lunes, 30 de enero de 2017

En el muelle de San Blas

Hablo con una de mis hijas en la escasa distancia que separa nuestra casa del colegio en el que estudian. Repasamos su actividad escolar, su orden del día y hablamos de una profesora. Habla bien de ella pero me comenta que a veces tiene conductas un tanto extrañas. Parece que vaya a enfadarse, dando algo más de énfasis a su explicación, casi en tono de regañina y luego se le escapa un corto tararareo de una canción y un leve suspiro. Atribuyen esa dispersión a su mala experiencia con un antiguo alumno. 

-¿Su muelle de San Blas?-le pregunto yo.

-Si, debe ser eso - me contesta mi hija, perfectamente conocedora de la referencia musical. Y sonríe.

Es una bonita canción de Maná. No es que me haya puesto moña ni nenaza. Será que me estoy haciendo mayor -otra vez lo reconozco- y que me calan un poco más hondo algunas canciones. Esta concretamente es algo antigua pero el otro día la escuchaba en la radio, mientras esperaba en el coche el final de alguna de las actividades extraescolares  y me dio por pensar. Escúchala cuando puedas en un momento de plácida introspección y ya verás....

Quien más, quien menos, alguna vez hemos estado en el muelle de San Blas. Por amor o por cualquier otro sentimiento o frustración. Yo por lo menos habré estado...un par de veces. O tal vez más, sin saberlo. Hay que saber abandonarlo pero no siempre se tiene la firmeza y mente fría como para renunciar definitivamente a algún sueño o proyecto imposible. Especialmente si uno mismo es el sujeto pasivo de esa esperanza y es otro quien ha de llevar el barco,  o llegar en él, hasta el propio muelle.

No hablaré de los míos porque este blog no esta concebido como un escaparate de mis autopsicoanálisis. Bastante me desnudo ya algunas veces y debo contenerme. Pero como  lo escribo yo, digo lo que pienso e intentaré no faltar a nadie aunque lo que me pide el cuerpo sea otra cosa.

El muelle de San Blas lo habitan cientos, miles, millones de sujetos. Ellos y ellas esperan el barco. Esa metáfora del amor que les hizo esperar con la firme promesa de volver algún día, es solo una de las razones por las cuales esos habitantes del muelle suelen esperar días, meses, años. Se descomponen sus ropajes por el paso del tiempo y por los pequeños mordiscos de los cangrejos.

Cada cual con sus esperanzas, falsas o no, creadas por serias aspiraciones unas o por ilusas ensoñaciones otras, resultantes, en ocasiones, de una lucha sin cuartel frente a un enemigo imaginario que no está en esa batalla, que ignora ser ese rival o por un incontenible deseo de que se produzca lo que de forma natural o legal es y resulta imposible. 

Cada loco con su tema, los personajes del muelle de San Blas esperan que llegue ese barco o que en él regrese alguien que tal vez ni existe. Y si existe, no tiene voluntad alguna de regresar.

En la actualidad, especialmente en la española, cada día salen en las portadas de los diarios y de los informativos radiofónicos y televisivos unos cuantos de ellos. Hay alguno que, incapaz de esperar, se lanza a esa mar gris y tempestuosa para hacer más expresiva su patética desesperación. Quien dice lanzarse al mar,  ante la absurda creencia de que no existen mayores problemas, también puede referirse a  desplazarse hasta Bruselas a dar el coñazo con sus cansinas cantinelas, al tiempo que, desgraciadamente, en un centro sanitario de Blanes una ambulancia no acaba de llegar.

lunes, 23 de enero de 2017

De todo un poco



Colegueo sano

Acudo a la primera -a la taula i al llit, al primer crit- a la cita de Antonio M. Lunes de comida entre amigos, colegas de profesión de distintas fuerzas, armas y cuerpos, pero con un denominador común: personas de buena pasta, gente de orden y de hábitos saludables -lo que Magdalena R. entiende por "gente normal"-que en los últimos peldaños de nuestra carrera profesional (lo mío apunta más bien a rellano final -gracias, Luis L.-) disfrutamos al compartir un sencillo menú diario, más que correcto, y unas copas de buen vino, imprescindible. Es cuestión de buen gusto. 

