Con todos mis respetos a la memoria de nuestros viejos héroes y a su victoriosas hazañas en la Batalla de Lepanto tomaría este nombre para, en una voltereta de fantasía, referirme a una generación, medias más arriba y abajo, de españoles que hemos asistido como meros espectadores pero muy orgullosos al gozoso espectáculo de ver ondear nuestra bandera al tiempo que su imagen se fundía con el rostro feliz de un nuevo o unos nuevos héroes deportivos mientras sonaba nuestro himno nacional.
El deporte español ha contado desde la segunda mitad del siglo pasado con abnegados deportistas, aficionados la mayor parte de ellos y de muy humilde procedencia, que empezaron a atesorar éxitos profesionales para los que aquellas generaciones de españoles De la alpargata al seiscientos (Juan Eslava Galán) no estaban preparados ni para los cuales el deporte, en general, suponía la menor inquietud ni preocupación.
Por lo que yo puedo contar y desde mi madrugadora afición a todo tipo de deportes, en los albores de ese a veces enfermizo friquismo, tres nombres gozaban ya de eco propio: Mariano Haro, Manolo Santana y Ángel Nieto. Había más, por supuesto, pero eran estos los más laureados y con mayor reconocimiento, incluso internacional, lo que en aquellos tiempos tenía un mérito añadido. A título individual fueron los pioneros y con sus triunfos contribuyeron a dignificar el deporte como dedicación habitual y más tarde como actividad profesional y abrieron ruta a nuevas generaciones que recibieron mayores y más sustanciosas ayudas económicas. Del atletismo, del tenis, del motociclismo y progresivamente de otros deportes comenzaron a aparecer nuevos deportistas, mejor preparados, mejor uniformados y, por supuesto, mucho mejor alimentados. (La Coca-cola -ay, Cristiano, no muerdas la mano que te da de comer- y el Colacao)
Pasaron los años y desde los celebradísimos laureles de los Juegos Olímpicos de la Barcelona más española (ya cautiva y desarmada) una ola de deportistas de todas las disciplinas y tanto en lo colectivo como en lo individual, hemos ido celebrando y encadenando un entorchado con otro: nos hemos acostumbrado a la victoria, al cantado Lepanto del sacrosanto himno de nuestra gloriosa Armada Española. Selecciones masculinas y femeninas de fútbol, de baloncesto, de balonmano, de hockey, deportistas individuales como Tormo, Pons, Crivillé, Lorenzo, Márquez, Alonso, Delgado, Induráin, Olano, Arancha, Burguera, Conchita, Moyá, Nadal, Marín...por dar los nombres de los más laureados nos han mantenido despiertos horas y horas ante la televisión, sufriendo con ellos, agotados, insomnes y desquiciados hasta poder verificar que se alzaban a lo más alto del pódium.
Eso nos queda, haber sido testigos de los momentos más brillantes del deporte español y hacer posible aquella frase acuñada por el imaginario popular: Hola, soy español. ¿A qué quieres que te gane?
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