Gracias a Lucía V.A. he sabido que los cocodrilos verdes hinchables ya no son tendencia. Gracias por la información, Lucía. Está bien, será que no me fijo en esas cosas cuando estoy en la playa (¿por qué será?) y tienes razón. Intento tirar de memoria y no recuerdo haber visto muchos últimamente. En todo caso, el otro día pude ver a un guiri (gracias por elegir Mallorca y pagar una pasta en ecotasas) que se introducía en el mar junto con su hijita y un pequeño cocodrilo verde. Pudiera ser que el bañador de sugar daddy fuera un meyba palomares, que salvo en el cansino entorno hipster tampoco es tendencia hoy en día. Al parecer lo que se lleva ("...toda buena @instagramer....") es un flamenco rosa hinchable. Me costará subirme a uno de esos, Lucía; el sentido del pudor me golea y a mi punto de osadía ya no le queda mucho saldo. Me cuesta imaginarme en momento Christopher Cross, aunque su música, allá en los ochenta, ocupara una parte de mi banda sonora; aquel melódico Sailing, que sonaba y sonaba...y me hacía volar la imaginación.
El pasado domingo saltamos de un brinco hasta la costa norte de Mallorca y dimos con nuestros huesos en Playa de Muro. El duro viento reinante hacía regresar al coche a los más trémulos. Nuestro ofuscamiento nos permitió finalmente aposentarnos en un pequeño rincón del Balneario 1. La mera contemplación de aquella mar embravecida merecía y justificaba por sí sola aquel "sacrificio". El impresionante verde carruaje del horizonte se iba degradando hasta el verde esmeralda (tonalidad pileta olímpica de saltos, Rio 2016) a medida que se acercaba a la orilla, coronando cada ola una espumosa cresta blanca. Idílico. Los rociones llegaban hasta el parabrisas del coche. Bandera roja en algunas zonas de la playa. Sombrillas, colchonetas y algún niño de aspecto ligero eran fuertemente sujetados por manos firmes ante la amenza real de salir volando. Amenaza que no parecía afectar a una oronda señora, literalmente varada en arena seca, sentada sobre un toallón, con sus piernas separadas, a la entrada del balneario, deglutiendo casi lascivamente un descomunal bocadillo, ajena al vendaval que barría la playa. Optamos por dejar sin hinchar la pelotita de nivea que podría haber acabado en alguno de los campos de cultivo de Sa Pobla, diez kilometros tierra adentro.
Tomar la arena los dos adultos y las cinco niñas, clavando valerosamente la sombrilla como hicieron con su bandera los marines de Iwo Jima, con seis sillas de playa, mochilas, nevera y cesta con bocadillos proporciona una imágen que provoca perplejidad y pánico en los residentes habituales (yo eso no suelo hacerlo, habiendo sido trestigo pasivo -y por tanto, perplejo- del fenómeno una infinidad de veces y acaso por ello he logrado estirar tanto el saldo de mi punto de osadía). No es el caso de Playa de Muro. Excepción hecha de las zonas reservadas a quienes quieran dejarse casi treinta euros/día en sombrillas y hamacas "oficiales", que también a veces arrastran hasta la playa parte de su equipaje y enseres de todas las vacaciones, el resto de playeros desembarca eso y mucho más inventariado omaíta. Superado el momento instalación y protección solar - que suele ser lo más pesaroso del día- merece la pena sentarse frente a esa mar verde intensa, escoltada por dos serruchos montañosos, los que rematan el Cabo Menorca a la izquierda y el cabo Cabo Farrutx a la derecha, dejando a la vista toda la Bahía de Alcudia. Si cientos de miles de turistas extranjeros -y locales- eligen esta playa para pasar el día a lo largo de todo el verano, por algo será.
Suena el primer chasquido; la lata de cruzcampo duele en la mano que la extrae de la nevera y en los dedos que la aproximan a los labios y todo hace pensar que va a ser un buen día de playa. El viento irá amainando y podremos ir separándonos del parapeto natural de tojos y otros arbustos que nos han protegido durante las primeras horas hasta poder aproximarnos a la orilla. El oleaje echa el resto para disfrutar de una lúdica jornada. Nos adentramos hasta donde casi perdemos pie y empezamos a coger olas, bueno, realmente a permitir que las olas nos cojan a nosotros y nos arrastren hasta la orilla, volteándonos y llenando los bolsillos del calvinklein verde pastel (pura tendencia) de fina arena rojiza y restos microscópicos de pequeños moluscos.
Hay que reconocer que comerse un pescadito fresco bajo un chamizo, en buena compañia, con un blanquito frío y con los pies cubiertos por la arena es uno de los mayores placeres que pueda uno darse en verano. Ante la más que segura improbabilidad de que eso sea posible en esta playa (al fin y al cabo esto tendrá muchas cosas, pero no es Galicia) y poder salir con los dos ojos en sus respectivas cuencas, hoy la alternativa es acomodarse en la silla plegable y despacharse un nada despreciable bocado de pan con tomate y jamón ibérico con una cerveza en esa excelente compañía, pero cambiando el cañizo por una sombrilla playera. Todo un placer para compartir y en idénticas circunstancias respecto del marco y decoración ambiental.
