Nuestro anual viaje a la nieve suele venir envuelto de mucha intensidad, tanto en los preparativos, como en cada uno de los días en los que se desarrolla. Este año, además, había una incertidumbre añadida: la propia nieve. Por la comprensible angustia, desde principio de enero, he seguido exhaustivamente todas las páginas de información meteorológica que lanzaban predicciones para las fechas del desplazamiento y las previsiones eran desoladoras. Veía, a través de las webcams de la página principal de la estación que el manto blanco era este año menos blanco y mucho menos manto y aparecían desilusionantes manchas oscuras a los bordes de las pistas. En la pestañita del servicio meteorológico parecían haber olvidado ese simbolito del copo de nieve. (Acabo de entrar en esa página y aún me considero un afortunado. El aspecto actual de la estación de Baqueira es para llorar y la probabilidad de precipitaciones en forma de nieve es del 0%)
Ante este panorama tan sólo restaba introducir en las maletas mucho más ánimo y entusiasmo que prendas de abrigo, puesto que incluso muy pocos días iban a bajar las temperaturas por debajo de los cero grados.
Finalmente, después de resolver trámites e incidencias de lo más variado la expedición -parecía una caravana de mujeres- partía del aeropuerto de Barcelona al borde de las nueve de la noche y quedaban por delante cuatro horas de carretera en la super monovolumen de alquiler. ¡Feliz viaje!, deseaba en silencio yo mismo antes de soltar el embrague y pisar el acelerador. Afortunadamente así ha sido.
Ante este panorama tan sólo restaba introducir en las maletas mucho más ánimo y entusiasmo que prendas de abrigo, puesto que incluso muy pocos días iban a bajar las temperaturas por debajo de los cero grados.
Finalmente, después de resolver trámites e incidencias de lo más variado la expedición -parecía una caravana de mujeres- partía del aeropuerto de Barcelona al borde de las nueve de la noche y quedaban por delante cuatro horas de carretera en la super monovolumen de alquiler. ¡Feliz viaje!, deseaba en silencio yo mismo antes de soltar el embrague y pisar el acelerador. Afortunadamente así ha sido.
Podría pasar por un plano de los "Los odiosos ocho". Bueno, mucho más amable.
El sábado fue muy diferente y la llegada masiva de los habituales forzó un cambio en la velocidad de desplazamiento en todo el dominio, generándose colas eternas e interminables en todos los remontes.
Gastronomía
La oferta del Valle de Arán se complementa, además, con una excelente gastronomía y abundan tabernas con golosos escaparates y taperos que, tras más de siete horas embutidos en ropa térmica, forros, gorros y cascos, ofrecen reparadoras y sugerentes terapias. En Viella volvemos a dejarnos seducir por la contrastada calidad de Era Bruisha. Caldo de invierno, tortilla de bacalao y el afamado chuletón de kilo asado sobre incandescentes brasas.
Y en Bossost debutamos en otro excelente y sorprendente local: La Trastienda, donde, además de poder comprar quesos, pates caseros y brillantes productos gastronómicos, preparan exquisitas cazuelas y guisos - la carrillera de ternera muy mejorable en textura, pero el rabo de buey se despegaba del hueso a la menor insinuación del cuchillo y dejaba en paladar imborrables sensaciones- Buenos vinos de diversas procedencias nacionales e internacioneles, pero nos decantamos, por coherencia gastronómica, por un sorprendente Petit Sios (Costers del Segre). Lo más gratificante fue una ensalada de habitas tiernas y delicado pulpo aromatizada por un casi mágico pimiento procedente de Nigeria. Lo realmente llamativo es la altísima calidad y el moderado precio. Absolutamente recomendable y seguramente repetiremos.
Domingo
Regresamos a casa orondos de satisfacción, tras los cuatro días de contacto real con la nieve, de los más de cien kilometros deslizados bajo nuestros esquíes sin lesiones y del excelentemente aprovechado viaje anual a las cumbres del Valle de Arán, con las pilas vitales recargadas.
Jueves
Como una inveterada tradición, para bajar definivamente de la altitud de los Pirineos, nada mejor que un baño en el mar y así hicimos: chapuzón el 28 de enero.
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