Colegueo sano
Acudo a la primera -a la taula i al llit, al primer crit- a la cita de
Antonio M. Lunes de comida entre amigos, colegas de profesión de distintas
fuerzas, armas y cuerpos, pero con un denominador común: personas de buena
pasta, gente de orden y de hábitos saludables -lo que Magdalena R. entiende por "gente normal"-que en los últimos peldaños de nuestra
carrera profesional (lo mío apunta más bien a rellano final -gracias, Luis L.-) disfrutamos al compartir un sencillo menú diario, más que correcto, y
unas copas de buen vino, imprescindible. Es cuestión de buen gusto.
A estas alturas ya no me satisface tanto ampliar el círculo de amistades como conservar las que la vida me ha proporcionado. Aunque los momentos a compartir se separen excesivamente; en el tiempo, unos y en la distancia, otros. Espero que se me entienda. Y tal vez si se me entiende eso, se comprenderán otras cosas. Ahí lo dejo.
A estas alturas ya no me satisface tanto ampliar el círculo de amistades como conservar las que la vida me ha proporcionado. Aunque los momentos a compartir se separen excesivamente; en el tiempo, unos y en la distancia, otros. Espero que se me entienda. Y tal vez si se me entiende eso, se comprenderán otras cosas. Ahí lo dejo.
Acudimos
sin cónyuges. No es que molesten, no es eso. Es sencillamente que entre ellas apenas se conocen y
si asistieran se darían cuenta de que el cauce de esa relación se desarrolla en
la más absoluta normalidad... de lo masculino. Y con el tiempo, capaces serían de quedar ellas y no nosotros. Y en todo caso es recomendable preservar la vigencia de los círculos concéntricos. Además, puede a uno caérsele una pequeña porción de tarta brownie, por ejemplo, aerotransportada en su cuchara desde el
plato hasta la boca -no fui yo- y dejar el pantalón perdido de chocolate y no pasar
na-da. Solo alguna cómplice sonrisa compasiva. Ninguna mirada conyugal que fulmine ni
reproche. Por cierto, los móviles aparcados, cada cual en su bolsillo, durante toda la comida -solo
aparecen tras los postres para intercambiar el horror de algunos videos de atrocidades
del terrorismo islámico, y por qué negarlo, alguna particularidad, muy
específica, de alguna zona muy concreta de la anatomía femenina (no somos
monjes tibetanos).
Tenis
Las vacaciones de enero me permiten abrir
mi plasmón al Open de Australia. Desde muy tempranito enciendo el palco sobre
la pista de cemento de Melbourne Park y voy y vengo por la casa despertando al resto de
habitantes -bellas durmientes- , y luego, del ordenador a la cocina o a
la sala, echándole un vistazo de vez en cuando y, si tengo ocasión, me siento
plácidamente a observar la destreza de los grandes. Vuelve Federer. Serio en la
pista pero con el mayor talento, quizá, que se ha visto con una raqueta entre
las manos. Ha adelgazado pero está fuerte y conserva la magia de ese revés
cortado y cruzado que va minando la arrogancia y hambre de sus rivales, mucho más jóvenes y con un potente tenis de fondo. Este año lo han disfrazado de vendedor
subsahariano de mercadillo. Resulta extraño en un tipo elegante como él y supongo que las circunstancias económicas han tenido algo que ver con esto,
pero distorsiona un tanto por su dilatada trayectoria y su impecable y habitual
dress code.
Y celebro la presencia de Nadal, con su ceño fruncido -concentración máxima- y esquivando las líneas y sus prolongaciones imaginarias con pequeños saltitos o con pasos mas largos. Ambos maltratan en la pista a sus rivales, de momento en tercero ronda. Federer a Berdyich y Nadal a Bagdhatis (un paquirrín talla XS). Empiezan a sufrir ante Nishikori -insufrible funcionario gris del tenis mundial- y Zverev. Federer y Nadal son dos fenómenos de incierto e imprevisible futuro a estas alturas pero con una trayectoria en la que lo han demostrado todo. Juegan por el placer de jugar y es de agradecer. Suerte a ambos.
La imagen
de tenistas jugando en Australia a pleno sol y con altas temperaturas
contrasta con el frío de nuestro amanecer, a estas horas tan tempranas,
al filo de las ocho de la mañana y con unos pocos grados por encima del
punto de congelación del agua y de la sesera.
Federer en el Open de Australia de 2017 |
Y celebro la presencia de Nadal, con su ceño fruncido -concentración máxima- y esquivando las líneas y sus prolongaciones imaginarias con pequeños saltitos o con pasos mas largos. Ambos maltratan en la pista a sus rivales, de momento en tercero ronda. Federer a Berdyich y Nadal a Bagdhatis (un paquirrín talla XS). Empiezan a sufrir ante Nishikori -insufrible funcionario gris del tenis mundial- y Zverev. Federer y Nadal son dos fenómenos de incierto e imprevisible futuro a estas alturas pero con una trayectoria en la que lo han demostrado todo. Juegan por el placer de jugar y es de agradecer. Suerte a ambos.
Momento militar
Me detengo ante el ordenador para despachar algo de prensa digital. No puedo y no
debo - las condiciones profesionales me lo impiden- hacer mención alguna al
controvertido tema militar del momento. Sí, en todo caso, un gesto: un sonoro aplauso a quien,
oportunamente y en las circunstancias en que se ha producido, ha pedido perdón
con sinceridad y emotividad. Tocaba. El resto, mucho ruido y mucha hipocresía. Especialmente de aquellos a los que toda la vida, la suya y la nuestra, les hemos importado un bledo.
Nieve
Me asomo al balcón. ¿La ilusión me hace exagerar y distorsiona un tanto la realidad? No. Es nieve. Extiendo hacia arriba las palmas de mis manos y compruebo que, pese a que la temperatura es superior a los 6
grados, el viento empuja estos pequeños copos de nieve desde puntos más
elevados y no muy lejanos. Al mediodía se cierra el cielo, baja el termómetro hasta un grado y la nieve comienza a
caer con mayor intensidad. Comemos en casa frente al ventanal que da al parque y una cortina permanente de nieve se desplaza en caída oblicua, borrando el horizonte y dibujando un panorama de alta montaña. Otra vez la ilusión,
tal vez, me hace pensar que ya estoy comiendo en el mirador de Baqueira a 1.800 metros de
altitud. Un espectáculo insólito para estar casi a nivel del mar.
La nieve vuelve a Baleares, a nivel del mar. |
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