lunes, 21 de diciembre de 2015

El gordo

La vez que más cerca he estado de ganar el gordo de Navidad ha sido aguardando mi turno en la cola de ventanilla para comprar el correspondiente décimo. Ahí o cuando en el informativo del mediodía de cada 22 de diciembre salen las inevitables imágenes de cientos de afortunados rociando con cavas y otros espumosos a todo cuanto les rodea, llenos de júbilo. Nunca faltan, en esa cita anual, el vasito de plástico, el feliz lotero y la exultante vecina del entresuelo C, en zapatillas y bata (como las que vendía en los orígenes de su imperio Amancio Ortega, más o menos en los tiempos de la primera entrega de la Guerra de las Galaxias)

Nunca he tenido muchas esperanzas de verme agraciado por la fortuna de la lotería, a pesar de lo cual, como todo hijo de vecino no disimulo mi ilusión por pillar un pellizquito. En esto, como en otras cuestiones de la vida, a veces no consiste en comprar muchos boletos; si te ha de tocar, con llevar un número basta, como una especie de pagana predestinación y poder convertir el alma feliz y humilde en cuerpo físico  rico y consumista. Es lo que tiene el juego, que puede transformar a las personas si no tienen la cabeza suficientemente acondicionada para asumir ese cambio. 

Recientemente he leído un artículo interesante sobre lo que les ocurrió a algunos de los ganadores de premios importantes de loterías y otros sorteos. Parece difícil de creeer pero muchos de ellos sucumbieron en el tránsito de modesto ciudadano a millonario y vieron desaparecer sus fortunas y acabaron arruinados moralmente. Algunos, víctimas del engaño y otros de la falta de criterio para asimilar que al final, el dinero no lo es todo y se dejaron llevar por esa fiebre consumista, rodeados en principio del lujo y la ostentación.

No digo yo que no me daría un pequeño caprichito, pero en función de lo que pueda tocar con un simple décimo, creo que mi vida no iba a cambiar sustancialmente. No creo que dejase de trabajar; me explico, mi trabajo no es una losa insoportable. Es bueno de llevar y en determinadas circunstancias hay suficientes refranes apropiados para aceptar determinadas cargas y el trabajo, insisto, no lo es. Otra cosa es el sentido que pueda darle a determinadas facetas del tipo de trabajo y de tener que continuar tolerando alguna cisrunstancia que reconozco como objetivamente mejorable. Ahí lo dejo.

Lo que no descartaría es tomarme la vida de otra manera y después de lo visto en la jornada de ayer....

Feliz sorteo y suerte. Creo que la necesitamos.

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