A estas alturas ya no me satisface tanto ampliar el círculo de amistades como conservar las que la vida me ha proporcionado. Aunque los momentos a compartir se separen excesivamente; en el tiempo, unos y en la distancia, otros. Espero que se me entienda. Y tal vez si se me entiende eso, se comprenderán otras cosas. Ahí lo dejo. 

Acudimos sin cónyuges. No es que molesten, no es eso. Es sencillamente que entre ellas apenas se conocen y si asistieran se darían cuenta de que el cauce de esa relación se desarrolla en la más absoluta normalidad... de lo masculino. Y con el tiempo, capaces serían de quedar ellas y no nosotros. Y en todo caso es recomendable preservar la vigencia de los círculos concéntricos. Además, puede a uno caérsele una pequeña porción de tarta brownie, por ejemplo,  aerotransportada en su cuchara desde  el plato hasta la boca -no fui yo- y dejar el pantalón perdido de chocolate y no pasar na-da. Solo alguna cómplice sonrisa compasiva. Ninguna mirada conyugal que fulmine ni reproche. Por cierto, los móviles aparcados, cada cual en su bolsillo,  durante toda la comida -solo aparecen tras los postres para intercambiar el horror de algunos videos de atrocidades del terrorismo islámico, y por qué negarlo, alguna particularidad, muy específica, de alguna zona muy concreta de la anatomía femenina (no somos monjes tibetanos).


Tenis

Las vacaciones de enero me permiten abrir mi plasmón al Open de Australia. Desde muy tempranito enciendo el palco sobre la pista de cemento de  Melbourne Park y voy y vengo por la casa despertando al resto de habitantes  -bellas durmientes- , y luego, del ordenador a la cocina o a la sala, echándole un vistazo de vez en cuando y, si tengo ocasión, me siento plácidamente a observar la destreza de los grandes. Vuelve Federer. Serio en la pista pero con el mayor talento, quizá, que se ha visto con una raqueta entre las manos. Ha adelgazado pero está fuerte y conserva la magia de ese revés cortado y cruzado que va minando la arrogancia y hambre de sus rivales, mucho más jóvenes y con un potente tenis de fondo. Este año lo han disfrazado de vendedor subsahariano de mercadillo.  Resulta extraño en un tipo elegante como él y supongo que las circunstancias económicas han tenido algo que ver con esto, pero distorsiona un tanto por su dilatada trayectoria y su impecable y habitual dress code. 

Federer en el Open de Australia de 2017
 
Y celebro la presencia de Nadal, con su ceño fruncido -concentración máxima- y esquivando las líneas y sus prolongaciones imaginarias con pequeños saltitos o con pasos mas largos.  Ambos maltratan en la pista a sus rivales, de momento en tercero ronda. Federer a Berdyich y Nadal a Bagdhatis (un paquirrín talla XS). Empiezan a sufrir ante Nishikori -insufrible funcionario gris del tenis mundial- y Zverev. Federer y Nadal son dos fenómenos de incierto e imprevisible futuro a estas alturas pero con una trayectoria en la que lo han demostrado todo. Juegan por el placer de jugar y es de agradecer. Suerte a ambos. 

La imagen de tenistas jugando en Australia a pleno sol y con altas temperaturas contrasta con el frío de nuestro amanecer, a estas horas tan tempranas, al filo de las ocho de la mañana y con unos pocos grados por encima del punto de congelación del agua y de la sesera.

Momento militar

Me detengo ante el ordenador para despachar algo de prensa digital. No puedo y no debo - las condiciones profesionales me lo impiden- hacer mención alguna al controvertido tema militar del momento. Sí, en todo caso,  un gesto: un sonoro aplauso a quien, oportunamente y en las circunstancias en que se ha producido, ha pedido perdón con sinceridad y emotividad. Tocaba. El resto, mucho ruido y mucha hipocresía. Especialmente de aquellos a los que toda la vida, la suya y la nuestra, les hemos importado un bledo.


