Recuerdo que hace unos cuantos años tenía un buen amigo al que su incapacidad para la comprensión, en general, y sus ofuscaciones personales le apartaron de mi rumbo. Todavía hoy no he sido capaz de entender los motivos, pero lo cierto es que desde hace casi quince años no nos hemos dirigido la palabra. Yo le apreciaba y quiero creer que él también a mí, pero su última despedida resultó algo tosca pero rotundamente convincente.
Compartimos los felices años de la veintena y cuando teníamos que hacer referencia al transcurso del tiempo, cada uno de nosotros usábamos una expresión; la propia preferida en cada caso. Él solía parafrasear a Serrat, pero en lugar de usar la originaria "Ara que tinc vint anys", se mofaba de sí mismo alterándola ligeramente, diciendo fa vint anys que tinc vint anys, a pesar de que no era cierto. Yo, por mi parte, prefería algo menos prosaico pero que no se debía ni mucho menos a un arrebato de erudición, lógicamente, sino que era la conocida leyenda de una clásica marca de relojes de pared: Tempus fugit. Lo decíamos mientras rematábamos una coca-cola y un marlboro en el Farigola y nos burlábamos recíprocamente de esa tediosa rutina verbal.
Ahora, que efectivamente han pasado veinte años y otros veinte desde aquellos primeros veinte, recuerdo aquellas tardes de dispersión y desocupación en las que no éramos conscientes de lo rápido que volaba el tiempo y a día de hoy tengo muchos más motivos que entonces para pensar que la vida pasa demasiado rápido y nosotros, como pasajeros de un tren de alta velocidad, viajamos muchas horas de cada día ajenos a ese tránsito vertiginoso.
Contemplo, sentado ante una ciudad silenciosa que veo íntegramente, una apacible tarde de primeros de octubre de dos mil quince, lo acertado que resulta el significado de aquel tempus fugit. Acabo de hacer copia de cientos de fotografías digitales de carpeta en carpeta y en la que salen retratados un montón de bebes risueños unas veces, llorones y enfurruñados otras, jugando, corriendo, soplando velas; en bañador o en ropa de esquí; con sus naricitas redondas y ojos expresivos. La mayoría de ellos -hijas, sobrinas y sobrinos-, han superado los diez años de edad y alguno, incluso, ya pisa la Universidad. Y me quedo con ese poso de nostalgia, la resaca del tiempo vivido tan rápidamente, sin la sensación de velocidad, hasta que un día como hoy, sentado y sosegado, echo la vista hacia atrás.
Vive despacito. A mi el tiempo se me escurrió entre los dedos de las manos como la arena de la playa. Me quedaron muy claras dos cosas; lo rápido que pasa el tiempo y el concepto de la amistad. Vive despacio, amigo, pero vive intensamente; Tempus fugit...carpe diem!
Ahora, que efectivamente han pasado veinte años y otros veinte desde aquellos primeros veinte, recuerdo aquellas tardes de dispersión y desocupación en las que no éramos conscientes de lo rápido que volaba el tiempo y a día de hoy tengo muchos más motivos que entonces para pensar que la vida pasa demasiado rápido y nosotros, como pasajeros de un tren de alta velocidad, viajamos muchas horas de cada día ajenos a ese tránsito vertiginoso.
Contemplo, sentado ante una ciudad silenciosa que veo íntegramente, una apacible tarde de primeros de octubre de dos mil quince, lo acertado que resulta el significado de aquel tempus fugit. Acabo de hacer copia de cientos de fotografías digitales de carpeta en carpeta y en la que salen retratados un montón de bebes risueños unas veces, llorones y enfurruñados otras, jugando, corriendo, soplando velas; en bañador o en ropa de esquí; con sus naricitas redondas y ojos expresivos. La mayoría de ellos -hijas, sobrinas y sobrinos-, han superado los diez años de edad y alguno, incluso, ya pisa la Universidad. Y me quedo con ese poso de nostalgia, la resaca del tiempo vivido tan rápidamente, sin la sensación de velocidad, hasta que un día como hoy, sentado y sosegado, echo la vista hacia atrás.
Vive despacito. A mi el tiempo se me escurrió entre los dedos de las manos como la arena de la playa. Me quedaron muy claras dos cosas; lo rápido que pasa el tiempo y el concepto de la amistad. Vive despacio, amigo, pero vive intensamente; Tempus fugit...carpe diem!
Gracias, Asís, por este artículo. El tiempo se escurre entre los dedos, es cierto. Demasiado a menudo me asalta esa misma sensación de que así ha sido. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarNo es que tengamos poco tiempo, sino que malgastamos mucho.
ResponderEliminarSeneca
La mayor rémora de la vida es la espera del mañana y la pérdida del día de hoy.
EliminarFíjate, también lo dijo Séneca.