lunes, 13 de enero de 2014

El pajarito de colores

Tenía ya la bandeja entre mis manos,  con todas las viandas que había tomado del autoservicio, cuando en mi pecho sonó el timbre de una llamada telefónica. Con cierta calma y mucha curiosidad,  deposité la bandeja en la primera mesa que encontré, muy cercana a la puerta y me dispuse a contestar. Mi expresión de incredulidad debió sorprender también a los comensales más cercanos, testigos de la situación.

Tras unos momentos de incertidumbre,  decidí que no era momento para titubear (no es que me faltaran motivos). Ya cenaría mas tarde, en cualquier momento del resto de la noche.

Bajo la única estrella que brillaba en todo el firmamento, tomé el camino que me llevaba de vuelta a mi despacho. Apenas media hora antes, lo había abandonado con la intención y necesidad de cenar. 

Desde el teléfono de mi despacho debía hacer una importante llamada. Aunque era yo muy reticente y no me hacía ni pizca de gracia, no tenía más remedio; el buen fin de la misión lo requería.

La conversación se desarrolló por unos cauces inverosímiles y a cada minuto que pasaba,  mayor perplejidad me causaba su tono y su timbre, amén de una ira incontenible que iba creciendo a medida que seguía escuchando toda la serie de majaderías que iba escupiendo mi interlocutor telefónico.

Desgraciadamente, sólo en lo personal, el viejo pajarito de colorido plumaje (algunas de sus plumas, cursimente teñidas), se salió con la suya. La ventaja no se lo proporcionaban, creo yo,  ni la razón ni  el entendimiento, sino su dorado y entorchado status. Vete a saber si....

Al final, su afición a las piruletas de whisky o de coñac, o de anís del mono, convirtieron al pajarito de colores en un auténtico "friqui",  como esos que se cuelan en comidas a las que no están invitados y donde se despliegan prolongadas sobremesas junto al botellerío y, muy problablemente, se despachan chistes gruesos y mal contados. Ni una sola reprimenda le costó ni esa ni  otras bochornosas aficiones y hábitos y logró llegar a su casa  sin nada más colorado en su cara que su naríz (es decir, su pico).

Finalizada la conversación y satisfecho por mi trabajo a  pesar del mal sabor de boca que me dejó aquel contacto, regresé a por mi cena.

La única estrella del firmamento seguía brillando, tal vez con más fuerza, puesto que por sí sola, iluminó mi camino y me seguirá acompañando, espero, para siempre, hasta que yo también llegue a mi propia casa.

Misión cumplida, pajarito. ¿Y tú?


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...