Nieve

Me asomo al balcón. ¿La ilusión me hace exagerar y distorsiona un tanto la realidad? No. Es nieve. Extiendo hacia arriba las palmas de mis manos y compruebo que, pese a que la temperatura es superior a los 6 grados, el viento empuja estos pequeños copos de nieve desde puntos más elevados y no muy lejanos. Al mediodía se cierra el cielo, baja el termómetro hasta un grado y la nieve comienza a caer con mayor intensidad. Comemos en casa frente al ventanal que da al parque y una cortina permanente de nieve se desplaza en caída oblicua,  borrando el horizonte y dibujando un panorama de alta montaña. Otra vez la ilusión, tal vez, me hace pensar que ya estoy comiendo en el mirador de Baqueira a 1.800 metros de altitud. Un espectáculo insólito para estar casi a nivel del mar.




La nieve vuelve a Baleares, a nivel del mar.


lunes, 16 de enero de 2017

Entre el victimismo y el papanatismo

El Barça ya no arrasa. Algunos de sus jugadores se enfurecen y la masa culé se desespera. Apuntan a la consabida conspiración judeo-masónica-arbitral y se equivocan, creo. Deberían buscar el motivo en sus propios errores, el fondo del problema. Ya no juegan como solían, ni marcan tantos goles con facilidad, ni deslumbra su juego y han perdido eficacia. Su centro de campo se ha poblado de jugadores sospechosos e incapaces de acreditar un mínimo de calidad que sirva para sumar y no que reste. Su sistema es previsible y cualquier entrenador de segunda línea le sube el autobús a la acera y haber como llegas al portal. Solo una genialidad de Messi o de Iniesta puede desequilibrar. 

Los resultados vienen a demostrar que se ficha muy mal. Y si hace unos años su cantera era el objeto del deseo de los grandes de Europa, ahora a duras penas mantiene su segundo equipo en liga nacional. Algo estarán haciendo mal.

Los tiempos y las glorias pasan y en lugar de lamentarse y lloriquear como los malos alumnos que no estudian y que echan la culpa a los profesores hay que seguir trabajando, para seguir creyendo, para seguir construyendo y para generar nuevas ilusiones, nuevos modelos. Hay que aprender de los propios errores y fallos y lo más saludable e higienizante es, primero reconocerlos y después corregirlos.

La vida de un futbolista lleva señalada una fecha de caducidad, variable según el caso, pero poco más allá de los treinta y dos, treinta y tres años, las rodillas, los tobillos y la musculación, en general, comienzan a acusar el elevado nivel de exigencia. Eso si las lesiones no han mermado ya sus condiciones físicas. Messi, Iniesta, Busquets, Piqué y alguno más, ya están aproximándose a esa edad o superándola. Hasta donde no llegan los buenos resultados y el triunfo, no debería proyectarse la queja. 

Tendrán que asumir que, quizá, otros lo están haciendo mejor. O tienen más suerte, o más flores, ramos de flores. Ya marchitarán; no serán para siempre. Tampoco es necesario plegarse ante el credo común ni extasiarse con aquello que no  resulta agradable a la vista. No hace falta prestar atención a las secciones de deportes de los infumables un tal Sánchez (a3) y otro cual Alcalá (Cope) -hoy, ambos, de blue monday, supongo- y su cansina y perpetua veneración a lo blanco. El merengue empalaga. Mucho, salvo los embatumats de la vieja y tristemente transformada Casa Frasquet de Palma.  Resulta ciertamente nauseabundo el baboseo de esos periodistas, que parecen sufrir desvanecimientos y  vahídos cada vez que el pavo se tira una pedorreta y cuesta digerir la imagen de este tipo en calzoncillos o junto a un coche de lujo a estrenar  y presumiendo constantemente de la belleza de su plumaje. Engordará hasta reventar, lo veremos. Hay que dejar que ahora disfruten otros, pero sin quejarse de los árbitros, pese a  sus errores  claros, flagrantes  e inaceptables. Pero que no sirvan, en ningún caso, para  desempolvar  el histórico victimismo de aquellos lejanos años en los que no se ganaban ni copas ni gloria.

