lunes, 15 de septiembre de 2014

La ruta de la piedra y del agua

"Mouchos, coruxas, sapos e bruxas;
demos, trasnos e diaños;
espíritos das neboadas veigas,
corvos, pintegas e meigas;
rabo ergueito de gato negro
e todos os feitizos das menciñeiras..."


No cabe duda de que hay una magia en Galicia que no se da en otras regiones de España. Prueba de ello es el perfecto encaje de estos conxuros en cualquier tipo de celebración en la que se de la masiva presencia (o a veces, ni tan siquiera hace falta) de buenos gallegos. Una boda, por ejemplo, y tras la comida,  una buena queimada y más, si ya es de noche, la llama del aguardiente, "a lume", da lugar a la escenificación del conxuro. Si, reteniéndolos en la memoria, y dejándote llevar por la belleza del bosque gallego, paseas por uno de ellos, te das cuenta de la existencia de esa magia tan especial.

Con motivo de nuestro reciente viaje por las Rias Baixas, nos dejamos seducir por una especial sugerencia que descubrí fortuitamente  en uno de mis habituales paseos virtuales por la prensa digital: la ruta de la piedra y del agua,  un corto itinerario  paralelo al rio Armenteira, entre Barrantes y el Monasterio de Armenteira (s.XII), en la comarca del Salnés, cuna del albariño, que va recorriendo un frondoso bosque de abedules, robles, eucaliptos, laureles, sauces y castaños, intercalados entre viejos y abandonados molinos de piedra. El aroma de tan variada vegetación, el sonido de la corriente y los saltos del agua, a medida que se va escalando la ruta, acompaña al senderista hasta el busto de Gonzalo Torrente Ballester: "A mi, la literatura nadie me la enseñó. La descubrí una vez como en la curva de una rama de abedul el espíritu del bosque columpiándose y riendo"




Y al final de ese camino, la serena visita al Monasterio, respetando el sigilo y el silencio de sus muros, de su claustro, casi sobrecogidos por la soledad -únicos visitantes, nosotros- pensando en la historia de sus piedras.




Queda volver a disfrutar del mismo recorrido en  el camino de vuelta, después de la excelente comida casera en uno de los locales abiertos en el exterior; caldo gallego y sendos guisos de ternera y de gallo de corral, tiernos y suculentos, buen pulpo y albariño de la casa.


  
Volver a Galicia, después de una inacabable espera de tres años supone, en mi ámbito familiar, el reencuentro con un compendio de tradiciones, con sus imágenes consolidadas año tras año, con sus gestos aprendidos y sujetos ya a nuestra memoria, con hábitos que encierran el afecto por una tierra, un aroma y un sabor del que cuesta mucho separarse.

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