lunes, 28 de febrero de 2022

Viviendo en una burbuja

Ha tenido que ser un virus, con su misterioso e imprevisible proceso de propagación mundial que lo ha convertido en una pandemia global, la que nos ha hecho reflexionar sobre nuestra insignificante resistencia física y emocional -en general, la del ser humano- y aprender a reconocer y poner nombre a cada uno de los estados de vida y de ánimo o a renombrar a los ya existentes.

Uno de los términos más utilizados ha sido el de la burbuja, concebida como una cápsula de seguridad que impidiese, o que al menos pusiera trabas, al contagio inmediato. Así, nos encerraron en nuestras casas como primera medida en algo así como un arresto domiciliario familiar en el que, como ya tanto se ha dicho, nos cebamos como capones a base de pizzas, empanadas y bizcochos. Harina, papel higiénico y cerveza como si una cosa llevara a la siguiente y vuelta a empezar.

Superada esa primera fase y mientras subsistíamos en esa burbuja aprendimos a socializar en los balcones, aplaudiendo puntualmente cada tarde para agradecer el sacrificio y entrega total de los sanitarios en particular y de los profesionales de servicios esenciales en general. Eran tiempos en los que creíamos en la persona, en el ser bueno, en la buena gente y nos llegamos a sorprender por el grado de civismo con el estábamos comportándonos. 

Nos dejaron asomar la nariz y nos pusimos a caminar como locos y a tragar millas y más millas aprovechando las franjas horarias que nos correspondían por edad o por grupo de riesgo.

Los gobiernos no cesaban de dar un paso hacia adelante y dos hacia atrás y al final los ciudadanos aprendimos a vivir en medio de una marea de normas restrictivas que condicionaban -y de qué manera- nuestra zona de confort.

Llegará en breve la primavera y los datos sobre el contagio -salvo los preocupantes para las personas que lo padecen con gravedad o han sufrido directamente las peores consecuencias- nos permiten un pequeño respiro. A ver hasta cuando.

Salimos poco a poco de la burbuja sanitaria pero todo apunta a que en breve, en días o en horas, una nueva catástrofe amenaza la paz de la charca. El confort en el que vivimos, en parte por la opacidad de la información -la guerra de la desinformación, (María O.)- y en parte porque preferimos girar el cuello y orientar la mirada al netflix, se puede ir a hacer puñetas debido a las ambiciones geopolíticas de Putin contra los ucranianos. De fondo un occidente cada vez más silente y  una Europa que se ahoga en un proyecto cada vez más claramente fallido.

Ayer la escuchaba mientras disfrutaba de mi apacible mañana de domingo y que sirva para empezar bien la semana





lunes, 21 de febrero de 2022

Llovía, solo llovía.

A Pedro y, sobre todo, a mi Lola.


Asomado al ventanal sobre la puerta de astillero,  mi nariz pegada al cristal y empañándolo como cuando era un crio, solo veía la lluvia caer. Un fino, tenue e insistente manto de agua iba empapando el gris asfalto, los tejados de uralita de los tinglados del arsenal, los coches estacionados junto a las aceras aledañas, las copas de los árboles inmóviles en sus alcorques.

Llegamos un 19 de agosto a un lugar donde, según suelen decir los que allí viven, hizo un tiempo bárbaro justo hasta el día anterior. Al principio, lo menos gris eran el color de la flota, el de los uniformes de trabajo, el de las paqueteras y el de la mirada lánguida de un marinero haciendo girar su lepanto sobre la yema del dedo índice, como gran aprendizaje de toda su mili. Era gris y tosco todo. Mi mente lloraba en silencio la sensación de destierro, de condena en lo que veíamos como nuestro particular Archipiélago Gulag, de la inabordable, asfixiante y siniestra pesadez de todos los días que nos quedaban por delante. Nos lo advirtió el general del torrotito al anunciarnos nuestro  primer destino....se llega y se sale llorando. ¿recuerdas?

Todo eso, reflexionado otra tarde contra el fino vidrio, sin más expectativa que la de volver al sofá de escay granate con groseros cojines floreados y bajo la tenue luz de una tulipa con una bombilla de poco más de cincuenta vatios. 

Esa rutina me tiraba a la calle, sin paraguas, sin gabardina, tratando de soportar la llovizna silenciosa y buscando no sabía muy bien qué o a quién: algo de vida, algo de ruido, algo excitante...

Con los hombros encogidos y un marlboro en la comisura de los labios para poder llevar las manos en los bolsillos del tabardo, caminaba como un james dean sin rebeldía épica reseñable, yendo hacia ninguna parte. Solía bajar al centro, a la zona del cantón y  entre aquellas calles adoquinadas por donde transitaban, hostiles, unas pocas siluetas bajo el resguardo, estas sí, de un paraguas.

Las primeras semanas me resistía a la indolencia de dejarme llevar por esa fatalidad en las horas siguientes a la comida en la Residencia o en el Hospital Militar, más cercano. 

Pedro, tú,  mucho más resignado, digerías las horas de sobremesa con el montaje de tu maqueta, ablandando estrechos y alargados listones de madera en una botella de un refresco de cola de dos litros llena de agua, para forrar con diligencia y con la paciencia de un alquimista el casco de la goleta. Luego llegaría el turno de las jarcias, de los candeleros, de los cañoncitos....y, por supuesto, de los preparativos de tu boda.

