viernes, 26 de agosto de 2016

Huérfanos de Olimpo, menos mal que....

El mes de agosto está transcurriendo (como todos los veranos) con la plácida sensación de descender una amable senda. Es como si durante los meses de junio y julio hubiéramos estado subiendo -a pleno sol- a la Ermita de Orihuela del Tremedal -por ejemplo- y pasada la Mare de Deu d'agost, limpios de mente y aliviados de conciencia nos dejáramos caer, caminito abajo, con esa suave brisa del atardecer, esa tenue luz crepuscular, hasta La Fuente del Gallo, de helada agua ferruginosa que casi provocaba dolor en los labios al beberla directamente del caño (o en aquellos vasos de plástico retráctiles que se guardaban en su cajita en la guantera del viejo SEAT).

Ermita de Orihuela del Tremedal (Teruel ya existía)




La modorra semivacacional posterior a la frugal comida de diario ha venido acompañada por la ruidosa letanía del recuento permanente - qué excesivos algunos comentaristas, por cierto- de puntos, goles, marcas y, en general, registros de los bravos atletas españoles que han luchado hasta el límite de sus fuerzas para obtener el merecido premio. Enhorabuena a todos ellos, entendido, por supuesto, en género neutro para referirme al total del contingente español, tanto masculino como femenino, desplazado a Rio de Janeiro, independientemente de su procedencia y del color de su piel. Si se acogieron a la bandera e himno de España para llegar hasta allí hay que darles las gracias, aunque haya a quien le escueza la entrepierna. Que se vaya a donde le rían las gracias.

Esa rutina y algún otro factor convirtieron mi salón en pileta -verde esmeralda-, piscina, pista, canal, campo de regatas y cancha olímpicas y pisaron mi estimadísima alfombra afgana un sinfín de deportistas batiendo marcas, obteniendo juegos y sets, marcando goles y canastas de tres puntos hasta bien entrada la madrugada. Y claro, ahora he quedado huérfano de esta exhibición de exitoso esfuerzo; desde la primera medalla de oro de Mireia Belmonte hasta la última de bronce del torero Coloma con sus dos pases de muleta y el posterior ajuste de sus partes sobre el sillín de su mountain bike. Olé!

El pasado sábado comenzaban a agonizar los juegos olímpicos y sobre esa misma alfombra volvía a rugir el sonido de los estadios de primera. Un platino Messi -cuánta fortuna poder disfrutar de ese espectáculo- me regateó en carrera y a pie parado, me amagó por la izquierda y se fue por la derecha, me tiró dos o tres caños y con una facilidad pasmosa - la habitual- me batió dos veces, una por cada lado. Nada pude yo hacer, como el propio Adán, más que recoger el balón del fondo de las redes del sofá. Siento que fuera contra mi querido Betis pero salvo debacle del equipo o del propio Messi, se repetirá esa imagen de goles y asistencias para que cualquiera que pase por allí empuje la pelotita al fondo de la portería. Anda, Suárez, márcalo tú! No me quedó más remedio que cerrar la boca y reconocer la bendita messidependencia. No quiero perderme ni un solo minuto de fútbol, si en el campo (sobre la alfombra afgana) sigue sacando conejos de su chistera el mejor jugador del mundo. Y que no se ofendan mis amigos merengones, que entiendo discreparán. No hay debate. No me lo parece.

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