lunes, 14 de junio de 2021

El chicle

Los que ya tenemos una edad y hemos pillado la zeneca por los pelos, porque estábamos más cerca de la pfizer o de la moderna, somos los que corríamos hasta el kiosko con la paga del día o de la semana. A la salida de la Misa de los domingos en Santa Gemma,  mis padres dirigían sus pasos a La Selecta, de la calle Capitán Arenas, para comprar las fruslerías gastronómicas con las que ilustraban, sólo ese día, los entremeses de la comida familiar o el postre. En lo que ellos entretenían sus sentidos y anhelos más golosos en el interior de aquel comercio atiborrado de excelencias culinarias y con el aroma del jamón en dulce recién cortado (York en lonchas, en la actualidad) nosotros manoseábamos inquietos el duro (cinco pesetas para los jovencitos) que nos había caído por buena conducta mientras escudriñábamos minuciosamente el panorama de tebeos, bolsitas de juguetes y soldaditos de plástico y las golosinas (chuches, hoy en día). Costaba mucho decidirse y había que administrar muy bien el rico caudal que pasábamos de una mano a otra, indecisos entre la nueva entrega de las Hazañas bélicas, el TBO, el Pulgarcito o la bolsa de papel con parte del escenario de la Segunda Guerra Mundial, o jugárselo todo a los caramelos de avellana Damel, a unas ruletas de petarditos para el colt 45, a una vespa de plástico en un kit de montaje en el que todas las piezas venían sujetas a un "esqueleto" del cual había de desprenderlas... Los kikos y las pipas estaban prohibidos no sé muy bien por qué. Los primeros por no dañarnos las muelas, supongo, porque de aquella eran duros del carallo. Las pipas porque era un hábito poco distinguido; ir menudeando las cáscaras y luego escupirlas en el suelo. Pero lo que disfrutábamos, cuando se presentaba la ocasión, con un puñado de pipas pergeñando los planes del resto del fin de semana no era nada desechable. 

Pero sin duda alguna si había una golosina, un chicle, que resultaba rentable y que cundía toda una mañana o toda una tarde era el bazooka; una pastilla circular, compuesta por tres discos de intenso color rosa, duro al principio como una piedra y que iba ganando elasticidad a medida que iba pasando de una línea de molares a la otra, de un carrillo a su opuesto, horas con aquella goma que hacía unos globos enormes, alguno de los cuales era explosionado intencionadamente por el gracioso de turno, pegándose en la cara, cejas y pelo. 

Ese chicle, duro de inicio y cansino al cabo de las horas, difícilmente compatible con otra golosina (otra preocupación), con otro bocado de lo que fuera (otro de los muchos problemas), con cualquier otra inquietud degustativa, jartible (como definen los sevillanos algo que llega a resultar insoportable) hasta la náusea, ese chicle, digo, es lo más parecido a la sensación de saturación y del "ya no puedo más" de Camilo Sesto, que me produce el temita del indulto, de las repúblicas de baratarias, de presos políticos (políticos presos!!) de lacitos amarillos, de exámenes en folios amarillos en la evau de Baleares para los aspirantes que desean hacerlo en castellano para que queden marcados con la estrella de David sobre el pijama de rayas, de los chupiguays de esa cosa de la solidaridad impostada, de la sudadera del openarms en la rueda de prensa del fútbol de los patriarcas del petróleo o desde el chaletarro de Pedralbes....de todo eso estoy como si me obligaran a masticar tres bazookas al mismo tiempo y pasar el resto de mi vida, trasladando la goma de una línea de molares a la otra, de un carrillo a su opuesto. Magnanimidad me pides....Vale, de acuerdo, la misma dosis que muestran ellos con los ciudadanos de este país que ni son como ellos ni dormitan en sus mismas ensoñaciones políticas. Simplemente eso.


El cantito de la semana

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