El victimismo de algunos de los jugadores del Barça contrasta, pese a circular paralelamente, con el papanatismo de una buena  parte -la mayoría, diría yo- de los políticos catalanes, convencidos de ser aúreos representantes de una nación superior -the best- y ávidos de aprovechar cualquier tipo de evento, ya sea social o deportivo o una simple tradición infantil y familiar como es una cabalgata de los reyes magos, para expresar sus  anhelos independentistas. Lamentable.

Creo que es, básicamente, una cuestión de educación, es decir, de mala educación. Entre el victimismo de los futbolistas y el papanatismo de la mayoría de sus políticos, debe existir un punto medio, encarnado por esa que era una de las virtudes genéticas, centenarias, de los catalanes; su famoso seny. Si eso se pierde, a ver quién lo recupera. Negro lo veo estoy viendo.

El controvertido fanalet estelat

lunes, 9 de enero de 2017

La noche más mágica

A vueltas con los años pero es que en estas fechas es cuando mayor sensación tengo de que va pasando la vida. Y tan deprisa.

Se va esfumando la infancia en casa y van escaseando aquellos desvelos de los inocentes. Sabedor del escaso saldo de credibilidad que queda ya en la cabeza de la última amazona que cabalga esos sueños de magia "real", corre una cierta conjoga por mi garganta cuando, desde el interior del salón y preparada la música para que suene bien alta -hace unos pocos años todavía eran las canciones de Miliki- doy la voz para que al otro lado de la puerta, en el pasillo, puedan dar un paso al frente y entrar en el escenario de tantas ilusiones y algarabía de los últimos quince años. 

Una ruta de los sugus de toda la vida, -serpiente multicolor- desde la misma puerta, va recorriendo los escasos pasos que llevan, subiendo por la alfombra afgana,  hasta el pie del árbol, rodeado de zapatos y paquetes. Y como cada año, hay video y fotos que van archivándose sistemáticamente en  carpetas del ordenador. Dentro de unos cuantos lustros harán saltar, supongo, lágrimas de melancolía.

La vida me brinda una segunda oportunidad; una segunda etapa para reavivar el brillo de los ojos de niño que todavía habitan en mi afortunada existencia. Ignoro, por supuesto, si esa misma vida me depara una tercera oportunidad, lejos queda, en cualquier caso. Con las dos de las que he dispuesto hasta ahora me siento más que pagado, especialmente con esta segunda, como padre. La memoria me transporta inevitablemente a aquellas frías mañanas de los sesenta, tras la puerta de cristal y visillos que daba al salón comedor del piso familiar de Barcelona, pero con el confortable calorcito de la  catalítica superser. También de eso hay fotos, aunque en papel kodak o agfa, en blanco y negro y por supuesto no hay video, ni de la súper 8

¿Como voy a pretender dormir bien esa noche? Si he pasado más nervios que cuando era niño. Y siempre, por supuesto, como cada año, yo también pongo mi zapato, aunque el regalo ya lo llevo puesto, lo llevo de serie. A estas alturas me hace mucho más feliz dar que recibir y en eso ya vamos teniendo una dilatada experiencia.

La entrada a tropel de la prole en ese escenario de sueños cumplidos de tiempos más remotos  ha dado paso a un cierto sosiego no exento, no obstante, de las propias emociones. Ya no hay bicis, ni cocinitas, ni grandes muñecas, ni sus abalorios. Hay, tal vez, menos papel, menos grandes cajas y menos estruendo a la hora de ir destripando los paquetes, pero sobrevive idéntica magia. Aunque pueda colarse hasta un cd de un tal Melendi (afortunadamente no es para mí). También los Reyes pueden equivocarse. Son magos pero, por lo que se ve, no infalibles. 

