lunes, 12 de julio de 2021

BABYBOOMER

Ahora, a todos los nombres, titulines y epítetos con los que  han adornado mi persona a lo largo de mi vida, en función de mis seres y de mis estares, parece que debo añadir uno que esta relacionado con mi fecha de nacimiento: soy un babyboomer.

Sí, nací en 1960 y pertenezco a esa generación para la que están diseñando un nuevo plan de pensiones. En el año en que yo nací apenas había televisión en los hogares (no se perdía el tiempo con ella) y la mayor parte de nuestros recuerdos están estampados en viejas fotos en blanco y negro o virados en sepia que en mi casa se guardaban en cajas de cartón de camisones, camisas y polos de caballero y ropa interior de niños y niñas de unas marcas comerciales que ya desaparecieron (Dux, Jayca, Princesa y Grumete -todo cuanto promete, lo da grumete, lo da grumete-). La solidez y la robustez y resistencia de aquellas cajas ha permitido que, de vez en cuando, aún podamos darnos un chapuzón en ellas y nos veamos, por ejemplo, en alguna de nuestras comuniones, o de vacaciones rurales o posando un Domingo de Ramos, requeteguapos y repeinados, lustrosos y felices, con palmas y palmitos brillantes que nos superaban muchos centímetros en altura. Esos días estrenábamos zapatos y calcetines, camisas y corbatas (El Dique Flotante) y mis hermanas lucían diademas a juego con las faldas. Es el retrato de una generación a la que un buen día sentaron y embutieron en el asiento trasero de un Seat 1430 azul turquesa recién estrenado para meterse en viajes estivales por aquellas carreteras descarnadas y sin arcén, durante más de diez horas para recorrer apenas cuatrocientos kilómetros: los que separaban Barcelona de Orihuela del Tremedal (Teruel). ¿Por interior o por la costa? Preguntaba mi padre antes de santiguarse al iniciar el viaje de madrugada, cuando empezaba a clarear el alba. La costa la dejábamos poco más allá de la imperial Tarraco antes de iniciar la incursión en la provincia de Teruel.

Para todos esos días de verano que conserva mi memoria hay un montón de carretes revelados en papeles Agfa o Kodak, en blanco y negro al principio y más tarde en color. Bueno, un color desleído, como el de las primeras películas coloreadas de Hollywood; unos tonos apastelados que traicionan a la realidad. Los colores de los verdes pastos junto al campamento de la OJE Montes Universales o los de los líquenes ancestrales que cubrían piedras enormes como islotes eran más intensos que los que se guardan en las cajas de cartón. De lo que no hay ni foto ni caja de cartón que lo guarde nos queda el recuerdo del aroma de las flores de manzanilla que recolectábamos mis hermanos y los niños Aceituno (Seat 600 D, verde oliva), y que nuestras madres recortaban de su tallo para las infusiones de todo el invierno siguiente. También de las plantas de lavanda y de los ramilletes de espliego que manufacturaban mientras hablaban de sus cosas, de sus niños, de las recetas de la Parabere o de las técnicas del planchado de cuellos y mangas. Aquellos lazos verdes se intercalaban entre los juegos de cama que se guardaban en los armarios roperos de casa para que cuando durmiéramos el resto del año nos invadiera la cama el aroma del verano.

No empezamos a ver la tele -en blanco y negro- hasta un poco más adelante y no vivíamos colgados del ocio organizado. Tal vez por eso aprendimos a ser más imaginativos y combatir el hastío de las horas puntas del día con juguetes que construíamos con nuestras propias manos y jamás llegamos a insinuar que nos aburríamos. El jarabe contra el aburrimiento estaba encima de una mesa en formato de cuaderno escolar junto a estuches de lápices y gomas de borrar.

De aquella imaginación y del tesón por no aburrirnos nació el espíritu emprendedor que junto con el esfuerzo real de cientos de miles de trabajadores por cuenta ajena (asalariados) se levantó un país que en unos pocos años nos jubilará. Aprendimos, a fuerza de pescozones, que la vida no la regalaban y que lo que se deseara  en cada momento había que ganárselo con esfuerzo y muchos sacrificios. Aprendimos a no sentirnos desgraciados, a jugar la partida con las cartas que te caían y a saber interpretar el "no" cuando era razonable y a luchar a brazo partido por el "sí" cuando dependía del tesón y el ánimo propio.

Y en cualquier caso, para los más pusilánimes:

Recortado del ABC un día de los 80 (recuadro diario) 


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