lunes, 28 de marzo de 2022

Teletubbilandia

Mi sobrino Javier apenas había cumplido tres años y una tarde lo "secuestré" del domicilio de mi madre donde estaba pasando unos días. Recuerdo perfectamente su indumentaria: un pantalón-peto de pana azul celeste, una camiseta de cuello alto por debajo y unas zapatillas de paño. Sin ni siquiera calzarle sus botarros nos lo llevamos a mi casa para que pasara la tarde con nosotros. Estaba encantado con aquellos enormes ojos marrones escudriñando cada rincón, cada cuadro, cada habitación. Estábamos entonces montando la librería de pladur del salón e improvisadamente habíamos trasladado la zona de vida a uno de las habitaciones. Allí estaba la tele y llegado el momento traté de encontrar una programación infantil que pudiera entretenerle mientras se zampaba un par de yogures griegos, casi sin respirar. 

Y sucedió. En un canal apareció un gran sol con una cara de bebé riendo en su interior y unos extraños personajes de colores saltando al son de unos insólitos sonidos. La radioactividad que transmitían las imágenes, la música y la risa del niño hipnotizaron a mi sobrino que se quedó congelado, casi abducido, con aquellos enormes ojos marrones sin pestañear, su boca semiabierta, la cuchara de yogur en el aire....se paró el tiempo.

No había ni empeño ni afán en aquellos muñecos. En cualquier serie infantil, en cualquiera de los formatos, en cualquier tiempo pasado y presente, los personajes se mueven con una intención, con un proyecto, por un motivo, por una causa y -oh, moraleja- los niños a los que van dirigidos empiezan a entender que en la vida tendrán obligaciones, que un deber llamará a sus puertas más pronto que tarde y que del esfuerzo y de su afán les llegará el derecho a permanecer en la "granja.

Me he acordado de los teletubbies por dos motivos. En primer lugar porque aquel niño de grandes ojos marrones cumplió ayer veintiséis años y vive tras su propio afán, estudios concluidos, procurándose los medios para mantenerse por sí mismo. El segundo motivo es porque parece que se han empeñado, quienes nos gobiernan, en hacernos creer que vivimos en teletubbilandia, nada que hacer, nada en lo que trabajar, nada en lo que preocuparse, nada que temer. Arcadia feliz total. Todo el día hipnotizados y presas de un encanto fatal, cantando y saltando estúpidamente, riendo satisfechos y protegidos por una política empapada de ideologías tan improductivas como innecesarias en pleno siglo XXI y ajenos al colapso global con que nos amenaza la actualidad real de lo que está pasando a nuestro alrededor...no pasa nada. ¿O sí?

Me sonroja poner en la misma columna de bocados mortales del lobo (homo homini lupus) la salvaje invasión de Ucrania y a renglón seguido sus consiguientes costes económicos y sociales mundiales, el tiempo que tardarán en cerrarse las heridas del hecho y de las consecuencias, los daños en un cuerpo malherido por una pandemia brutal -cuando tocaba empezar a recuperar, de verdad, la normalidad- y ahora el desabastecimiento y el cese de actividad en el campo, en la mar, en los polígonos al tiempo que la luz, los combustibles y los productos de primera necesidad disparan salvajemente sus precios, si no se vierten toneladas de pescado y millones de litros de leche porque se echan a perder por no poder ser distribuidos. Y claro, la culpa es de los demás, siempre de otros.

Y aquí nos tienen los Tinky Winky, Dipsy,  Laa Laa y Po de turno, entreteniéndonos con chorradas y bailando todas esas ideologías tan improductivas como innecesarias.

Me pierdo, perdón. 

Felicidades Javier y disfruta de tu canción, de nuestra vieja canción


 

lunes, 21 de marzo de 2022

Afrodita y Apolo dimiten

Hay un momento en la vida de las personas en el que se advierte en el contorno de los ojos, en el cuello, en la comisura de los labios y en las manos que el tiempo pasa por la piel dejando una firma visible. ¿Qué más da? Realmente no es muy importante si la cabeza, su interior, está suficientemente amueblada como para encajar las arrugas y las sombras frente al espejo con deportividad. En caso contrario, sin esa deportividad, el desequilibrio y la ansiedad brotarán cada mañana al asearse o en cada foto familiar o selfie que fluya por el móvil. 

Solamente el caminante, por mucha información que acumule por los mapas, la ruta, recomendaciones y sugerencias, va descubriendo por sí mismo cada paso y cada recodo y en cada uno de ellos va reconociéndose a sí mismo como un caminante. Es la evidencia de la vida, de lo que queda por detrás y de lo que, con suerte, tiene por delante para llegar a donde le lleven sus pasos.

La vida es eso, un camino, en el cual vamos encontrando nuevos escenarios que brotan casi por sorpresa. El coste es una arruga o una lorza de más pero como yo digo siempre, el plan "b" no mola.

Me hago mayor y lo sé. Quiero seguir jugando a tenis con el mismo ímpetu e irresponsable ansiedad de cuando era más joven y evidentemente acuso el esfuerzo. Mi espalda es un rosario de puntos críticos y la ecografía revela la razón por la cual suenan mis articulaciones como un viejo acordeón y resulta tan doloroso desperezarme después de una noche de resaca muscular por haber jugado dos horas intensas la tarde anterior. Es el peso del paso del tiempo. Duele, es cierto, pero agradezco poder seguir programando la reserva de pista para mañana y esperar que la lluvia no arruine mi siguiente partido.

