lunes, 11 de mayo de 2015

Huérfano de ondas.

Tal y como sospechaba que iba a ocurrir, me declaro definitivamente huérfano de ondas. Hasta hace muy poquito, cuando entraba en mi despacho poco antes de las ocho de la mañana solía encender la radio justo después de encender la luz. Mudaba mi terno personal por la amalgama de verdes imposibles de mi traje de luces  y aún alcanzaba a escuchar los últimos comerciales de la desconexión local, previos a las señales horarias que precedían, muchas mañanas, a la escaramuza de los carromatos(1). Carlos Herrera lo escenificaba de manera estruendosa, como un niño de los de antes -sin maquinitas perversas-; como los niños que jugábamos a indios y vaqueros y disparábamos con los dedos índice y corazón de la mano derecha pegados entre sí y el pulgar como martillo, mientras que con la izquierda sujetábamos las imaginarias riendas de nuestras monturas o atizábamos sus grupas con el inconfundible estilo de John Wayne. (Si, Jaime, yo tambien he jugado a eso)

Una mañana, en Herat, al filo de las ocho y media locales (seis de la mañana en territorio nacional), Sheragan, el afgano que pasaba la bayeta por nuestros despachos y que no entendía nada en español, asomó su cara tras la puerta, en el preciso instante en que en mi ordenador, desde ondacero, Herrera, a grito pelado, mandaba a mujeres y niños a los carromatos. La expresión de Sheragan fue de desgarrado terror y con sus cuatro palabras mal entendidas y peor pronunciadas me preguntó ¿Qúe pasa, hay guerra?- Si, los indios, contesté yo sonriéndole...cheroquis, creo.

Ahora, que justamente se han empeñado en convertir nuestras jornadas laborales en gélidas peonadas administrativas o burocráticas y que, en consecuencia, llego a mi "pupitre" al filo de  las siete y media -como un relamido niño aplicado- he perdido el afán de sintonizar la radio. He perdido interés. No es que no me importe la actualidad, que también, sino que  no logro metabolizar el pulcro e irónico estilo de Alsina a esa hora y acabo sin prestarle la atención debida. Es como si hubiera perdido el apetito por el desayuno por el mero hecho de que a las siete y media no me entran ni un suquet de peix  ni un bocadillo de atún y sí, en cambio,  un buen café con leche y la tostada con aceite de oliva extra escuchando a Herrera.

Y la música; aquella permanente sociedad de Carlos Herrera con Jose Luis Salas, desde antes de las seis de la madrugadatan próxima, tan coincidente con mis gustos personales (la edad importa) y sobre todo con la memoria que reconcilia pasajes comunes aunque no necesariamente compartidos. Barcelona siempre queda como telón de fondo de muchas evocaciones y referencias que han cubierto cientos de  horas de programación radiofónica. De hecho, en algunas ocasiones, sintonizaba ondacero a través de internet desde su edición desde esa ciudad. Todo un ejercicio de masoquismo estéril. Escuchar la información y los anuncios comerciales de allí excitaba mi memoria y mis recuerdos de locales y lugares, en ese viejo desván arrinconados, siempre a la espera y a punto de un merecido rescate.

Y el profesor Rodriguez Braun con su hilarante interpretación para la adivinanza musical del día; no se la doy, se la canto.

Ese desamparo radiofónico me ha llevado a deambular por el díal desde muy temprano, desde la radio del coche, buscando un cobijo mínimamente satisfactorio; ni Cope, ni esRadio, ni Ser, ni Catalunya Radio; a esas horas, sólo me entraba el Herrera. Qué le vamos a hacer.


Es cierto que una vez sentado en mi puesto de trabajo, mi atención debería centrarse en asuntos más inquietantes y productivos. No es obstáculo la radio -nunca lo fue- y allí se queda su sonido, enganchado al oido como el ladrido de un perro lejano que acaba sin apenas escucharse. De vez en cuando, una señal horaria o un testimonio interesante recaba una mayor atención, pero el tono del escenario no siempre me sugiere prolongarla muy celosamente. 

Al final,  recurro a internet; me pego a "radio3 a la carta" y pincho aleatoriamente programas del archivo sonoro de esta cadena con la que crecí quince o veinte de los últimos treinta y pico años (los más lejanos). Y aparece Flor de pasión, con Juan de Pablos y recuerdo que lo escuchaba cuando vivía en Ferrol. Ahí sigue,  con su peculiar dicción, balbuceos explosivos incluidos, (parece que tenga siempre una peladilla en la boca) pero con su exquisita esencia musical. La sintonía de entrada del programa "Attends ou va-t'en"(2), de Paul Mauriat (ya me contaréis, Nico y Michel),  me lleva de paseo por la carretera que lleva a a las playas de Doniños y la de cierre, el "Azurro"(3)  de Adriano Celentano, por un imaginario viaje, por las antiguas carreteras de la Costa Dorada, alrededor de la Ciudad Residencial Imperial Tarraco, junto a un intenso azul mediterráneo al volante de un Renault Caravelle blanco, cabrio total, hace unas pocas tardes, en un tiempo ya vivido. Y entre una y otra un torrente de canciones de las cuales no hay video-clips y que recuperan el suelo original de nuestros recuerdos.



(1) https://www.youtube.com/watch?v=tTA5YWFAZRE&feature=player_embedded
(2) https://www.youtube.com/watch?feature=player_detailpage&v=eorNBv3zWzg  
(3) https://www.youtube.com/watch?v=HCyzGuipTd4&feature=player_detailpage



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