lunes, 22 de septiembre de 2014

Con lluvia, no hay tenis.

Mirando a través  de los cristales, desde primera hora de la mañana, parece difícil que se confirme la previsión de tormenta -alerta naranja- sobre Baleares. El caso es que con esa amenaza, los planes de la semana quedan supeditados a las posibles consecuencias de la lluvia. Y es que en Mallorca, cuando llueve, lo hace con ganas. Si con cuatro gotas el tráfico se colapsa, especialmente en las zonas y horarios de entradas y salidas de clase, cuando diluvia, parece el fin del mundo. El alcantarillado no es capaz de gestionar el volumen de agua caída, los semáforos sucumben y la ciudadanía, poco habituada a las precipitaciones, se desorienta en el caos circulatorio.

Aparece el paraguas y se incorpora a la mochila escolar e impartimos las instrucciones para que, si se da el caso, a la salida del cole, no perdamos la compostura, que al fin y al cabo, sólo es agua, que a veces, parece que llueva aceite hirviendo y perdemos los papeles. 

Al final, como siempre, o cae mucho más de lo que estaba previsto o bien no cae ni una gota y he cancelado inutilmente mi partida de tenis y se me queda cara de bobo, imaginándome tristemente deslizando mis pies por encima de la arcilla seca y polvorienta y llegando a la bolita que me ha lanzado el bueno de Antonio, mi contrincante de los lunes. Y eso me sienta muy mal.

El tenis, por encima de otras valoraciones, es la esponja con la que empapo y escurro mis hostilidades y mi males. Si no hay tenis, algo se me queda en la cabeza y tensiona mis ánimos. Necesito pelear por lo menos dos horitas y rendirme físicamente al final del partido, nunca antes. La mente se refresca, la tensión desaparece y mis piernas trabajan y hacen trabajar al corazón.

En fin, puestas así las cosas, espero que llueva, que caiga la suficiente agua como para justificar que hoy, siendo lunes, la raqueta se quede en el maletero del coche. A ver si el miércoles....

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