Y que no decaiga.


Y por supuesto, el roscón del Forn Nou de La Vileta.

lunes, 2 de enero de 2017

Los que pasamos de los cincuenta

Al fin y al cabo cumplir años no es tan terrible. Lo malo, en cualquier caso, es quedar fuera de cuentas. Así y todo sufrimos un poquito cuando, tirando de memoria, recordamos nuestros propios hitos personales y viene alguien insultantemente más joven que nosotros -que no estuvo allí entonces y eso que se perdió- y nos dice que estamos mayores, que chocheamos. Pues sí, pero ¡y lo bien que lo pasábamos!

Somos unos afortunados porque fueron nuestros los felices y productivos ochenta y los disfrutábamos plenamente debido a la ingravidez de nuestras responsabilidades de entonces. Estudiábamos, sí,  e incluso algunos ya trabajábamos. Entrábamos y salíamos con muy poquita pasta en los bolsillos, pero como nuestra moneda era la añorada peseta lo pasábamos de miedo sin necesidad de grandes gastos. Nos encaprichábamos como pardales de cada chica de clase  o de la de cada madrugada. Intercambiábamos los números de teléfono de casa y nuestras direcciones -postales- y esperábamos una llamada o una carta. La llamada, sin intimidad alguna. Ahí, en medio de la cocina, sin poder despegarnos apenas de la escena familiar de la comida o de la cena de ese momento, intentando lograr algo de privacidad pegando el micrófono a nuestros labios  y tratando de apagar con una mano cerrada el resto de sonidos que pudieran colarse. Y la carta, abierta y leída y releída una y otra vez en nuestra habitación. Y si teníamos a mano nuestro radiocassette, le dábamos al play y a escuchar la cinta que nos habíamos grabado con los hits del momento.


Invierno en Palma; las navidades de los ochenta y pico, casi noventas. Primero unas cañas de tarde, en el Bosch. Cenábamos en casa para aprovechar esos días en familia y porque no habíamos desarrollado todavía el paladar gastronómico y después otra vez a la calle. Coche y gasofa no faltaban. Primero a la Calle Industria, al Musgo a pegarle unos primeros tragos a la noche. La chupa de cuero con el cuello de borrego blanco -lo más- hechos unos pinceles, engominados y aromatizados con el fahrenheit de christiandior.  Y escuchábamos nuestras canciones. La pandilla de jóvenes exentos de cargas y gravámenes y las chicas jóvenes y guapas de Spantax -las últimas que llegaron-....Luego a Gomila y más tarde al Corb Marí y a Luna....y acabar al alba desayunando ensaimadas  recién hechas en un horno muy próximo a la Plaza del Vapor, tras haberte roto unas cuantas veces el corazón y de haber cerrado un local tras otro....

Wake me up, before you go-go....Sentiámos una sana envidia de aquellos iconos del pop, pero salvando mucho las distancias. No pretendíamos parecernos a aquellos tipos de flequillos cardados y pintas de hortera de bolera, pero qué bien se lo montaban, pensábamos y a todos -a mi desde luego- nos atraía muchísimo un viaje en pandilla a la nieve, como el del video, bastante  moña, por cierto,  del archiconocido y archisonado Last Christmas, hoy en día revisado y reversionado hasta el punto de que mis hijas lo tararean con absoluta familiaridad. Si yo les contara....

Van pasando los años y van quedando en el camino muchos de aquellos personajes. Nos quedan nuestros recuerdos y su música. Afortunadamente pinchas o tecleas un nombre en la tableta, le das al bluetooth  y el salón de casa o la cocina, mientras preparo un arroz caldoso de pescado, se envuelve en el excelente sonido de mi memoria con las canciones de Michael Jackson, Queen, Roy Orbison, Prince, David Bowie y ahora George Michael. 

Eso. Quedan sus canciones y nuestros recuerdos.


Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...