- ¿Y no me dices nada de Raquel?
- No. Lo siento. Tal vez estaba despistado.
Se nos están yendo nuestros mitos eróticos de la adolescencia. El cuerpo: sus fotografías, siempre con ropa, en actitud insinuante y dejando ver poco más que el canalillo las contemplábamos como si fuera un bálsamo de paz en el que sofocar los ímpetus propios de nuestra edad.
- Era muy guapa. Y estaba cañón.
No recuerdo haberla visto en ninguna película a pesar de que, repasando la necrológica, se dice que figuraba en el reparto de un bodrio de la época: Hace un millón de años.
- Sí, es cierto. La vimos. Tal vez fuimos al cine con papá o la vimos en televisión. Era muy mala -la peli-.
- ¿Te acuerdas del movimiento artificial de los dinosaurios? Los efectos especiales de aquella época del cine eran lamentables. Durante un tiempo cuando jugábamos a pelearnos lo hacíamos con movimientos articulados inverosímiles, atacándonos con las manos como garras y girando el cuello como aquellos muñecones y abriendo la boca como fieras. El movimiento similar al de los marionetas animadas de esa época.
- Era muy guapa, cañón. Esa foto icónica que todo adolescente de la época tiene en su mente, sex-simbol de toda una generación -la nuestra- cuyos brazos y piernas crecían mucho más rápido que lo que se tardaba en reponer camisas, jerseys y pantalones en El Dique Flotante. Eso, si no tenías que esperar a heredar los de tu hermano mayor...pocas veces se estrenaba.
Cuando hojeábamos una revista de chismorreos siempre nos pedíamos las chicas guapas que salieran en las fotos -incluyendo publicidad- como novias, para llevarlas a la playa o a la piscina y pasar una tarde con ellas, o para llevarlas a cenar en un impresionante descapotable (hoy, cabrio).
Aquí, en esa época, todo era mucho más bizarro: O Nadiuska o Susana Estrada, o sea, o la seda de Holliwood o el pantalón de pana de Prado del Rey, o el Levis 501 de Nueva York etiqueta roja o el Lois de Sans.
- Tal cual.