martes, 22 de abril de 2014

Todos los caminos conducen a ......Sóller

Hay algunos que dicen, que todos los caminos conducen a Roma, parafraseando a Aute, y es verdad porque el mío, me lleva... al valle que lo nombra. Ayer me llevó de nuevo a Sóller en un lunes bloggero, sin blog de los lunes. Cuanto más se repiten mis incursiones en este mágico valle, más me gusta. Estoy adquiriendo una saludable adicción a este atracón de naturaleza viva e intensa. Este valle, esta sierra, es para pasearla sin prisa, pero con pausas, parando en cada recodo, en cada "marjada" y echar la vista atrás, cuando ya se ha subido lo suficiente como para apreciar que la brisa que envuelve al caminante se torna fresca, a pesar de que la temperatura, por encima de los veinte grados en esta época del año, hace que empiece a sobrar mucha de la ropa que llevamos puesta. 




Allí abajo, a nuestros pies, Fornalutx parece el pueblecito de un "belén", dibujadas sus casitas de piedra en el gran olivar que lo rodea y cubierto en la alturas por pinares que no acaban nunca. Y el mar azul, al fondo, cubierto por brumas lejanas e inofensivas.




Si miramos hacia arriba, la majestuosidad de los "penyales" que coronan toda la sierra, transforman la fatiga de las piernas en un persuasivo estimulante para seguir subiendo, haciendo que nos despreocupemos de las cuitas diarias, de los peldaños que subimos cada día de forma rutinaria, cuando estamos tan alejados de esta maravilla de la naturaleza.




Era, además, una jornada rendida a la amistad de Javier y Marga, que nos atrae desde el otro lado del túnel. Esa que parece adormilada por las exigencias particulares de nuestras respectivas, alocadas y absurdas carreras contrarreloj, con hijas y sus mochilas, uniformes, guitarras y violines, clases, libros y cuadernos. Ese día a día que tiene de positivo permitirnos apreciar, en jornadas como la de ayer, que la vida tiene siempre oculto un regalo diario, que hay que saber encontrar y, por supuesto, saber disfrutar.


El "arrocito de marisco y huerta" -tirabeques y alcachofas- delicadamente mecido sobre las ascuas por la mano experta de Javier, compañero infatigable de Marga en los pesares diarios de la prole, era el punto de excelencia gastronómica que faltaba para proclamar con rotundidad, el éxito de la jornada. Un poquito de cava y unos postres exquisitos, nos empujaron con entusiasmo a visitar otro "olivaret" en la ruta hacia el puig de L'Ofre, que algún día  coronaremos.



Desde  "l'olivaret",  el Penyal des Migdía. 1440 metros de altitud.

Por el camino, hurtamos a la "marjada" unos brotes de esparraguera que, olvidados al final del día, en el fondo del "zurrón pixelado afgano" acabaron, bañados en huevo, en la sartén.


Para rematar el día, gracias a la generosidad de María, madre de Marga, llené mis pulmones del perfume de azahar de su huerto, entre frondosos naranjos y el más bonito "cirerer" del valle, que muestra con noble orgullo, cuya ultima contemplación nos acompaña hasta la misma boca del túnel que nos devuelve a Palma.



El Puig de L'Ofre, 1091 metros de altitud.

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