lunes, 27 de febrero de 2023

Icono de adolescencia

 - ¿Y no me dices nada de Raquel?

- No. Lo siento. Tal vez estaba despistado. 

Se nos están yendo nuestros mitos eróticos de la adolescencia. El cuerpo: sus fotografías, siempre con ropa, en actitud insinuante y dejando ver poco más que el canalillo las contemplábamos como si fuera un bálsamo de paz en el que sofocar los ímpetus propios de nuestra edad.

- Era muy guapa. Y estaba cañón.

No recuerdo haberla visto en ninguna película a pesar de que, repasando la necrológica, se dice que figuraba en el reparto de un bodrio de la época: Hace un millón de años.

- Sí, es cierto. La vimos. Tal vez fuimos al cine con papá o la vimos en televisión. Era muy mala -la peli-.

- ¿Te acuerdas del movimiento artificial de los dinosaurios? Los efectos especiales de aquella época del cine eran lamentables. Durante un tiempo cuando jugábamos a pelearnos lo hacíamos con movimientos articulados inverosímiles, atacándonos con las manos como garras y girando el cuello como aquellos muñecones y abriendo la boca como fieras. El movimiento similar al de los marionetas animadas de esa época.

- Era muy guapa, cañón. Esa foto icónica que todo adolescente de la época tiene en su mente, sex-simbol de toda una generación -la nuestra- cuyos brazos y piernas crecían mucho más rápido que lo que se tardaba en reponer camisas, jerseys y pantalones en El Dique Flotante. Eso, si no tenías que esperar a heredar los de tu hermano mayor...pocas veces se estrenaba. 

Cuando hojeábamos una revista de chismorreos siempre nos pedíamos las chicas guapas que salieran en las fotos -incluyendo publicidad- como novias, para llevarlas a la playa o a la piscina y pasar una tarde con ellas, o para llevarlas a cenar en un impresionante descapotable (hoy, cabrio). 

Aquí, en esa época, todo era mucho más bizarro: O Nadiuska o Susana Estrada, o sea, o la seda de Holliwood o el pantalón de pana de Prado del Rey, o el Levis 501 de Nueva York etiqueta roja o el Lois de Sans.

- Tal cual.


lunes, 20 de febrero de 2023

El güisqui con mucho humo

Pues efectivamente, el güisqui, como el del chiste:

- Oye, a tí, ¿cómo te gusta el güisqui?

- A mí, con p...,s  y mucho humo.

Se está despachando la aniquilación de un Estado (qué larga se me está haciendo esta legislatura) y sobre una panorámica inquietantemente distópica destacan columnas de humo que se elevan desde la superficie. Solo falta la música tenebrosa, que no tiene por qué ser necesariamente mala. Valdría un  himno ya evocado aquí en otras ocasiones, el afamado The End, de The Doors, de la mítica Apocalypse Now. Total, el efecto especial es muy coincidente: bastaría añadir el aroma del napalm por la mañana. Cada cosa a su tiempo, todo llegará.

Esa metafórica imagen, que sorprende a mi vista todos los días cuando sirvo el desayuno al gato que vive en casa, es la que acompaña al eco de las noticias que suenan en la radio de la cocina. Una permanente sucesión de humaredas amueblan mi visión del skyline. 

Cuando no es el humo de la ley del "sí es sí", es el de la ley de lo trans, o la del aborto, o .... O bien, ahora, de lo que más se habla es del barçagate. Humo, humo, humo, como el villancico pero todo el año y por no hablar, pese a la terrible gravedad de los hechos humeantes, de la desastrosa realidad de la situación económica, social y política que nos ha tocado vivir.

The End


lunes, 13 de febrero de 2023

El vuelo de Marcos (con música de Burt Bacarach)

Era 1983. El Barça todavía era incapaz de llevar a sus vitrinas la ansiada Copa de Europa y -hay que reconocer los hechos- celebraba como éxitos existenciales las ligas (escasas), las copas y las copas de ferias. Y por supuesto, como muestra de excelencia -el oro de los pobres-, una victoria ante su máximo rival.

En esa época todavía vivía yo en Barcelona y era asiduo de las tardes de fútbol en el Nou Camp. Como ya dije con anterioridad, desde mi asiento en una de las gradas bajas (cubiertas), desde pequeñito, junto a mi padre había visto jugar a todos los jugadores cuyos cromos atesoraba e intercambiaba con mis compañeros de colegio. Corrían por la banda al alcance de mi mano Rexach, Rifé, Ramos, Marcial, Pérez y un largo etcétera de las alineaciones que recitábamos de memoria. Y había visto debutar a Cruyff con la camiseta azulgrana, frente al Granada. Y luego a Maradona, más tarde a Schuster, a Simonsen, a Archibald...

