lunes, 18 de julio de 2022

Memoria en Blanco

Los recuerdos de los veranos suelen ser siempre placenteros y buenos para rescatar de la memoria. A menudo, llegados a estas fechas nos brotan las cosas de la niñez o de la adolescencia: el sabor de un melocotón jugoso o el último bocado que quedaba en el palo de madera del polo de limón. Entre otros factores, el calor se convierte en una catapulta que nos proyecta a aquellos años en los que, por supuesto, el aire climatizado no estaba al alcance de prácticamente nadie y el ventilador de casa (solo había uno) repartía rachas de aire algo más fresco con su movimiento oscilatorio. Estaba rigurosamente prohibido apoderarse en exclusiva de las corrientes de sus aspas impidiendo que circulara hacia el resto de los sofocados. Al final echábamos mano del abanico o del pay-pay o de una simple cartulina con cierta rigidez.

Cuando ya teníamos edad de zascandilear hasta altas horas de la madrugada, al regresar a casa en el silencio de la noche solo se escuchaba el rotor giratorio del ventilador en el cuarto de mis padres. Nuestros cuerpos sudorosos (y resacosos en muchas  ocasiones) tras la farra nocturna se desplomaban en profundas fosas y entonces ya no importaba tanto el calor, mientras retumbaba todavía en los oídos los zambombazos de la última canción en la discoteca.


Ni nuestra  juventud ni otros objetivos particulares impidieron que fuéramos testigos de cargo de innumerables y excepcionales acontecimientos de los ochenta y noventa. A las generaciones actuales, y pese a que muchos jóvenes lo desconocen, esas décadas han sido claves para poder disfrutar, hoy en día, de las secuelas de todo lo que entonces pasó. Como un fondito gratis, han recibido las rentas de lo que otros ahorraron o, en cualquier caso, no dilapidaron. Ese legado que disfrutan con desprecio del sacrificio que le supuso a anteriores generaciones lo toman como si hubiera sido su deber y ahora el menú no les gusta o se ponen a reinventar o reescribir aquella historia con el desparpajo de quien cree que ha descubierto la penicilina. 

Uno de los más crueles sucesos fue el asesinato de Miguel Ángel Blanco, recordado hace unos días (siempre) con ocasión del vigesimoquinto aniversario. No había móviles entonces y de las noticias, buenas y malas, te enterabas al poner la radio de la cocina mientras te despachabas un gazpacho fresquito o una ensaimada recién comprada en el horno del barrio antes de irte a dormir. Muchos recordamos esa barbaridad con dolor porque lo vivimos con angustia, al principio, e indignación al final. Otros lo han borrado intencionadamente de sus memorias (mucho han tenido que frotar, o tal vez no) y su esfuerzo ha sido clave para que muy poquitos españoles nacidos con posterioridad sean conscientes del terror con el que se vivía en ciudades y pueblos de España. 

Y ahora parece que todo es gratis total.

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