lunes, 9 de mayo de 2016

Como un apagón.

Una afección pseudogripal me baja de la nube en la segunda mitad de la semana. Se me cae el sistema y a duras penas consigo completar un bajo porcentaje de la actividad programada para el jueves. Un áspero escalofrío recorre mi espalda, se refugia en mis huesos y hace castañear mis dientes. Me lloran los ojos. Qué malo es sentirse con la pila abajo y tratar de analizar el orden del día sin fuerzas ni ánimos. Parece que se viene abajo todo, por Dios. Mal vamos si tengo que quedarme en casa toda una tarde viendo pasar por la ventana la luz del día mientras va cambiando el orden de las sombras, su volumen, su ubicación. El viento ulula entre las lamas de las persianas. Apetece cubrirse con el embozo del edredón hasta la coronilla.

Me enfrento, en lánguida duermevela, al monitor de la tele y veo  desfilar ante mis perplejos ojos a los dirigentes municipales de BCN abogando por la supresión de la unidad antidisturbios de la policía urbana. Atendiendo a la imagen del promotor de la idea, no son de extrañar ni sus pretensiones ni mucho menos sus motivos. Otros planos del noticiero televisivo me traen los eufóricos rostros de los jóvenes chicos de esa izquierda revolucionaria que parecen haber descubierto el bicarbonato (la democracia) y supuran falsa ideología (purulenta como los granos de su acné). No me parece que sea el momento adecuado para sentirse muy orgulloso de ser político, después de cinco meses encerrados en un siniestro laboratorio que inició su efímera andadura como un circo donde los leones resultaron de cartón piedra y el uniforme del domador apestaba a alcanfor. Iban de megamodernos marsterchefs de la política y les han salido unas magdalenas sin volumen y quemadas, pegadas al papel del horno, ideales para acabar en el fondo del cubo de basura. 
 
Muere con las botas puestas un joven futbolista. Impresiona la imagen en el momento de desplomarse sobre el césped y la mirada perdida, los ojos en blanco, tan joven, tan fuerte...

Encadeno una prolongada serie de bostezos hasta que me rescata del tedioso transcurso de la tarde el brioso drive de Rafa Nadal en la Caja Mágica. Al final acabará sucumbiendo en semifinales ante Murray -lo cual da mucho más valor a lo que ha logrado en los últimos diez años- pero es innegable la pureza de su espíritu y la honestidad de su esfuerzo, pese a lo que pueda decir -sin fundamento alguno- una insignificante ex-ministra francesa bocazas.

Recupero el tono el viernes de madrugada pero el termómetro digital marca todavía unas décimas. Me revuelvo en la cama hasta que los riñones mi pinchan y empujan mi triste figura hacia afuera y gracias a una ducha recuperadora, menos mal, llego a la oficina a tiempo de sofocar tensiones; obras, obras y obras. Y es viernes, menos mal. 

Me recupero pero no llego a tiempo para jugar mi partido de tenis del viernes por la tarde y el sábado aparece la lluvia. Ya saldrá la raqueta la semana entrante y con más ganas.

Agoniza la liga y pese a que me había propuesto silenciar mi entusiasmo barcelonista -que nadie lea ventajismo oportunista- protesto porque han sido demasiado insistentes y repetitivos los irónicos ataques volcados en mi wpp (el escalofriante sonido del Camp Nou en noche de champions, etc) y el tertuliano acoso por parte de madridistas y colchoneros. Ojo, que todavía no he visto a ningún equipo levantar trofeo alguno. Está claro que hasta el último pitido final todo es posible. Seguiremos atentos a la pantalla. (...tamudazo....)

Cae la tarde de domingo con una tenue luz amarillenta. Seguimos amenazados por lluvias primaverales que vendrán bien para recuperar el nivel de nuestros embalses. Se prevé una excelente temporada turística y aunque lo que menos beben los visitantes es agua, doy fe, la necesitamos.  Mallorca gusta. Me lo dice Mario, compañero de misión afgana, que ha pasado la semana en el norte de la isla por trabajo y al que desgraciadamente no he podido más que escuchar por teléfono. Nos veremos en su próxima visita sin trabajo, con familia. Hasta entonces, Mario, aquí os esperamos. 

Escucho parte del nuevo disco de Loquillo. Me gusta. Y sorpresa. La versión de  Me olvidé de vivir nos legitima, por fin, poder cantarla bajo la ducha y que no se nos asocie necesariamente a un inconfesable -casi clandestino- reconocimiento a Julio Iglesias, que la cantó hace ya un tiempo. A estas alturas!

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