Aquel 83, final de la Copa del Rey ante el máximo rival. Creo que se jugaba en La Romareda (Zaragoza) e imagino que la rivalidad había condicionado tensión suficiente como para que ambos equipos estuvieran dispuestos a vender muy cara la derrota. 

En los últimos instantes de aquella retransmisión, en blanco y negro y con el tono anodino habitual del locutor de turno, Julio Alberto se desprendió de la férrea marca del defensa y llegando a la línea de fondo, con aquella izquierda enguantada dibujo un centro perfecto que, tal vez, parecía largo. Pasado el segundo palo apareció la silueta voladora de Marcos Alonso que en escorzo imposible y giro inverosímil de su cabeza alcanzó el balón para alojarlo en la portería del Madrid.

Schuster, atento testigo de la evolución de la jugada y casi sobre la línea de cal de la portería, contempló atónito, como todos los espectadores, que la pelota iba para adentro.

Tal era la tensión, la rivalidad, los temores y los miedos que, en liberación de todo ello, ejecutó aquel visible y ostentoso corte de mangas al portero y resto del equipo del Madrid mientras corría como un loco para abalanzarse sobre Marcos Alonso.

Fue una butifarra  de consumo colectivo, el de toda la afición del barça, herida por sus propios fracasos históricos, pero eufórico por aquella victoria.

El héroe fue Marcos Alonso. El villano, Schuster, que, curiosamente, creo que la temporada siguiente acabó fichando por el Real Madrid. Ya no volvería jamás a romperse los brazos.

Volverá a volar Marcos Alonso y la banda sonora correrá a cargo de un elegante compañero de viaje: Burt Bacarach. Su música forma parte del cordón umbilical que nos une a la generación de nuestros padres. Queda la ardua tarea de explicar a las nuevas generaciones lo difícil que era entonces que el Barça ganara títulos y lo que es música. No sé si merece la pena tanto esfuerzo

lunes, 6 de febrero de 2023

Comer, sí, pero bien.

Comer es un placer. Cierto. Pero lo es de manera muy especial, al menos eso es lo que a mí me parece, si además de tener gusto por la buena cocina se es capaz de combinar sobre una cazuela o sartén cuatro o cinco ingredientes y se sirve en un plato que sea digno de ser retratado.

Empecé, muy joven, perdiéndole miedo a los fogones. Entonces, esos fogones eran los de una vieja cocina Fagor en la que se habían cocinado miles de recetas domésticas por unas manos cálidas y expertas capaces de guisar todos los días, sin librar ni al mediodía ni por la noche, para toda la familia (hasta siete comensales). Aquellas mismas manos, antes de enfrentarse a las llamas de los quemadores, habrían envuelto cincuenta o sesenta croquetas de tamaño de verdad pero de vida efímera y consumo inmediato. Pocas veces se presentaba la ocasión de comer, a media tarde y a hurtadillas las que hubieran sobrado. Con lo buenas que están esas croquetas frías y un tanto deshinchadas pero con la bechamel aún cremosa.

Recuerdo la inmensa cazuela de barro en la que mi madre igual confeccionaba un primoroso arroz de pobre que un pollo a la campurriana que cortaba el aliento.

Aquellas sabias y cálidas manos también preparaban, entre otras exquisiteces cotidianas, una excelente escudella y carn d'olla con la imprescindible presencia de la pilota. Sabores que se han ido extraviando de las rutas que nos han llevado a estos días pero que permanecen inalterables en la memoria, como la longitud del viejo tobogán o la altura del columpio de nuestra primera escuela.

Huérfano de aquellas recetas fui descubriendo el gusto por la cocina a medida que me saturaba cada día más la rutina de comer de restaurante o en casas de comidas para resolver la necesidad de comer entre el trabajo y la universidad.

Me lancé a lo más sencillo y llegué a comerme muchas bazofias perpetradas por mi torpeza hasta que logré alcanzar el punto de los arroces y otros guisos.

No es tan difícil y me ha proporcionado muchas satisfacciones cuando, enfrentado a comensales de morro fino, en la mesa de casa, queda vacía la fuente y solo queda el recurso de echar mano de la miga de pan para dejar el plato sin necesidad de aclarado previo al lavavajillas.

Da gusto comer bien y dar de comer (bien).

Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...