lunes, 21 de marzo de 2022

Afrodita y Apolo dimiten

Hay un momento en la vida de las personas en el que se advierte en el contorno de los ojos, en el cuello, en la comisura de los labios y en las manos que el tiempo pasa por la piel dejando una firma visible. ¿Qué más da? Realmente no es muy importante si la cabeza, su interior, está suficientemente amueblada como para encajar las arrugas y las sombras frente al espejo con deportividad. En caso contrario, sin esa deportividad, el desequilibrio y la ansiedad brotarán cada mañana al asearse o en cada foto familiar o selfie que fluya por el móvil. 

Solamente el caminante, por mucha información que acumule por los mapas, la ruta, recomendaciones y sugerencias, va descubriendo por sí mismo cada paso y cada recodo y en cada uno de ellos va reconociéndose a sí mismo como un caminante. Es la evidencia de la vida, de lo que queda por detrás y de lo que, con suerte, tiene por delante para llegar a donde le lleven sus pasos.

La vida es eso, un camino, en el cual vamos encontrando nuevos escenarios que brotan casi por sorpresa. El coste es una arruga o una lorza de más pero como yo digo siempre, el plan "b" no mola.

Me hago mayor y lo sé. Quiero seguir jugando a tenis con el mismo ímpetu e irresponsable ansiedad de cuando era más joven y evidentemente acuso el esfuerzo. Mi espalda es un rosario de puntos críticos y la ecografía revela la razón por la cual suenan mis articulaciones como un viejo acordeón y resulta tan doloroso desperezarme después de una noche de resaca muscular por haber jugado dos horas intensas la tarde anterior. Es el peso del paso del tiempo. Duele, es cierto, pero agradezco poder seguir programando la reserva de pista para mañana y esperar que la lluvia no arruine mi siguiente partido.

Y no hablo de la fachada porque eso sí me importa un bledo. Apolo y Afrodita se ausentan de los cuerpos y de los rostros a medida que pasan los años. Si alguna vez Apolo se asomó en mi fisionomía debió ser cuando era mucho más joven y no me di mucha cuenta. En cualquier hace ya tiempo que dimitió. Queda el consuelo de ratificar que, al final, en todo caso la belleza debe estar en el interior y sigue funcionando sin mirarse en el espejo ni para afeitarse.

Hay que seguir, no hay otra.

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