lunes, 14 de diciembre de 2015

Galicia bien vale una misa

Galicia bien vale una misa, o dos, o más y si, además, es en  Santiago, cobra un interés especial y supongo que un mayor beneficio espiritual, y yo, al menos, lo siento así. El oficio transporta al alma a la altura y a la velocidad del botafumeiro, hábilmente conducido por los diestros tiraboleiros, inundando el interior de la Catedral con el intenso aroma del incienso y el consagrado humo que desprende, sobre el altar y sobre las cabezas de los mortales que asisten a la Santa Misa de doce. El sistema de orden y seguridad, con peto fosforescente, además de permanecer extremadamente pendiente de los flashes de los móviles, advierte, antes de la comunión, en español y en inglés, del significado y de la "exigencia de estar en gracia de Dios; condición espiritual de poder recibirla por estar libre de pecado mortal"  y de cómo ha de hacerse. Ni error ni confusión. No es una representación teatral y me parece bien.


En el exterior suenan gaitas y extraños instrumentos de percusión y viento, llegados de cualquiera de los confines de la Tierra. Basta ver el incesante movimiento de personas, en cualquier época del año, alrededor de la Plaza de Obradoiro. Tuvimos la inmensa fortuna de disfrutar de un fin de semana de sol radiante, lo cual transforma Galicia en un paisaje casi casi insólito en esta época del año.


La primera visita, entre mística y esotérica, fue a San Andrés de Teixido, envueltos durante el ascenso a A Capelada por una inquietante niebla que dificultaba la visibilidad de la carretera. Ya en el Santuario estremece  aproximarse al altar y comprobar en una esquinita cientos de exvotos: dedicatorias, prendas de vestir, fotografías, chupetes, baberos y otros objetos de lo más variado. Todo con el fin de evitar, supongo, que se cumpla la leyenda. San Andrés de Teixido; vai de morto quen non foi de vivo y que augura un viaje hasta la parroquia en forma de cualquier tipo de ser vivo, más allá de la muerte, si no se peregrina hasta allí, al menos una vez, en vida. 



Desde sus acantilados, de los más elevados de Europa -Vixía de Herbeira a mas de seicientos metros de altitud-  las vistas son espectaculares y hacen que se rinda cualquiera ante la magnitud del mar y del cielo, especialmente un día nublado, lluvioso y la espesa niebla atrapando las cimas.



Acompaña, creo, ese clima para visitar, casi en soledad, estos extraños parajes, casi mágicos y se imagina uno inmerso en el rodaje de una película, viendo transitar a la santa compaña (alguna sensación no diría que no tuve) por esos inabordables bosques de eucaliptos, castaños, robles, abedules...Naturaleza salvaje, verde, intensa.

 Pulpo a feira del Bar Caneiro

La gastronomía de esa jornada está marcada por la frescura y calidad del producto y su sencilla elaboración; pulpo, berberechos, almejas, (Bar Caneiro, Valdoviño) y calamares -excelsos- y raxo, ambos con sublime patata frita (Bar Kilowatio, Cedeira). 



 Calamares de El Kilowatio (imprescindible)

Hubo que hacer verdaderos esfuerzos para no seguir comiendo, a sabiendas de que quedaba mucho fin de semana y esa noche ya teníamos mesa reservada en el Cinco Puertas de Pontevedra; entre los entrantes unos huevos de corral (para llorar una semana) con virutas cinco jotas (ya, no es gallego, pero si lo ponen, habrá que decirlo, no?) y un sargo al horno espectacular.



Amanece un día espectacular sobre la Isla de Tambo, frente a la Escuela Naval Militar, de imborrables recuerdos de mi época de alumno. El día 10 de enero próximo, treinta años desde mi ingreso.


 Isla de Tambo, un 28 de noviembre

Me levanto con la sensación de haber pasado media vida durmiendo, tras el madrugón del día anterior y aunque cueste de creer, con sensación de hambre. El desayuno frugal de la Residencia sienta muy bien y nos aporta la energía suficiente para afrontar una mañana de callejeo por una Pontevedra elegante, limpia y animada. Se nota que la gente del lugar disfruta cirulando por ese centro absolutamente peatonal. Las tiendas y los bares concurridos, el aroma de café, de empanada y de buenas cocas es dificil de que pasen inadvertidos y cuesta no postrarse ante los escaparates de sus pastelerías. Visitamos el mercado de abastos y comprobamos in situ la calidad de los pescados y los cientos de nécoras, centollos, camarones, berberechos, almejas, etc... amontonados con absoluta naturalidad. Constituye un placer imaginarse cualquier sábado agarrar el carrito de la compra e idear un menú de esa calidad y a esos precios.  

El aperitivo en O Fidel -el pulpo es especialidad de la casa- no resta un ápice de interés por la comida que nos espera. Mesa reservada en O'Pereiro, Hio, modesta casa de comidas (también banquetes y celebraciones) sin más pretensiones que las de dar de comer muy bien y a un precio fuera de lo común. Nos esperan con una barca de marisco del día y además de la imprescindible centolla, un rodaballo al horno difícil de olvidar.





Aprovechamos la proximidad del restaurante con el Cabo do Home para asomarnos a un casi sereno y apacible Atlántico y nos topamos con la imponente silueta de las Islas Cíes; un paraíso.


Paseamos la digestión nuevamente por la gentil Pontevedra y comicheamos, ya a última hora del día, unas tablas de quesos y embutidos para evitar desmayos durante la noche.

La jornada del domingo nos lleva a Santiago de Compostela y a la referida misa de doce en su Catedral, donde nos rendimos, embrujados, por el misterio de la luz y del humo del incienso, bajo el rigor espiritual debido.


Cerramos la ruta gastronómica, con el tiempo justo para tomar el avión de vuelta a Palma, en la Casa de las Tortillas,  Cacheiras, muy cerca de Santiago y a tiro de piedra del Aeropuerto de Labacolla. Y qué íbamos a comer ahí; pues eso: un puchero de caldito gallego, una excelente ensalada de lechuga y tomate (si, sí) y una espléndida tortilla de patatas gallega, gallega, que parecía querer salir de la bandeja en la que nos la sirvieron.




Quedo mudo ante la contemplación de tanta excelencia y estoy echando cuentas en el calendario para saber cuándo podré volver. Galicia enamora y no cansa jamás.


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