Fueron muchas tardes, noches, madrugadas, días, semanas, meses y años. Acostumbré a mis pies a moverse por aquellas calles. Jamás compré un paraguas y acabé sin quejarme mucho de la lluvia y aprendimos a vivir -y a disfrutar- en aquel lugar donde hizo un tiempo bárbaro hasta que volvimos mucho después.

Han pasado, de todo aquello, casi cuarenta años y muy poco, por desventura, hemos compartido después de alejarnos de allí, cada cual a su archipiélago prometido.

Siguiente parada, tu casa y con la agridulce sensación del deber cumplido toda la vida....otra tarde



lunes, 14 de febrero de 2022

Licencia para olvidar

Recordar lo más remoto de la vida de uno puede convertirse en un hábito casi vicioso. Si reflexionar sobre los pasos ya caminados produce excesiva satisfacción podríamos caer en un estado de nostalgia permanente y eso no parece muy saludable porque la tendencia es a comparar y muy probablemente alguno saldrá perdiendo.

Así, entre recuerdos y olvidos por lo menos seguimos andando el camino. La vida es demasiado corta como para perderla en revivir tiempos pasados, por muy felices que fueran, pero en ocasiones el futuro se muestra con muchas cargas y pocas alegrías.

Yo, por el momento, no me puedo quejar, como en modo retórico repito constantemente como saludo o como respuesta cuando alguien me pregunta - también retóricamente- sobre mi vida, estado o circunstancias.

La angustia, no obstante, me atrapa cuando repentinamente y en medio de una conversación aparece una espesa niebla sobre un nombre propio, un lugar concreto o un momento vital que la memoria, ocasional o permanente, ha borrado del registro general. Lo giras, le das mil vueltas, te quedas suspendido en esa duda mientras el resto de la conversación fluye con ligereza y no sale, no me sale, no nos sale...que no hay manera.

Al cabo de dos o tres horas y con el mismo grado intempestivo cae esa oculta palabra cuando ya es tarde y nadie te escucha.

La crueldad del olvido tiene una dispensa y ahora que ya tengo una cierta edad (José Y. dirás que todas las edades son ciertas y eso también lo es) creo que poco a poco me estoy ganando el derecho de uso de una licencia para olvidar. Sin que se aprecie mucho la diferencia ambos hábitos, olvidar y recordar circulan paralelamente en nuestros circuitos cognitivos y por lo que puedo observar la franja que separa los recuerdos de lo más remoto de los olvidos de lo más cercano es proporcional a los años que vamos cumpliendo.

En resumidas cuentas estoy muy orgulloso de conservar mis recuerdos más ancianos y prefiero vivir en ellos que recordar el pésimo e insultante arroz negro (cenizo) que me sirvieron el otro día en el club.

En cualquier caso es perfectamente compatible recordar y olvidar simultáneamente y el plan "B" (ni una cosa ni la otra) no mola.

lunes, 7 de febrero de 2022

La relevancia de lo insignificante

Nos estamos dejando llevar por lo superfluo y no es un problema exclusivo de los españoles: es a nivel mundial. Cualquier noticia que hace unos años no ocuparía ni una sola línea en una gacetilla local se convierte en un fenómeno viral que es seguido por millones de ociosos aburridos.

Ajeno a lo que vomitan los canales generalistas de televisión y pendiente exclusiva y escuetamente de los titulares de prensa digitales (para que la mueca de sorpresa en mi cara no parezca impostada hay que estar muy entrenado) no puedo ignorar la cantidad de seres irrelevantes que se ganan la vida (algunos muy por encima de sus posibilidades y de las nuestras) opinando de cualquier cosa y en cualquier tertulia. Allá ellos y los que los siguen. Yo con mi tiempo libre prefiero gestionar otras inquietudes y si me queda algún retal suelto lo que tengo muy claro es que no estoy dispuesto a perderlo en asistir al bochornoso espectáculo que ofrece el personal (desde una sencilla modistilla hasta el mismísimo presidente del gobierno) en cada aparición televisiva. 

Hemos logrado en muy poco tiempo que la cultura de verdad, que la palabra y las voces del conocimiento y de la sabiduría ocupen cada vez menos franja horaria en nuestros días, salvo que en ejercicio libre e individual nos de por leer cosas de provecho y de mayor interés. O refugiarnos en espacios libres de ideologías tontas y estériles, misión cada día más difícil.

No me siento por encima de nadie desde ningún prisma ni punto de vista pero tampoco quisiera que me confundieran con la manada de borregos, borregas y borregues que están más pendientes de los pipís de las celebrities locales o de otras barriadas o arrabales y polígonos que, qué menos,  de la factura de la luz, del precio de la gasolina o, por qué no, del exceso de horas que los nenes están trasteando en el tiktoks hasta el punto que han dimitido de la lectura, no adquieren comprensión lectora y no saben expresar con más de diez palabras qué quieren, cómo están o con quién andan, más allá de un "o sea, en plan.....mazo bien"

Solo nos faltaba una gran teta para crear una encendida polémica con todos los corifeos incandescentes por quién nos ha de representar en eurovisión. Anda ya. A esparragar!!!!

Y si esto lo trasladamos al escenario político actual....el que se va a esparragar soy yo.


Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...