martes, 1 de abril de 2014

Transición. Sin chistar ni un sólo lamento.

La historia, que es muy caprichosa, nos ha proporcionado un guiño que no deja de ser curioso. El funeral de Estado por Adolfo Suárez se ha producido un día antes del setenta y cinco aniversario de la finalización de nuestra Guerra Civil. 


Esos son, diez años arriba y unos pocos abajo, los que tiene la generación de mis padres. A ellos, siendo muy niños, les tocó sufrir en sus propias carnes los bocados y dentelladas fraticidas de la guerra. Vivieron  el horror del fraccionamiento y la separación de sus familias y la pérdida de padres y hermanos. También padecieron los años de angustia, carencias y necesidades insatisfechas de la posguerra. Crecieron en la dificultad y escasez de todo lo básico. La guerra les robó la infancia y la adolescencia. Se vieron obligados a madurar a golpe de penurias y pan duro. Con notable sacrificio y muchos de ellos sin chistar ni un lamento, vieron salir el sol y construyeron su propio hogar sin más ayuda que su propio esfuerzo. Criaron a sus hijos con abnegada generosidad, hurtando a las horas de sueño el tiempo necesario para seguir estudiando y trabajando para poder llevar a casa pan caliente y leche.

Desde 1976 empezaron a digerir que había que construir un nuevo Estado, donde cupieran todos los españoles, donde quedaran enterrados para siempre  odios y resentimientos. Con la misma disciplina con la que aprendieron a vivir en la nada del 39, acataron el perdón y la conciliación como puente hacia un futuro en el que sus hijos no tuvieran que vivir nada parecido a lo que a ellos les toco sufrir. 

Según parece el artífice de este exitoso viaje fue Adolfo Suárez. Yo no estoy del todo de acuerdo. Los que hicieron eso posible fueron nuestros padres. Y lo siguen siendo. Sigue callada mi madre, meciéndose en sus propios recuerdos, resignándose a no chistar ni un sólo lamento por todo cuanto perdió hace más de setenta y cinco años, pese a que algunos se empeñen en traer a la tardía sobremesa asuntos y pendencias que reabren las heridas sobre las cuales se comprometieron a no volver a hacerse reproches. 

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