Hablo con una de mis hijas en la escasa distancia que separa nuestra casa del colegio en el que estudian. Repasamos su actividad escolar, su orden del día y hablamos de una profesora. Habla bien de ella pero me comenta que a veces tiene conductas un tanto extrañas. Parece que vaya a enfadarse, dando algo más de énfasis a su explicación, casi en tono de regañina y luego se le escapa un corto tararareo de una canción y un leve suspiro. Atribuyen esa dispersión a su mala experiencia con un antiguo alumno.
-¿Su muelle de San Blas?-le pregunto yo.
-Si, debe ser eso - me contesta mi hija, perfectamente conocedora de la referencia musical. Y sonríe.
Es una bonita canción de Maná. No es que me haya puesto moña ni nenaza. Será que me estoy haciendo mayor -otra vez lo reconozco- y que me calan un poco más hondo algunas canciones. Esta concretamente es algo antigua pero el otro día la escuchaba en la radio, mientras esperaba en el coche el final de alguna de las actividades extraescolares y me dio por pensar. Escúchala cuando puedas en un momento de plácida introspección y ya verás....
-¿Su muelle de San Blas?-le pregunto yo.
-Si, debe ser eso - me contesta mi hija, perfectamente conocedora de la referencia musical. Y sonríe.
Es una bonita canción de Maná. No es que me haya puesto moña ni nenaza. Será que me estoy haciendo mayor -otra vez lo reconozco- y que me calan un poco más hondo algunas canciones. Esta concretamente es algo antigua pero el otro día la escuchaba en la radio, mientras esperaba en el coche el final de alguna de las actividades extraescolares y me dio por pensar. Escúchala cuando puedas en un momento de plácida introspección y ya verás....
Quien más, quien menos, alguna vez hemos estado en el muelle de San Blas. Por amor o por cualquier otro sentimiento o frustración. Yo por lo menos habré estado...un par de veces. O tal vez más, sin saberlo. Hay que saber abandonarlo pero no siempre se tiene la firmeza y mente fría como para renunciar definitivamente a algún sueño o proyecto imposible. Especialmente si uno mismo es el sujeto pasivo de esa esperanza y es otro quien ha de llevar el barco, o llegar en él, hasta el propio muelle.
No hablaré de los míos porque este blog no esta concebido como un escaparate de mis autopsicoanálisis. Bastante me desnudo ya algunas veces y debo contenerme. Pero como lo escribo yo, digo lo que pienso e intentaré no faltar a nadie aunque lo que me pide el cuerpo sea otra cosa.
El muelle de San Blas lo habitan cientos, miles, millones de sujetos. Ellos y ellas esperan el barco. Esa metáfora del amor que les hizo esperar con la firme promesa de volver algún día, es solo una de las razones por las cuales esos habitantes del muelle suelen esperar días, meses, años. Se descomponen sus ropajes por el paso del tiempo y por los pequeños mordiscos de los cangrejos.
Cada cual con sus esperanzas, falsas o no, creadas por serias aspiraciones unas o por ilusas ensoñaciones otras, resultantes, en ocasiones, de una lucha sin cuartel frente a un enemigo imaginario que no está en esa batalla, que ignora ser ese rival o por un incontenible deseo de que se produzca lo que de forma natural o legal es y resulta imposible.
Cada loco con su tema, los personajes del muelle de San Blas esperan que llegue ese barco o que en él regrese alguien que tal vez ni existe. Y si existe, no tiene voluntad alguna de regresar.
En la actualidad, especialmente en la española, cada día salen en las portadas de los diarios y de los informativos radiofónicos y televisivos unos cuantos de ellos. Hay alguno que, incapaz de esperar, se lanza a esa mar gris y tempestuosa para hacer más expresiva su patética desesperación. Quien dice lanzarse al mar, ante la absurda creencia de que no existen mayores problemas, también puede referirse a desplazarse hasta Bruselas a dar el coñazo con sus cansinas cantinelas, al tiempo que, desgraciadamente, en un centro sanitario de Blanes una ambulancia no acaba de llegar.