Se desvanecía con cierta frecuencia la señal de la tele. Quedaba la pantalla atrapada por unos segundos en un inquietante fondo negro, sin imagen ni sonido. Al cabo de un rato se recuperaba la emisión en directo; regresaba la imagen viva y personajes en movimiento y sonaban sus voces. En ese lapso, entre la cordura y el destierro de la consciencia, por los vahíos de la sobremesa, procedente de mi interior escuché la voz meliflua de Demis Roussos, sobreponiendo su tono al de los coros y a la música de la orquesta. Cantaba con el sonido agudo de un globo deshinchándose al achatarse el pitorro, pero con una total solvencia. Fue allá por los 70 cuando su enorme figura envuelta en holgados vestidos o capas o faldones o túnicas (no sé muy bien como deben catalogarse) en la telefunken en todo lo alto del salón e imágenes en blanco y negro, comenzó a hacerse visible en todos los programas de aquella televisión española -la única, la de todos-. Mi padre, que por entonces se gastaba una talla similar (y cierto parecido cuando en verano dejaba que una densa barba poblara su cara) jamás se habría vestido así, por supuesto, pero a menudo y tal vez para hacernos rabiar -especialmente a mi madre-, decía que se iba a encargar unas cuantas de aquellas prendas, que las encontraba muy acertadas y que él no tenía problemas con el respeto humano, una expresión con la que nos machacaba irónicamente ante algo que nos avergonzaba expresar o suponía una barrera psicológica por mostrarnos en público tal y como éramos: por "el qué dirán". El respeto humano no implicaba desinhibirse hasta el punto de poder llegar a hacer el ridículo, pero saber esquivarlo sí era un refuerzo emocional para poder ser como uno es, tanto en público como en la intimidad. (Respeto humano - Diario Córdoba (diariocordoba.com)
En cualquier caso, afortunadamente, jamás llegamos a ver a mi padre vestirse con túnicas como las de Demis, ni lo escuchamos cantando ninguna de sus canciones pero le hacía mucha gracia - y tarareaba con sorna, como todos hacíamos - el famoso triki triki triki triki triki mon amour. Cuando sonaba aquella canción levantaba sus brazos, extendiéndolos hacia los lados, como Zorba el griego y hacía chascar sus dedos mientras reía casi a carcajadas burlonamente....respeto humano.
Yo, que por entonces estaba en plena efervescencia de hormonas prefería verlo bailar como William Holden y Kim Novak en la famosa escena de Picnic, que mi padre también bordaba con portentoso virtuosismo.
Se retiró Kim Novak, murió William Holden, murió Demis Roussos, (ha muerto Charlie Watts, no me olvido de él) y mi padre, desde algún rincón de la eternidad, seguirá sonriendo mientras baila emulando a unos o a otras e incitándonos permanentemente a que superemos el respeto humano
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