Y no hablo de la fachada porque eso sí me importa un bledo. Apolo y Afrodita se ausentan de los cuerpos y de los rostros a medida que pasan los años. Si alguna vez Apolo se asomó en mi fisionomía debió ser cuando era mucho más joven y no me di mucha cuenta. En cualquier hace ya tiempo que dimitió. Queda el consuelo de ratificar que, al final, en todo caso la belleza debe estar en el interior y sigue funcionando sin mirarse en el espejo ni para afeitarse.

Hay que seguir, no hay otra.

lunes, 14 de marzo de 2022

Nos vamos al carajo

Si algo bueno tiene vivir -parcialmente- al margen de la actualidad (sigo una estricta dieta de abstinencia total de informativos televisivos) es que, por momentos, puedes llegar a creer que resides en tu propia arcadia feliz. Es momentáneo, claro. Basta volver a pisar la calle y caminar por las aceras de tu ciudad para darte cuenta del mal olor que desprenden las heridas que constantemente se están infligiendo en la piel de la humanidad. Y no hay cura ni tratamiento que pueda aliviar el dolor que producen.

Mi aislamiento informativo parcial no es por egoísmo, es sencillamente porque el dolor ajeno se me acentúa cuando siento la impotencia de no saber muy bien qué hacer o cómo consolarlo. ¿Mejor no saber y desviar la mirada hacia otro lado? No es eso. Al dolor de un ser querido, su enfermedad -incluso en fases agudas- y cuando se refleja, además, en la tristeza de sus familiares, pese a que sea muy intenso, le alcanza la comprensión de lo inevitable, de que desgraciadamente es resultado de un proceso degenerativo de la salud, de un origen espontáneo o natural y por tanto donde no aparece la maligna acción de otro ser humano. Ese dolor, intenso e injusto, se entiende como consecuencia de una enfermedad, aunque eso no produzca tampoco alivio alguno.

Lo que no es razonable es tener que convivir con el conocimiento de que a pocos metros de nuestro portal, de nuestro balcón, un poco más allá de los horizontes apacibles y raramente hermosos que nos devuelven cada día la sensación de vivir bien, la perversa malicia de unos descerebrados esté provocando terribles heridas -muerte y desolación injustificadas- en una humanidad que podría contar los días que le restan de supervivencia (ojiva nuclear).

En las últimas semanas estamos siendo testigos, queramos o no, de una nueva catástrofe humanitaria motivada por la sinrazón de un ser diabólico que no muestra escrúpulo alguno a la hora de imponer su delirio supremacista sobre un pueblo y una población próximas. Es el derrote salvaje de un animal sediento de mayor poder, de un dominio supremacista que puede abrir en canal a toda la humanidad. Por el momento unos, los ucranianos, sufren la muerte y la desolación en carne mortal y el resto de la humanidad asistimos asustados, aturdidos e impotentes y cartera en mano pagando la factura económica de tal desaguisado. 

¿Hasta cuando y hasta donde el monstruo quiera? 

lunes, 7 de marzo de 2022

Lo que nos espera no es una humeante taza de té

Decía mi gran amigo -y excelente compañero de remotas fatigas- Salvador f.r. que en nuestro interior, en nuestra personalidad se enfrentan dos fuerzas colosales con la clara intención de hacerse dueños de nuestra conducta y ánimo para el desarrollo de nuestro proyecto personal y profesional: un motivador y un boicoteador. Me contaba esto un día, hace ya muchos años y muchos ciclos de vida, durante una comida que casi me cuesta el vuelo de regreso a casa después de unas jornadas de trabajo junto con otros compañeros igualmente excelentes.

El caso es que pasadas las carreras y el estrés que supuso intentar alcanzar el avión (llegué a la puerta de embarque por los pelos tras una milla aeroportuaria con mocasines y tirando del trolley), durante el vuelo estuve reflexionando sobre ese choque de fuerzas y deduje que tenía mucho sentido. Forma parte, supongo, de los primeros pasos para confiar en un buen coach. Sin darme ni cuenta me dio una sesión gratis de la cual todavía atesoro el principal aprendizaje: hay que desoír a tu boicoteador y tratar de facilitar la tarea a tu motivador para obtener tus propios objetivos. Parece fácil pero no siempre resulta así.

En los últimos años la humanidad está siendo sometida al azote constante de un gran boicoteador, una fuerza maligna, sin rostro en ocasiones, capaz de minar la moral de los más débiles y también de quienes creen tener la suficiente fortaleza y resistencia como para asomarse plácidamente a la ventana a observar como todo a su alrededor se desmorona mientras él, optimista y seguro de sí mismo, apura, impertérrito, una humeante taza de té.

Podríamos buscar razones para, reforzando a nuestros motivadores, contrarrestar la eficacia de nuestros boicoteadores pero es que el entorno no ayuda nada. Intento disfrutar de la vida -de manera muy sencilla- haciendo lo que más me gusta en cada momento, no solo sin molestar a nadie sino tratando, además, de ayudar y facilitar soluciones a quienes la necesitan o me lo piden. Juego mis  tres o cuatro partidos de tenis semanales, me tiro a los fogones por el placer de una buena receta, gozo de un entorno familiar cálido y armónico, me refugio en la lectura cuando tengo ocasión y me entretengo siguiendo los mejores acontecimientos deportivos. Y si me tengo que tomar unas cañas o un gintónico, lo hago muy a gusto. En una palabra soy feliz así.

Lo que no logro es relajarme hasta el punto de hacerme una taza de té y asomarme a la ventana sin darme cuenta de que la amenaza de colapso, sí, de colapso mundial es cada vez mayor. El gran boicoteador de la humanidad, después de una terrible pandemia, es ahora un ruso loco, decidido a jugar a "todo o nada" que ya está agitando los dados en su mano y está dispuesto a echarlos a rodar y que salte la banca del casino.




Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...