lunes, 14 de marzo de 2016

El tipo de azul EMT



Vuelvo a entregarme al azul EMT de Palma y me ratifico: a la tercera vez que tomas el bus en la misma parada y a la misma hora empiezas a advertir que te envuelve un aire de cotidianeidad (así suena más poético) que puede llegar a resultar asfixiante. Todos somos los mismos cada día y aunque cambiemos de ropa y de calzado -no todos, por lo que se ve- vestimos el mismo tono gris acerado de la monotonía. 

El recorrido del 7 a esta primerísima hora del día es como una laparoscopia que me introduce en las entrañas de mi ciudad en ayunas, semivacía. Lo mío va a ser un hábito circunstancial, efímero, pero descubro en mis compañeros de viaje -los que hacen ese trayecto todos los días a la misma hora- todos sus automatismos activados. Los más jóvenes viajan en modo bus, se nota. Todo es una consolidada rutina; se adaptan perfectamente a los giros y traqueteos del gran monstruo azul articulado, a sus frenazos y acelerones sin inmutarse lo más mínimo. Parecen formar parte del interior del autobús como un asiento o una barra más.

Se sienta frente a mí un chaval de poco más de veinte años. Ni su insultante juventud constituye motivo suficiente como para que lo observe sin el más mínimo esbozo de envidia. Viste con un desaliñado look metropolitano y a juzgar por su aspecto físico, profesa una absoluta despreocupación por su dieta alimentaria. Es más, tiene aspecto de haberse desayunado una bolsa de kikos tostados.  Corona su figura un casi ridículo gorrito que apenas le cubre la mitad del cuero cabelludo y que deja, estratégicamente fuera de él, un desordenado flequillo que  se empeña en relamer con sus dedos constantemente y unas lacias puntas de pelos sobre sus orejas, con todos sus pendientes y selladas con sendos auriculares. Vaqueros anchos y desgarrados, una cazadora de incierto color y zapatillas ...por si hay problemas salir "volao"... Saca, de una extravagante riñonera que lleva cruzada en bandolera a la altura de su esternón, su mp4 y chequea con cierta desgana su móvil. Lo guarda todo y echando la cabeza hacia atrás, cierra sus ojos. De manera repentina, toma con ambas manos su imaginaria fender stratocaster y, afortunadamente, en modo mute, comienza a interpretar con boca, brazos y pies lo que en correspondencia con  su vestimenta, no dudo que podría tratarse del Lazy de Deep Purple. Absolutamente desinhibido de su entorno, convulsiona sin pudor alguno, sin la más mínima sensación de ridículo. Al cabo de un rato vuelve en sí, pero mira a su alrededor con absoluta indiferencia y prosigue su particular concierto. Están todos locos, pensará.

Nadie parece inmutarse; por lo que se ve, no es el único, todos viajamos en modo bus y tan solo al llegar al lugar en el que cada cual se apea, aquellos automatismos que guían el viaje como un piloto automático, interrumpen su funcionamiento.

Se acerca mi parada pero me bajaré en la anterior. Temo que este tipo, en su éxtasis emocional, pueda llegar a confundir deseo con realidad y se abalance desde el escenario hacia su público -entregado desde la platea- rompiéndonos tres o cuatro costillas a mi compañera de viaje, leyendo serenamente Cien años de soledad, y a mí, escuchando mi Cope. La presbicia y las convulsiones del trémulo ogro azul me impiden juntar más de tres letras seguidas. Esto es así.

Querida Ada.

La gran diferencia entre tú y esos a quienes con tu fina cortesía desprecias es, básicamente, que ellos no dudarían en cumplir lo que hace tantos años juraron: dar hasta la última gota de su sangre. (a pesar de haber personas como tú, llenas de odio visceral e incomprensión y que entran en éxtasis cuando hablan de tolerancia y libertad). Tal vez te suene raro y extravagante lo que significa ese juramento, pero estoy convencido de que Julio o Zaida te lo explicarían con mucho gusto. Eso no creo que lo hayan olvidado.

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