lunes, 4 de mayo de 2015

Demonios en la cabeza

Como cada día, se despertó de muy mal humor. Un nuevo día gris. Otra vez al colegio, otra vez la amargura de tener que sentarse en el pupitre y abrir los libros y los cuadernos de clase y aguantar la sucesión de entradas y salidas de profesores del aula, el interminable chorreo de cosas aburridas y las burlas de los compañeros.

Letal desde el pensamiento, desde hace mucho tiempo, decidió un buen día, digerida y asimilada la violencia de tantas pantallitas de videojuegos devoradas, dar un paso hacia adelante e intentar algo que fuera realmente definitivo. Con la suficiente carga de odio, munición especial, sabedor de que nadie está siempre alerta, excepto el propio mal, tenía que intentar liberarse de una vez por todas de esa pesada angustia; de esos demonios en la cabeza. 

Como tantos otros días empezó a guardar, a regañadientes,  la mochila, los cuadernos, la agenda en blanco, el bocadillo de la merienda, los deberes no hechos. Qué demonios pasarían por su cabeza de trece años para introducir también esos otros objetos con los cuales quería acabar de una vez por todas con sus enemigos. 

Sin prisa, arrastrando las puntas de las zapatillas fue deslizando sus pasos por la acera y llegó a la puerta del cole cuando ya sonaba la bocina de inicio de clases. Fue el último en entrar y estorbándose a sí mismo tomó asiento. Haciéndose notar, como siempre, fue sacando los libros, el estuche - que cayó al suelo dos o tres veces consecutivas- el cuaderno de mates....mucho ruido, muy molesto, resoplando con fuerza.

Habrá mucha violencia o despreocupación en el entorno familiar y probablemente falta un abrazo y unas palmadas en la espalda...solo son trece años. Es difícil, muy difícil. A menudo los padres también están cansados y tienen sus propios demonios y no quieren luchar, no desean esa guerrilla doméstica de portazos y voces destempladas; de palmetazos encima de la mesa y de cualquier tipo de objeto estrellado contra el suelo o la pared. Sube la tensión y se acelera el pulso y cuesta, pero la mejor terapia es tragar hasta doler la garganta y abrazar hasta casi asfixiar, hasta que brota el llanto desconsolado...sólo son trece años y demasiados demonios en la cabeza....que no se van, ahí siguen.

Lo que pone de manifiesto ese hecho y cuantas crónicas posteriores hemos podido leer en los días siguientes (espeluznantes, algunas de ellas) es que el sistema educativo actual no está capacitado para tratar niños con transtornos de déficit de atención e hiperactividad. Por contra y me parece muy loable el esfuerzo, ha sabido integrar en la enseñanza general los casos de alumnos que antes eran objeto de educación especial.

El TDAH es un asunto muy serio y el sistema educativo vigente no contempla ni establece criterios eficaces, dejando a la disponibilidad de los centros escolares, establecer una determinada pauta de actuación, normalmente apoyos puntuales en determinadas materias.

El verdadero problema no es exclusivamente educacional. Es cuestión de conducta, de afecto y de autoestima. A veces el detonante es el estudio, pero la mayor parte de las veces es la mala gestión de una frustración personal; un calcetín que se resiste a ponerse o quitarse, la etiqueta de una camiseta o un juguete que no funciona.

Créeme. Sé de lo que hablo. Muchas veces, un buen, sincero y prolongado abrazo aniquila muchos demonios. Que así sea!

Mientras este post cobra cuerpo y volumen (ignoro si también interés) aparece al otro lado, en Baltimore, Toya Graham, corriendo a collejas en la cabeza a su hijo adolescente, mandándolo para casa. Tal vez el método rasgue las vestiduras de nuestro correctismo político de dominguero y muchos cursis expertos en nuevas metodologías sociopedagógicas se habrán echado las manos a la cabeza. En este caso, llora el niño. Si no hubiera sido así, tal vez llorarían por una muerte absurda, la madre y sus hermanos. Nunca se sabe.

 

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