie y ahora George Michael.
Eso. Quedan sus canciones y nuestros recuerdos.
Van pasando los años y van quedando en el camino muchos de aquellos personajes. Nos quedan nuestros recuerdos y su música. Afortunadamente pinchas o tecleas un nombre en la tableta, le das al bluetooth y el salón de casa o la cocina, mientras preparo un arroz caldoso de pescado, se envuelve en el excelente sonido de mi memoria con las canciones de Michael Jackson, Queen, Roy Orbison, Prince, David Bowie y ahora George Michael.
Eso. Quedan sus canciones y nuestros recuerdos.
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