La exquisita crónica de la corresponsal de Ondacero en Oriente Medio, Jana Beris con la que desayuno cada día, suena exactamente igual que hace diez o quince años. Solo cambian los nombres propios de ese conflicto. El mismo tono de siempre, el mismo sonido lejano, la misma voz de congestión nasal, la misma tónica y desgraciadamente la misma esperanza. Judios y palestinos siguen librando, con sus treguas e interrupciones (ojalá esta sea de verdad), esta batalla de desgaste, de muerte, que apenas logra sobrecoger nuestra conciencia occidental cuando a uno u otro bando se le va de las manos un artefacto, un ataque con mortero, un misil...
Aquí en España tampoco es que varíe mucho la cosa. A la majadería en sede de redes sociales de un politicucho de un partido, le sucede la de otro del partido contrario. A una ocurrencia de un recién llegado al escenario, se contrapone el rancio rugido, que suena más como un eructo ordinario, de un viejo león del zoo que apenas abre ya su boca para bostezar, presa de su propio tedio.
En suma, nos van recolocando en la conocida rutina de un nuevo curso político, académico, escolar, laboral, y así. Puestos a elegir preferiría la rutina de chanclas y bañador y si acaso, un breve y leve vistazo a los titulares de los digitales que es como leer el periódico en el metro; un traqueteo constante que no te permite leer la letra pequeña y así te libras de tragarte las conclusiones de quien cargó el texto con sus opiniones personales.
Como una aislada maceta de geranios sobre la fiola de una terraza. Así es como quedamos expuestos a todas las inclemencias de la información que nos llega a cada instante; la tele, la radio, el periódico, el wpp del móvil, de la prensa de aquí, de la de Sevilla, de la de Madrid, de la de Dubai, de la de Ferrol, de la de Londres. Nos dan por todos lados y debemos preocuparnos, además, por todo este torrente de información que llega a los dispositivos de nuestros hijos, de los intercambios de sus propias emociones, plasmadas ya, tan jovencitas, en encriptados mensajes, fulanita tal, meganita cual, ahora todo corazones y dentro de un rato todo flechas y dardos, todo ello "emoticonado".
Me acecha una adolescencia consanguinea que me obligará a dormir con los ojos bien abiertos; aleeeerta!!!, que dicen por aquí. Me hago mayor y a pesar de esta rutina de entretiempo me siento vulnerable. El simple gesto de encender el televisor a las nueve de la noche y esperar el breve resumen de las noticias del día, me obliga a mirar de reojo a mis costados, comprobar si alguna de mis hijas está también atenta a lo basura que nos van a echar encima de nuestra alfombra afgana, desde el plasmón HD (con todo detalle, con toda la sangre y violencia) y me preparo a responder con sutilezas o subterfugios a la consiguiente pregunta; ¿que ha pasado? ¿que han hecho? ¿quien es ese señor?, etc.
Y...¿qué les contestas? ¿qué les dices?
"Cómo hablar, si cada parte de mi mente es tuya,
y si no encuentro la palabra exacta, cómo hablar....,"
Aquí en España tampoco es que varíe mucho la cosa. A la majadería en sede de redes sociales de un politicucho de un partido, le sucede la de otro del partido contrario. A una ocurrencia de un recién llegado al escenario, se contrapone el rancio rugido, que suena más como un eructo ordinario, de un viejo león del zoo que apenas abre ya su boca para bostezar, presa de su propio tedio.
En suma, nos van recolocando en la conocida rutina de un nuevo curso político, académico, escolar, laboral, y así. Puestos a elegir preferiría la rutina de chanclas y bañador y si acaso, un breve y leve vistazo a los titulares de los digitales que es como leer el periódico en el metro; un traqueteo constante que no te permite leer la letra pequeña y así te libras de tragarte las conclusiones de quien cargó el texto con sus opiniones personales.
Como una aislada maceta de geranios sobre la fiola de una terraza. Así es como quedamos expuestos a todas las inclemencias de la información que nos llega a cada instante; la tele, la radio, el periódico, el wpp del móvil, de la prensa de aquí, de la de Sevilla, de la de Madrid, de la de Dubai, de la de Ferrol, de la de Londres. Nos dan por todos lados y debemos preocuparnos, además, por todo este torrente de información que llega a los dispositivos de nuestros hijos, de los intercambios de sus propias emociones, plasmadas ya, tan jovencitas, en encriptados mensajes, fulanita tal, meganita cual, ahora todo corazones y dentro de un rato todo flechas y dardos, todo ello "emoticonado".
Me acecha una adolescencia consanguinea que me obligará a dormir con los ojos bien abiertos; aleeeerta!!!, que dicen por aquí. Me hago mayor y a pesar de esta rutina de entretiempo me siento vulnerable. El simple gesto de encender el televisor a las nueve de la noche y esperar el breve resumen de las noticias del día, me obliga a mirar de reojo a mis costados, comprobar si alguna de mis hijas está también atenta a lo basura que nos van a echar encima de nuestra alfombra afgana, desde el plasmón HD (con todo detalle, con toda la sangre y violencia) y me preparo a responder con sutilezas o subterfugios a la consiguiente pregunta; ¿que ha pasado? ¿que han hecho? ¿quien es ese señor?, etc.
Y...¿qué les contestas? ¿qué les dices?
"Cómo hablar, si cada parte de mi mente es tuya,
y si no encuentro la palabra exacta, cómo hablar....,"
("Cómo hablar". Amaral)
(P.D. Pedro y Lola; sé que la vais a escuchar ipso facto. Yo, también, pero la versión que grabó con Antonio Vega, a pesar de la actual polémica suscitada con las pobres tortuguitas de su videoclip de "Hacia lo salvaje", que nada tiene que ver con lo hecho anteriormente) Rectifico, mi Lola!
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