lunes, 25 de abril de 2022

Los Stones irán al infierno

Los Rolling Stones acabarán muy probablemente en el infierno pero su condena consistirá en subir cada día al Cielo a trabajar, a hacer bolos y giras de  conciertos y entretener a las almas buenas de la gente que se ganó la eternidad en paz y alegría con Dios. (Para un buen bético, la eternidad será un bucle permanente de la noche del pasado sábado,  desde la actuación de Alaska -el primer gol de la final- hasta el alzamiento de copa por parte del jovencito Joaquín. Mi enhorabuena.)

Martín Scorsese acompañará a los Rolling para asegurar que todo se desarrolla con normalidad y llevará consigo a toda la fila cero de su brillantísimo espectáculo de Nueva York que grabó  para la película Shine a Light en 2006. En el foso del escenario no pocas rubias y no menos morenas jaleaban extasiadas a esos ancianos de ritmos satánicos como tal vez no lo harían con grupos más próximos a su edad pero sin la vitalidad, en cualquier caso, del poseído Jagger. Eléctrico, espídico, enfático, se agitaba sobre el escenario como el rabo recién desprendido de una lagartija. Desde abajo, desde ese foso, resultaría difícil por no decir imposible mantener los pies pegados al suelo, los brazos junto a las caderas quietas y el pelo sin alborotar. Se sucedían las canciones, los viejos éxitos de una banda que han alcanzado y superado los setenta años. Todos menos uno, menos el bueno (o el menos malo) de Charlie Watts, el anárquico batería que solo quería tocar en una banda de jazz. 

Todavía no he entrado en el taller mecánico pero sí empiezo mi especial cuarentena. En menos de diez días me someteré a una nueva parada en box (ojo, no confundamos el var con el bar, por el momento). Mi hombro derecho ha dicho basta, hecho añicos el tendón del supraespinoso. Las muchas horas de tenis (y los años) han agudizado antiguas lesiones, cronificadas silenciosa y cobardemente, y salvo que desoyendo las recomendaciones amigas (gracias Toni C. y Rafa FB) decida pasar palabra, si en algún punto de mi próximo horizonte contemplo la posibilidad de regresar a la arcilla, la estación intermodal de ese destino está en el quirófano. Así es y muy convencido y esperanzado, me someto a la habilidad del médico-amigo.

Lo peor, en cualquier caso, no es la operación en si (creo). Lo malo está en las semanas en las que deberé aprender a vivir con mi brazo dominante sujeto y encabestrillado, si se me permite el palabro. Lavarse, vestirse, trastear en la cocina...la más sencilla de las rutinas se van a transformar en un duro reto personal. Es el momento de ratificar que, al final, no hay nada más valioso que la salud. Gracias a Dios esto es un baño con espuma y masaje comparado con los sufrimientos y carencias de tantas personas.

Me quedaré sentado a las puertas del quirófano, escuchando, cómo no, a mis viejos satánicos stones. ....Start me up

lunes, 18 de abril de 2022

Con la salud no se juega

No es una advertencia nueva y lanzada al aire para una generalidad de personas que pudieran leer este blog. A todos los destinatarios del enlace de los lunes y aquellos que, sin enviárselo yo, sospecho que leen el blog, les supongo suficiente cordura como para saber que para las personas nada es más valioso que la salud. Luego vendrán otras cosas pero eso ya depende de criterios y prioridades subjetivas y personales.

El título de este post va dirigido a esos canallas sin escrúpulos que han tenido el cuajo suficiente, en los peores momentos de la extensión y contagio del covid, para hacer sucios negocios y lucrarse millonariamente con comisiones indecentes a sabiendas de que miles de personas enfermaban y morían por el maldito virus. Mascarillas, geles, guantes y protecciones para el personal sanitario objeto de un mercadeo inmoral a precios de ferraris, bugattis, rolex y hoteles de lujo.

No ha sido un caso aislado. En todas las casas se han asado las habas y bajo todas las coordenadas políticas ha brotado un listillo que ha sabido sacar provecho de la desgracia ajena. El negocio inmoral de estos miserables debería llevarles al más sucio y sórdido de los calabozos, con o sin pastilla de jabón -eso a mi me da igual- y pasar allí una larga temporada y cuando les duela la tripita o las muelas o la espalda que recuerden el precio de los productos farmacéuticos que sanan, incluso a los miserables. Y a ver si pueden permitirse, entonces, el lujo de pagarlo.

Una vez más y después de más de dos años seguimos descubriendo que una situación como la vivida por el virus ha sido capaz de sacar lo mejor de los seres humanos pero también lo más miserable y execrable de tipejos sin moral. ¿De qué pasta estarán hechos? 


lunes, 11 de abril de 2022

No parece que hayan pasado tantos años

Lejos todavía del final de curso, en el estrecho tránsito de los setenta a los ochenta, cuando llegaban la Semana Santa y los días para poder disfrutar, con mayor desinhibición, del descanso del guerrero-estudiante solíamos dejarnos llevar por los torrentes nocturnos de la farra. Lo que resultaba exigente en ese escenario era sacar el máximo provecho a esas largas noches entre semana. Y claro,  llegaba el fin de semana y nos pillaba muy bien entrenados: lo dábamos todo.

