jueves, 18 de agosto de 2016

Unos largos con Gemma

Estamos disfrutando de un verano bonachón en Mallorca. Mañanas tolerables, excepto un par de ellas en las que la temperatura del termómetro del coche ha llegado a los treinta y tres grados, camino de casa, al mediodía. Por contra, en la tercera rotonda matutina, más de una mañana, sobre las siete y media, hemos bajado hasta los diecisiete. El padrí Miquel no se ha despojado de su camisa de rayas ni un solo día. De madrugada no me ha sobrado una fina sábana sobre la zona lumbar, no sea que....

Parece, no obstante, que está siendo uno de los veranos más calurosos en la península. Bueno, alguna ventaja íbamos a poder disfrutar como compensación por recibir a más de dos millones de visitantes en estas islas. Bienvenidos sean, que de ellos depende nuestro P.I.B. a pesar de que dejarán los embalses como secarrales tan solo aptos como viveros naturales de lagartijas y alacranes. Las carpas acabarán boqueando en el fondo de una bandeja de horno. 

Las cenas en terraza han resultado frescas y en la de casa no ha sobrado una pashmina afgana sobre los hombros de alguna comensal.  A uno, que es de mala tolerancia al calor, le ha sabido a gloria esa brisa que enfría brazos y piernas, pero tras los calores de la cocina, parece que agarró ese fresco en la garganta y aparecieron unas décimas matutinas. Se aguanta estoicamente pero una tarde de osezna resaca pseudogripal ante la televisión ha generado insólitas experiencias.

Como casi todos los años, el velo del ferragosto corta en dos el cielo mallorquín y el sol parece querer tomarse también un día de asuntos particulares. Nubarrones grises amenazan con descargar su ira contra todos los veraneantes y nativos que se entregan al tardeo comercial por el centro de Palma. Lejos de querer disfrutar de esa vorágine improductiva me dejo llevar por una ligera febrícula ante el pantallón olímpico que pasa de la pileta -ya nuevamente azul- de la sincronizada a la pista polideportiva donde juegan las españolas contra Francia por un puesto en las semifinales de balonmano. En el otro canal, en una moqueta de fina arena blanca, jinetes y amazonas se deslizan con singular destreza sobre las puntas de las zapatillas de ballet de sus hermosas monturas equinas con sus trenzas, vistosos lazos y sobrias polainas. Parecen los salones y escaleras del Musikverein de Viena el día del Concierto de Año Nuevo. Cuánta elegancia. Intento que no se me caigan los párpados y mantener la atención debida, pero irremediablemente voy cayendo en una grieta abisal y no puedo seguir alentando a nuestros deportistas.

Me siento en la grada de la piscina olímpica y comienza a sonar el Concierto de Aranjuez. Gemma me guiña un ojo y, con una clara insinuación, me hace acompañarla en su entrada en ese escenario. Me toma con su mano:

- Vamos a hacer unos largos.- me dice con ilimitada capacidad de persuasión-

Me dirige hasta el mismo borde de la piscina. Ejecuta una curiosa coreografía y dibuja en su cara una mueca de agresiva expresión. Yo simplemente me dejo llevar.

-Ahora! Salta conmigo!

Me empuja y me veo en el agua, con la ropa que llevaba cuando acabé de comer; me siento como si llevara un burkini pegado a mi cuerpo en la Costa Azul. Me cuesta moverme. Mierda: me ha tirado con el móvil, el ipod y la cartera en los bolsillos (esto ya me pasó en cierta ocasión). De repente me siento eyectado hacia el exterior y comienzo a chapotear como un histérico, intentando recuperar las tarjetas, los recibos, el resguardo de la primitiva; uno aquí, otro allá y veo el pobre teléfono cayendo -muriendo- hasta el fondo de la piscina, encendiéndose y apagándose intermitentemente. Suena un quejío muy sentido, muy flamenco ¿Es que no hay manera de que podamos saltarnos esta pauta de cantaores, toreros y manolas, aunque sea por una sola vez, aprovechando que estamos en un medio tan alejado de una plaza de toros o un tablao como es esta pileta olímpica en Rio? (de Janeiro, será eso). Un poquito de siglo XXI y fibra óptica ¿no?

Gemma me sonríe y me indica con disimulo que lo estoy haciendo muy bien. Se coloca por debajo de mí y me lanza hacia arriba, hasta salir totalmente del agua. El costalazo posterior es colosal y una inmensa salpicadura, como orca en delfinario, empapa a todos los jueces, sus tabletas, sus móviles. Los sombreros y flequillos de todo el jurado gotean sobre la mesa. El agua ha llegado hasta la primera fila donde aguardan otros participantes y entrenadoras. Anna Tarrés sonríe maliciosamente a pesar del remojón, que se seca con indisimulada alegría.  Cuando emerge Gemma vuelve a guiñarme un ojo.

- Muy bien, bravo, lo estás bordando. Tú sígueme!

Me toma por la cintura y escucho un rugido estremecedor

-Betualmon sagrat! Aleeerta!!

Me aparto justo en el momento en que, como un cuchillo caliente cortando un bloque de mantequilla, la piragua de Marcus me separa de Gemma. Recibo un duro palazo en la cabeza que me lleva al fondo de la piscina. Comienzo a ahogarme, no puedo respirar y en mi afán, ya que estoy, por recuperar el móvil alguien comienza a zarandearme violentamente.

- Papá, papá, despierta....estabas soñando.

Abro los ojos y logro reconocer, con ciertas dificultades, el salón de casa, el sofá, las cortinas y un cielo nublado que sigue amenazando con descargar. Tengo el móvil en la mano, seco.

Las chicas de balonmano han caído, los tipos de waterpolo, con esos gorritos ridículos y esas bragas náuticas tan apretadas, también. Marcus Cooper Waltz (ben mallorquí, por cierto) muerde una medalla de oro. Uep! meeel, beníssim! dice el chaval en perfecta dicción propia de Sineu.

Suena el teléfono. Es Gemma.

- Enhorabuena, hemos quedado quintas!

Va de caca

Nishikori sigue sentado en el baño de la central de tenis. Luces apagadas y gradas vacías. No ha llegado a tiempo de la entrega del bronce. Espero que encuentre suficiente papel, pero que no lo queme como el jipioso alemán nieto de la Merckel que ha incinerado, él solito, toda la isla de La Palma con su graciosa pedorreta ecológica. Cagones!

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