lunes, 25 de julio de 2022

Bendita resignación

Está en boca de todos y si te asomas al monitor de televisión (cosa que trato de evitar a toda costa) es la noticia que abre todos lo informativos: la ola de calor.

A pesar de que también en Baleares la estamos padeciendo, creo que podemos sentirnos unos auténticos privilegiados. Lo dicen los que vienen de la península a repostar salud y vacaciones unos pocos días en la orilla mediterránea: no hay tregua ni siquiera por las noches.

Hemos incorporado a nuestro lenguaje de ascensor términos tan inusuales hasta ahora como noches tropicales, estrés térmico y otras lindezas de los profesionales de la información meteorológica, esas siluetas parlantes que se crecen como gigantes ante un mapa térmico agudo de la península (suelen ocultar a la vista de los baleares el perfil de nuestro archipiélago). Sí, se vienen arriba y con aspavientos apocalípticos nos anuncian el armagedón que nos viene este verano y los que sucesivamente vengan si logramos sobrevivir.

Nada de helados ni de terrazas fresquitas a la sombra de una espesa arboleda. Persiana abajo y abanico. Las noches a la fresca se han borrado del imaginario popular y han pasado a integrarse en esa leyenda urbana que cuesta hacer creer a nuestras proles. ¿De verdad que por la tarde os echábais un jersey por encima de los hombros?

Mientras esta inacabable ola interrumpe por muchos días o no su insaciable castigo, lo realmente preocupante es que ese mapa encarnado de la actualidad viene acompañada, además, de un fuego real que arrasa la cada vez menor capa forestal que cubre (cubría) provincias que aprendimos en verde en nuestros años colegiales. Eso sí que es un drama y no, al fin y al cabo, que no puedas dormir plácidamente con la ventana abierta sin temor a sucumbir ahogado en tus propios vapores.

Afortunados los que podemos resignarnos con el pequeño alivio que proporciona la orilla del mar.

Ya nos quejaremos del frio.

lunes, 18 de julio de 2022

Memoria en Blanco

Los recuerdos de los veranos suelen ser siempre placenteros y buenos para rescatar de la memoria. A menudo, llegados a estas fechas nos brotan las cosas de la niñez o de la adolescencia: el sabor de un melocotón jugoso o el último bocado que quedaba en el palo de madera del polo de limón. Entre otros factores, el calor se convierte en una catapulta que nos proyecta a aquellos años en los que, por supuesto, el aire climatizado no estaba al alcance de prácticamente nadie y el ventilador de casa (solo había uno) repartía rachas de aire algo más fresco con su movimiento oscilatorio. Estaba rigurosamente prohibido apoderarse en exclusiva de las corrientes de sus aspas impidiendo que circulara hacia el resto de los sofocados. Al final echábamos mano del abanico o del pay-pay o de una simple cartulina con cierta rigidez.

Cuando ya teníamos edad de zascandilear hasta altas horas de la madrugada, al regresar a casa en el silencio de la noche solo se escuchaba el rotor giratorio del ventilador en el cuarto de mis padres. Nuestros cuerpos sudorosos (y resacosos en muchas  ocasiones) tras la farra nocturna se desplomaban en profundas fosas y entonces ya no importaba tanto el calor, mientras retumbaba todavía en los oídos los zambombazos de la última canción en la discoteca.


Ni nuestra  juventud ni otros objetivos particulares impidieron que fuéramos testigos de cargo de innumerables y excepcionales acontecimientos de los ochenta y noventa. A las generaciones actuales, y pese a que muchos jóvenes lo desconocen, esas décadas han sido claves para poder disfrutar, hoy en día, de las secuelas de todo lo que entonces pasó. Como un fondito gratis, han recibido las rentas de lo que otros ahorraron o, en cualquier caso, no dilapidaron. Ese legado que disfrutan con desprecio del sacrificio que le supuso a anteriores generaciones lo toman como si hubiera sido su deber y ahora el menú no les gusta o se ponen a reinventar o reescribir aquella historia con el desparpajo de quien cree que ha descubierto la penicilina. 

Uno de los más crueles sucesos fue el asesinato de Miguel Ángel Blanco, recordado hace unos días (siempre) con ocasión del vigesimoquinto aniversario. No había móviles entonces y de las noticias, buenas y malas, te enterabas al poner la radio de la cocina mientras te despachabas un gazpacho fresquito o una ensaimada recién comprada en el horno del barrio antes de irte a dormir. Muchos recordamos esa barbaridad con dolor porque lo vivimos con angustia, al principio, e indignación al final. Otros lo han borrado intencionadamente de sus memorias (mucho han tenido que frotar, o tal vez no) y su esfuerzo ha sido clave para que muy poquitos españoles nacidos con posterioridad sean conscientes del terror con el que se vivía en ciudades y pueblos de España. 

Y ahora parece que todo es gratis total.

lunes, 11 de julio de 2022

Fábrica de héroes

Desgraciadamente somos una sociedad condenada a seguir fabricando héroes. Hay mucha chusma en la calle, mucha falta de respeto, mucha desobediencia organizada y mucha resistencia a la autoridad. Y por supuesto, lo peor, muchos medios convenientemente engrasados, encargados de blanquearlo todo. 

La razón de todo eso, a mi juicio, es la falta de educación. La permanente cascada de distintos sistemas educativos de los últimos treinta años se ha centrado, si acaso, en la formación académica, cada vez mas edulcorada, descafeinada, asequible y en muchas ocasiones interesadamente sectaria por barrios. Entre otras carencias, la mayoría de esos sistemas, amparados por la correspondiente ley orgánica, ha abandonado por completo el aspecto más importante: la educación. Cosa de los padres, vale. ¿Pero quién educó a los padres?