Barcelona era entonces jovial, divertida, variada. Moderna y luminosa, desde el diseño más vanguardista a lo más cañí de su Barceloneta preolímpica atiborrada de tugurios y tablaos. Lo que se conoce como una ciudad muy abierta y cosmopolita. Los locales de copas del ensanche y de su zona alta eran exposiciones permanentes de jóvenes (y no tan jóvenes) talentos del diseño y de la modernidad. Al final ni el decorado ni el diseño de las barras, ni siquiera el abuso audiovisual de pantallas y los videos musicales más célebres nos deslumbraba y nosotros íbamos a lo nuestro, a la sonrisa de la camarera y a la fantasía que ascendía por su silueta junto a nuestra mirada mucho más allá de lo que hoy resulta "políticamente correcto".

Cambiábamos de calles, de barrio, de zonas de copeo varias veces cada noche. Desde la primera caña sentaditos en el Tejada por el puro placer de la conversación hasta el disloque total a la salida del último after con las gafas de sol caladas en las cuencas de los ojos y algún botón desabrochado de más. 

El desplazamiento desde un abrevadero al siguiente no suponía problema alguno ni para el tránsito ni para el aparcamiento. Como he dicho, Barcelona era entonces una ciudad amable y las señales de tráfico, excepto los semáforos y pocas más, dormían por la noche. Las aceras se poblaban de coches aparcados sobre ellas, dos ruedas y las cuatro en ocasiones, o se estacionaban en dobles filas, o triples cuando la anchura de la calle lo permitía y no pasaba nada. El exterior de los bares estaban concurridísimos, pura fiesta y jolgorio arrebatado por una juventud con la única misión de pasarlo bien.

Luego, ya en las discotecas, la fiesta tomaba otro aire: las distancias se acortaban y el compromiso se hacía más firme. Los vasos de tubo con dos grandes piezas de hielo y el burbujeo del refresco que se diluía en el ron o en la ginebra o en el whisky facilitaban la fluidez de las últimas conversaciones, las de una madrugaba que palpitaba al ritmo de viejos clásicos que ahora nos traen todos esos recuerdos.

Auriculares a tope y a disfrutar

lunes, 4 de abril de 2022

El dolor

El más grande de todos los tiempos (y yo así lo consideraré hasta que se demuestre lo contrario) se ha roto y "triste y hundido" ha tenido que hacer un alto en su camino. Toca recuperarse, sufrir para intentar curar esa lesión en la costilla lo antes y mejor posible y tal vez, solo tal vez, empezar a asumir que aunque su privilegiada cabeza y pundonor le permitiera competir (y ganar) a altísimo nivel, el resto del cuerpo está ya muy castigado.

A los treinta y cinco años, para mantener el nivel de golpeo de la bola, la resistencia de intensidad en los movimientos de las piernas y el nivel de exigencias al que están sometidas todas las articulaciones del cuerpo en la práctica del tenis, hay que estar muy bien entrenado. Y las horas de entrenamiento también suman y el rendimiento físico, incluso en deportistas que se cuidan como si tuvieran veinte años, instala señales de alarma cuando se pasan ciertos límites al alcanzar una edad muy por encima de la media del resto de jugadores de la ATP.

La Next Gen no acaba nunca de llegar. Vemos que de vez en cuando surge un nuevo brote, cada vez más alto y espigado, en general con buena adaptación a casi todas las superficies y con golpes cada vez más planos y veloces. El tenis está en permanente evolución y cada vez se ven menos jugadores dotados de una muñeca virtuosa capaz de hacer de ese deporte una exhibición de destreza, de técnica y de bonita armonía en la red. Cómo no recordar a Orantes, a Noah, a Nastase....! 

Hace unas semanas se jugó el primer tie-break de la pugna generacional más creíble, hoy por hoy, del circuito. En las semifinales de Indian Wells jugaron un trepidante partido Rafa Nadal y Carlos Alcaraz: casi dobla en edad el primero al segundo y sin embargo en la pista no hay galones por antigüedad. Ganó Nadal pero no sin dificultades y el precio ha sido muy costoso. Espero disfrutar de más partidos como aquel entre estos dos extremos de la carrera profesional de un tenista: el que arranca con brillo propio y el que bruñe con insistencia su brillantísimo e inigualable palmarés intentando añadir nuevos trofeos, nuevos "bocados".

El dolor en cualquier mortal es signo de enfermedad. En el deportista es, además, una alarma sonora, un aviso. Lo sé muy bien porque toda la vida he practicado deporte y atesoro un atiborrado historial de resonancias, radiografías, analíticas, exploraciones, etc. La mayoría de ellas normalmente fueron leves pero algunas, las más recientes, han vinculado la lesión a la fecha que figura en mi partida de nacimiento y no duele igual a los veinte que más allá de los sesenta. Es más, las de este último tipo invitan a una seria reflexión. No me arrastraré por una pista de tenis ni para pasar el rato, pero este deporte me tiene muy envenenado y no me conformo con seguirlo por televisión. Sé que llegaré a esa bola y correré para lograr el punto aunque no me vaya más honor que la satisfacción personal de haberlo intentado. Y aunque luego, claro, duela.

Hasta el último punto




Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...