Apenas asomaba el sol por encima de una fina línea de intenso azul marino, bajo un horizonte grisáceo. Envuelto en abigarrados nubarrones, se
abría paso, lentamente, en un cielo más propio de septiembre. La lluvia de la última
tarde había dejado un aire fresco y fácil de respirar. Eché en falta, si
acaso, el extraviado jersey beige de algodón, de ochos entrelazados,
que tuve que comprar en cierta ocasión en el Zara de la calle Real de Ferrol. ¿Dónde estará? pensé.
Con el cuello y los brazos pegados a la bajera, ungidos con una pesarosa sensación de humedad y la lengua pegada al paladar decidí que aquello era inaguantable. Me levanté torpemente. La noche había sido terrible. Viejas sensaciones de veranos anteriores, con altísimas temperaturas y elevado grado de humedad creaban un ambiente casi irrespirable. Faltaba ánimo para dar los primeros pasos y pesaba la sensación de falta de aire en los pulmones. Dolía todo.
La esperanza de que una buena ducha de agua fría lo arreglara todo resultó, al final, un falso refugio desmoronado por la cruda realidad. Al poco de secarme con la toalla, tornaba a brotar un denso vapor por cada poro de mi piel. Bajo el pecho latía despacio y con muy débil pulso mi corazón fatigado. Y no estaba ni empezando la jornada. No me apetecía ni siquiera el café. No soy beduino ni beréber, si acaso algo corsario, y no tengo mucha práctica en la ingesta de té caliente como antídoto contra el calor y la sed. Ya aprenderé, pero otro día.
Me amorré al agua fría como si viniera de jugar dos horas de tenis al sol. La puerta de la nevera quemaba en su exterior y los imanes echaban humo. Había tenido que separarla de la pared para que quedara suficiente espacio por detrás y que pudiera renovarse el aire de su rededor. Aún así, en su interior, la bebida y la comida no llegaban a alcanzar la temperatura adecuada.
Me vestí con ropa ligera y me encaminé a la Comandancia. Me aterraba la idea de cerrarme el cuello de la guerrera. A pesar de todo, me enfundé en el blanco naval. Esperaba, ya uniformado, en el aparcamiento. Llegaron cuatro motos de Tráfico, cuatro compañeros. Se apearon y me saludaron militarmente. ¿De patrona, Comandante? Enhorabuena; está Ud de comunión, me espetó -como tantas otras veces hicieron otros antes que él- uno de ellos con acento de Cádiz; de San Fernando o de Chiclana, no sé.
Las obras del sótano han separado las plantillas como en dos pueblos; los de arriba (Son Rapiña) y los de abajo (Levante). Tráfico está entre ambos pero apenas nos cruzamos por los pasillos. Cada cual llega, hace su trabajo y se va. Servidores solitarios. Antes compartíamos un café o una charla o una caña con cualquiera que estuviera en la cafetería en cualquier momento.
Siento sobre mi uniforme -mi corazón partido- la rivalidad de dos Vírgenes, dos Patronas. Por antigúedad, claro, la del Carmen, mi remoto origen de la Armada, botón de ancla, camino de los treinta años. Sobre el bolsillo derecho, la del Pilar, camino de los veinte. Y sin perder esa referencia, Santa Teresa, la de Intendencia, Cuerpo de mi origen militar familiar, Patrona de toda la estirpe de Intendentes por linea materna; de abuelo para atrás....desde el anterior Comandante Butler.
Sobre ese puzzle de patronas, uniformes, emblemas y Cuerpos, una idea sóla; que bien me siento al abrigo de tanta Virgen, envueltas cada una de ellas en sus mantos y cubiertas todas por la bandera de España.
Ni los 38 grados, ni el setenta por ciento de humedad me mantienen el 16 de Julio lejos de mi Armada. El Pilar ya llegará y luego Santa Teresa. Todo tan blanco, tan naval.
La esperanza de que una buena ducha de agua fría lo arreglara todo resultó, al final, un falso refugio desmoronado por la cruda realidad. Al poco de secarme con la toalla, tornaba a brotar un denso vapor por cada poro de mi piel. Bajo el pecho latía despacio y con muy débil pulso mi corazón fatigado. Y no estaba ni empezando la jornada. No me apetecía ni siquiera el café. No soy beduino ni beréber, si acaso algo corsario, y no tengo mucha práctica en la ingesta de té caliente como antídoto contra el calor y la sed. Ya aprenderé, pero otro día.
Me amorré al agua fría como si viniera de jugar dos horas de tenis al sol. La puerta de la nevera quemaba en su exterior y los imanes echaban humo. Había tenido que separarla de la pared para que quedara suficiente espacio por detrás y que pudiera renovarse el aire de su rededor. Aún así, en su interior, la bebida y la comida no llegaban a alcanzar la temperatura adecuada.
Me vestí con ropa ligera y me encaminé a la Comandancia. Me aterraba la idea de cerrarme el cuello de la guerrera. A pesar de todo, me enfundé en el blanco naval. Esperaba, ya uniformado, en el aparcamiento. Llegaron cuatro motos de Tráfico, cuatro compañeros. Se apearon y me saludaron militarmente. ¿De patrona, Comandante? Enhorabuena; está Ud de comunión, me espetó -como tantas otras veces hicieron otros antes que él- uno de ellos con acento de Cádiz; de San Fernando o de Chiclana, no sé.
Las obras del sótano han separado las plantillas como en dos pueblos; los de arriba (Son Rapiña) y los de abajo (Levante). Tráfico está entre ambos pero apenas nos cruzamos por los pasillos. Cada cual llega, hace su trabajo y se va. Servidores solitarios. Antes compartíamos un café o una charla o una caña con cualquiera que estuviera en la cafetería en cualquier momento.
Siento sobre mi uniforme -mi corazón partido- la rivalidad de dos Vírgenes, dos Patronas. Por antigúedad, claro, la del Carmen, mi remoto origen de la Armada, botón de ancla, camino de los treinta años. Sobre el bolsillo derecho, la del Pilar, camino de los veinte. Y sin perder esa referencia, Santa Teresa, la de Intendencia, Cuerpo de mi origen militar familiar, Patrona de toda la estirpe de Intendentes por linea materna; de abuelo para atrás....desde el anterior Comandante Butler.
Sobre ese puzzle de patronas, uniformes, emblemas y Cuerpos, una idea sóla; que bien me siento al abrigo de tanta Virgen, envueltas cada una de ellas en sus mantos y cubiertas todas por la bandera de España.
Ni los 38 grados, ni el setenta por ciento de humedad me mantienen el 16 de Julio lejos de mi Armada. El Pilar ya llegará y luego Santa Teresa. Todo tan blanco, tan naval.
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