Reflexiones en la orilla.
No llueve en Mallorca desde hace meses y cada día que pasa queda al descubierto, en los embalses de Gorg Blau y Cúber, más superficie de orilla que de agua. La imagen es alarmante y viendo los cientos de miles de turistas tostándose al sol empieza a parecer un milagro que a estas alturas del verano todavía salga agua cuando abrimos un grifo. Afortunadamente, desde siempre, nos hemos acostumbrado a beber el agua embotellada (engarrafada) y casi nadie se preocupa ya por el riesgo de que se nos acabe el agua potable, pero pensando en los litros y litros de agua que se necesitan en cada casa, hotel, restaurante, hospital.... la situación empieza a ser preocupante.
Antes de dejar la Playa de Muro, cuando el sol ha dejado de acariciar su extensa lengua de arena, suena una canción de Supertramp. Esperando que llueva....It´s raining again
Tomar la arena los dos adultos y las cinco niñas, clavando valerosamente la sombrilla como hicieron con su bandera los marines de Iwo Jima, con seis sillas de playa, mochilas, nevera y cesta con bocadillos proporciona una imágen que provoca perplejidad y pánico en los residentes habituales (yo eso no suelo hacerlo, habiendo sido trestigo pasivo -y por tanto, perplejo- del fenómeno una infinidad de veces y acaso por ello he logrado estirar tanto el saldo de mi punto de osadía). No es el caso de Playa de Muro. Excepción hecha de las zonas reservadas a quienes quieran dejarse casi treinta euros/día en sombrillas y hamacas "oficiales", que también a veces arrastran hasta la playa parte de su equipaje y enseres de todas las vacaciones, el resto de playeros desembarca eso y mucho más inventariado omaíta. Superado el momento instalación y protección solar - que suele ser lo más pesaroso del día- merece la pena sentarse frente a esa mar verde intensa, escoltada por dos serruchos montañosos, los que rematan el Cabo Menorca a la izquierda y el cabo Cabo Farrutx a la derecha, dejando a la vista toda la Bahía de Alcudia. Si cientos de miles de turistas extranjeros -y locales- eligen esta playa para pasar el día a lo largo de todo el verano, por algo será.
Suena el primer chasquido; la lata de cruzcampo duele en la mano que la extrae de la nevera y en los dedos que la aproximan a los labios y todo hace pensar que va a ser un buen día de playa. El viento irá amainando y podremos ir separándonos del parapeto natural de tojos y otros arbustos que nos han protegido durante las primeras horas hasta poder aproximarnos a la orilla. El oleaje echa el resto para disfrutar de una lúdica jornada. Nos adentramos hasta donde casi perdemos pie y empezamos a coger olas, bueno, realmente a permitir que las olas nos cojan a nosotros y nos arrastren hasta la orilla, volteándonos y llenando los bolsillos del calvinklein verde pastel (pura tendencia) de fina arena rojiza y restos microscópicos de pequeños moluscos.
Hay que reconocer que comerse un pescadito fresco bajo un chamizo, en buena compañia, con un blanquito frío y con los pies cubiertos por la arena es uno de los mayores placeres que pueda uno darse en verano. Ante la más que segura improbabilidad de que eso sea posible en esta playa (al fin y al cabo esto tendrá muchas cosas, pero no es Galicia) y poder salir con los dos ojos en sus respectivas cuencas, hoy la alternativa es acomodarse en la silla plegable y despacharse un nada despreciable bocado de pan con tomate y jamón ibérico con una cerveza en esa excelente compañía, pero cambiando el cañizo por una sombrilla playera. Todo un placer para compartir y en idénticas circunstancias respecto del marco y decoración ambiental.
Reflexiones en la orilla.
No llueve en Mallorca desde hace meses y cada día que pasa queda al descubierto, en los embalses de Gorg Blau y Cúber, más superficie de orilla que de agua. La imagen es alarmante y viendo los cientos de miles de turistas tostándose al sol empieza a parecer un milagro que a estas alturas del verano todavía salga agua cuando abrimos un grifo. Afortunadamente, desde siempre, nos hemos acostumbrado a beber el agua embotellada (engarrafada) y casi nadie se preocupa ya por el riesgo de que se nos acabe el agua potable, pero pensando en los litros y litros de agua que se necesitan en cada casa, hotel, restaurante, hospital.... la situación empieza a ser preocupante.
El Gorg Blau hace poco más de un año |
El Gorg Blau en la actualidad. |
Antes de dejar la Playa de Muro, cuando el sol ha dejado de acariciar su extensa lengua de arena, suena una canción de Supertramp. Esperando que llueva....It´s raining again
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