Estigmatizada por una visión progre y blandiendo como argumento la libertad que antes faltaba (en general), nos hemos olvidado, entre otras cosas, del respeto a las personas mayores, de la corrección en el trato, en el uso del lenguaje, en la postura en la mesa, en la sala de estar, en los espectáculos públicos, en la calle, en el bar, en el trabajo, al volante....libertad mal entendida y daño irreparable a la sociedad porque todo ello atenta a la convivencia.

La crónica de sucesos crece día a día y ocupa un espacio cada vez mayor en los informativos y en el resto de medios de comunicación. Excesiva violencia en todas sus versiones, contra las personas, contra la propiedad, contra el medio ambiente, contra los animales. Quedan, a Dios gracias, pequeños reductos donde se conserva una mínima esencia y   -lo digo en serio- llega a conmover cuando alguien se desenvuelve en público o en privado con educación y conserva las mínimas formas de conducta en el trato cotidiano. 

En el triste y luctuoso suceso que ha costado la vida a un veterano oficial de la Guardia Civil se manifiesta el último extremo de la falta de educación que linda con la falta de respeto a las autoridades policiales (qué cabía esperar si quien es responsable máximo de ello pierde las ruedas en cualquier arcén). Decía que en la calle hay mucha chusma, mucho delincuente, cada vez más y más osados, menos temerosos de la prevención y de la corrección, mas inasequible la seguridad y mucha más vulnerabilidad. ¿Por qué? Pues porque no pasa nada, porque de un delincuente surge un héroe por su "valentía" en el desacato y en la desobediencia. En camiseta y vaqueros o con el cuello rígido de una buena camisa y una corbata de seda.

Para mí el auténtico héroe es ese Oficial, Jefe de su Unidad, que recibió el impacto insolente de un delincuente; un guardia civil más que no dudó en ser él -veterano profesional curtido en mil batallas- quien estuviera detrás de esa maldita puerta, en primera línea de fuego (nunca peor certeza) y no estar esperando en su despacho una llamada telefónica que le diera novedades. 

Mucha maldad y muchos héroes, pero de estos muy poquitos auténticos. 

 

lunes, 4 de julio de 2022

Y de repente....

...el último verano. 

Su nombre, oído así, a bocajarro, suena un tanto equívoco: Niño Becerra. Luego, a quienes jamás supieron de él (o a quienes todavía no lo conocen), llegado el momento de asociar imagen a nombre, la sensación de confusión puede ser aún mayor que la que producen las dos palabras que componen el ilustre apellido. De profesión Economista, especialidad clarividencia, sección pesimismo fundamentado, diagnóstico: póngame un gintonic, o mejor, deje aquí la botella de seagrams y traiga más hielo, por favor.

Evocándonos a algunos el título del viejo drama de Tennesse Williams (con un reparto cinematográfico excepcional), se ha colado entre la caña y el pinchito de tortilla un severo diagnóstico de lo que (nos) pasará a partir de septiembre en este nuevo orden mundial que se cierne tras la auténtica crisis ¿bélica? ¿seguro? planteada, como una partida de ajedrez con personajes reales -de carne y hueso- por una Rusia imperialista como ni siquiera lo fuera la extinta URSS de los años 80 y 90. 

El futuro no mola, o más concretamente no le mola a Niño Becerra alarmado por los síntomas visibles del suicidio asistido de una buena parte de nuestra sociedad lobotomizada, dispuesta a fundirse - a todo lo que den-en terrazas y cruceros los restos de la huchita del cerdito que guardaba tras los confinamientos y post-confinamientos pandémicos, ha decidido darle la espalda a la actualidad y vivir hoy para morir mañana.

Entre Tenesse Williams, con Montgomery Cliff de prota y Ian Fleming, con la pléyade de actores que han encarnado su personaje de James Bond, las palabras verano y final (último) se agarran de la mano con el fatal pronóstico de Niño Becerra. Luego vienen las matizaciones y la descalcificación del exabrupto de su previsión, pero los argumentos del análisis pesan y mucho. Basta con acercarse a la gasolinera y llenar (nunca hasta arriba) el depósito de combustible, o tratar de llenar (nunca hasta el borde) el carrito del súper o llenar (nunca hasta la saciedad) el buche con unos exquisitos cabrachos "de aquí, de proximidad, recién pescados" en el chiringuito playero de excelente referencia maridado con un fresquito verdejo sobre lías, a doscientos y pico euros la tirá

Estamos estrenando, enloquecidos al parecer, el último verano. Lo que pase a partir de septiembre solo Dios lo sabe. Bueno, Dios y Niño Becerra que, si repitiera el éxito de sus advertencias premonitorias sobre la crisis económica de la primera década de este siniestro siglo XXI (hasta ahora no nos ha salido nada bien), sería para encumbrarlo como el más distinguido y acertado de los economistas pitonisos. 

Sus motivos (claramente expuestos) tendrá. Yo por el momento me abonaría a ese suicidio asistido y pediré al camarero un segundo diagnóstico: tráigame por favor otra botellita de ese excelente verdejo sobre lías (Eresma 2021, Bodegas La Soterraña). 

Luego brindaría como lo hacía James Bond con su vodka martini ("mezclado, no agitado") por el ultimo verano sobre la orilla del mar y trataría de definir el perfil del Cavall Bernat a través del oro líquido de la copa (amarillo pajizo brillante).





Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...