lunes, 24 de octubre de 2016

Bajo los soportales



Bajo los soportales de la Plaza del Mercadal y, hasta que nos rematen con el horario de invierno, cada madrugada más oscura, revolotean como tórtolas inquietas los sueños rotos de tres o cuatro indigentes. Duermen -más precisamente, pasan la noche- sobre viejos y sucios cartones usados, junto a sus propios demonios y pesadillas, ahuyentados someramente por unos tragos compartidos de un tetrabrick de tinto malo del súper. Algún día cruza uno de ellos ante mi coche con la mirada extraviada, desperezándose, arrastrando los pies con aparente serenidad y ajeno a la asunción de mayor responsabilidad que la de procurarse un primer bocado y algunas monedas para pasar el día, que, digo yo,  debe hacerse muy largo. 

Si llego a ese punto con ligero retraso sobre la hora habitual, ya les han hecho el dormitorio. Una escoba y una fregona han dejado los adoquines relucientes y el aire fresco de la mañana ha ventilado la estancia. Un alma caritativa, una silueta negra que  apenas logro distinguir, se encarga de ello. No hay misterio alguno.

Muy cerca del Mercado del Olivar, ocio y negocio de exquisita gastronomía, los Padres Capuchinos reparten cada día sustento alimenticio a cuantos se acercan y llaman a su puerta. Cerca de una veintena de pobres de solemnidad se arremolina junto a los muros, esperando que se abra esa puerta a las horas del desayuno, del almuerzo o de la cena. Hace unos meses tuve ocasión de conocer al Padre Josep María y he de manifestar que dentro de  ese Convento, en sus íntimas y modestísimas entrañas, se descubre el verdadero significado de la palabra caridad. Estuve charlando un ratito con él. Lo suficiente como para proporcionarle la oportunidad de descubrir que detrás de cualquier persona, independientemente del horroroso trabajo que le ocupe -en mi caso y a mucha honra, militar- se encierra similar sentido de esa virtud. Se trataba de hacerle llegar un modesto donativo  de la Guardia Civil y advertí que le brillaban los ojos al descubrir su procedencia. Los militares, también la Guardia Civil, no somos en absoluto ajenos al dolor y padecimiento de los más desfavorecidos. Seguí sorprendiéndole. Le reconocí que en la lejana Barcelona de los 70, algunos domingos, mis padres y mis hermanos acudíamos a la misa de los Capuchinos de Sarriá. Supongo que obedecía más a una cuestión de conveniencia horaria que a la más mínima empatía con el credo capuchino, trufado entonces con el más beligerante activismo político y pre-nacionalista catalán. Estuvimos hablando de la capuchinada, de Xirinacs, de aquella trémula antesala de los importantes cambios que iban a traernos los años siguientes; la muerte de Franco, la coronación de D. Juan Carlos, la transición, las primeras elecciones, etc. Me escuchaba con vivo interés y él recordó haber sido también testigo de todos esos acontecimientos.

Cuarenta y pico años después estos monjes han abandonado, tal vez, su activismo político y centran sus esfuerzos y su particular cruzada contra la pobreza en nuestras calles.  Desgraciadamente no hace falta ni ir muy lejos ni salir de España. Para muchas personas -adultos y menores- sigue haciéndose de noche, día tras día,  sin más porvenir que intentar ocupar las siguientes horas a estómago vacío. 

Existen cientos de héroes anónimos -estas sí son vidas ejemplares- que sin mayor retribución que la satisfacción que proporciona la ayuda al prójimo, colaboran diariamente y de forma desinteresada para llevar alimento y apoyo a los más necesitados. Me honra mi amistad con Jose YW, uno de ellos. Cuando le conocí todavía trabajaba, en turnos de mañana, tarde y noche, en una central eléctrica. Ni por esa razón ni por un mal catarro dejó de asistir a su puesto solidario, finalizada su jornada laboral. Y ahí sigue, ya jubilado, pero remangándose día tras día, sudando en verano y pasando frío en invierno, descargando palés, trasladando sacos de arroz o de harina desde la furgona al almacén o desde el almacén al comedor social. 

-No queremos fotos. Queremos, necesitamos brazos.

Banco de Alimentos, Cáritas, Zaqueo, Operación Kilo.... A todos nos suenan estas asociaciones y operaciones. Detrás de ellas, cientos de voluntarios que bien podrían quedarse confortablemente en sus  casas o en la playa o junto a sus hijos y nietos. 
El pasado día 17 se celebró el Día internacional para la erradicación de la pobreza. En la Plaza de España de Palma hubo batucadas; mucho ruido, pero...¿cuántas nueces?

Siento vergüenza propia y gran remordimiento por mi injustificable indolencia. Hay todavía tanto por hacer. Qué menos que dar las gracias a todos esos voluntarios que, sin necesidad alguna, dedican su tiempo a los más desfavorecidos. Gracias, Jose. (con acento en la o, sin tilde, como me gusta llamarte).

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