Un año más nos hemos lanzado, nunca mejor dicho, desde las cumbres nevadas del Pirineo Catalán. Partiendo desde Palma de Mallorca y por las especiales circunstancias que rodean el viaje en sí, más las condiciones personales, laborales y escolares, hay que programar y cerrar todas las reservas con mucha antelación. Capítulo especial lo constituye el desplazamiento. Valoradas todas las opciones e injustamente penalizados por la insularidad de Mallorca, nos resignamos al viaje en barco y llevarnos vehículo propio. En este punto es donde advertimos lo penosamente tratados que nos encontramos los mallorquines cuando queremos pasar el charco. Apenas dos compañias navieras. Una de ellas (Balearia), por una avería de última hora de uno de sus buques cancela la línea y se limita a devolver el importe de los billetes ya abonados, dejando a sus pasajeros en tierra, abandonados a su propia suerte y con la mera posibilidad de acoplarse en travesías de la otra compañía, arruinándoles sus vacaciones u otros asuntos de mayor gravedad y causándoles perjuicios económicos importantes. Por suerte no fue nuestro caso.
De vez en cuando un paseo por la cubierta del Sorrento,
un cascarón de Acciona que nos lleva hasta BCN. El oleaje es
intenso. No se si mar arbolada, marejadilla o marejada, pero cuando me asomo a
la cubierta, los rociones chocan violentamente contra el casco, trepan por la amura de estribor, empapan mi frente y vuelven a la mar dispersando espumajos hasta los diez y quince metros
del barco para diluirse mágicamente en el resto del agitado manto azul intenso. Vendrán mas olas durante toda la travesía. El
personal de la sala de proa ha ido desertando poco a poco, al tiempo que los rostros tornaban su color y se encaminaban a la palidez y a la descomposición de sus rasgos. Los más profesionales
en este tipo de viajes, después de llenar sus panzas alojan sus restos mortales
en camarotes o en las salas de butacas de ambas bandas. Queda el personal de
servicio de hostelería, retirando servicios y bandejas y proporcionando cubos y
fregonas ( y ahí te apañes - servicios infumables -) y unos pocos a los cuales
las olas no nos incumben. Leo, escucho música
- Lloyd Cole, con su Perfect Blue, -las primeras notas de armónica y percusión, sublimes- me parece muy indicado y me
relajo con la redacción de estas notas que tomarán cuerpo de blog, una vez
depuradas.
Sigue meciéndonos la mar agitada. Ahora Dire Straits, Why
worry. Una cadencia musical acompasada al ritmo de las largas lenguas del
oleaje, que chupetea libidinosamente el barco, casi con saña.
El viaje anual a la nieve es placentero pero muy exigente en su preparación y genera mucha tensión desde que
lo hacemos por nuestra cuenta, sin contar con agencia de ningún tipo.
Alojamiento, coche, remontes, cursillo de esquí para las niñas, material, etc. Parece
sencillo, pero hay que programarlo todo con mucha antelación y dejar siempre
algo de margen a la improvisación o un poco de margen de error que cabe en
cualquier viaje de este tipo. Sin ir más lejos, casi milagrosamente, logré embarcar mi coche, que el sábado anterior comenzó a
racanear potencia y resultó que tenía averiado el bombín de inyección de uno
de los cilindros (afortunadamente había plan "B"; gracias, María). Llegué a tiempo gracias a la amabilidad de Pau que dio
prioridad absoluta a la reparación. En lo climatológico, lo inquietante era la
previsión de un frente frío que tenía que barrer la península de norte a este
con duros y fríos vientos, agua, nieve y mar, mucha mar.
Biodraminas y
stugerones como dieta extra del viaje para las chicas y paciencia y mentalidad
positiva para papi porque nada más llegar a Barcelona hay que zamparse trescientos y pico kilómetros
nocturnos y con adversidades atmosféricas previstas en carreteras cuyo estado permanece en incógnita y en ningún caso se descarta la necesidad del uso de cadenas. El
margen de error calculado lo consumía el hecho de llegar a Puerto de destino con dos horas de retraso y
armarse de calma a sabiendas de que el pasaje del asiento trasero del Megane podía tolerar mal el viaje. Al final, sin paradas, llegábamos a Bossost, punto final del viaje,
veinte kilómetros más allá de Viella, pasada la una de la madrugada. Mala hora si tenemos en cuenta que a las diez
menos cuarto de la mañana siguiente las alumnas tenían que estar equipadas y, bastones en posición, listas para
su primera clase. Más vapor.
Al final logramos llegar a tiempo a todas las citas, pero el corazón bombeaba con
tal fuerza que parecía que iba a ser expulsado por boca y nariz.
Ya deslizo los esquíes sobre la nieve, pero miro hacia la montaña y un tupido muro de densísima niebla niega el acceso visual a las cumbres. Está nevando con cierta intensidad y nos dirigimos al primer remonte desconociendo si una vez lleguemos a la cota más alta seremos capaces de saber por dónde y cómo tenemos que bajar...vamos para arriba!
Ya deslizo los esquíes sobre la nieve, pero miro hacia la montaña y un tupido muro de densísima niebla niega el acceso visual a las cumbres. Está nevando con cierta intensidad y nos dirigimos al primer remonte desconociendo si una vez lleguemos a la cota más alta seremos capaces de saber por dónde y cómo tenemos que bajar...vamos para arriba!
La foto no es capaz de reflejar fielmente el fiero aspecto del final del telesilla
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