lunes, 28 de junio de 2021

Verano escolar I

Algo anda mal cuando resulta tan satisfactorio darse un chapuzón en la propia memoria. Tal vez sea mucho más agradable tratar de recordar lo que fue que intentar olvidar lo que nos está pasando. Luego, con esa aseveración nos colocamos solitos la etiqueta de nostálgicos, sí, pero no de "lo político" que sucedía en aquellos primeros veranos de los que tenemos recuerdos, entre otras cosas porque nos resultaba ajeno. 

Al finalizar el curso, el momento de mayor angustia era la mañana en que nos entregaban el boletín de las notas. No para todos, claro está. Había nombres de alumnos que iban acompañados de una nota excelente. Reunidos en la clase, a veces era la directora la que, para cada materia, cantaba la calificación final. Todos sabíamos que el "so-a-so" (sobresaliente-A-sobresaliente) sucedía siempre a los apellidos de los  cerebritos del grupo. Indefectiblemente. Incluso había una encarnizada rivalidad entre aquel puñado de empollones por obtener las mejores calificaciones del curso. Y si alguno de ellos se descolgaba, aún se arrebataba sobre su silla y  un mohín de frustración asomaba en su rostro. El resto de la clase nos desesperábamos comprobando como el orden alfabético de los alumnos iba acercándose a la inicial de nuestro apellido. Cerrábamos los ojos, cruzábamos los dedos y bajábamos la cabeza hasta incrustarla entre el cajón del pupitre y nuestras rodillas hasta que sonaba el apellido. Frente a la sonrisa indisimulada de la gorda cuando cantaba las notas de los más brillantes, al llegar el turno a los más mediocres, su expresión facial se mutaba en una agria mezcla de repulsa y desprecio, llegando al paroxismo cuando a algún pobre diablo le cantaba el emede-e-emede (muy deficiente-E- muy deficiente). Eran pocas de estas las que se escuchaban  pero la contundencia de su sonido dejaba en un inquietante  silencio a toda la clase.

Salvo alguna excepción, algún curso de bachillerato, mi boletín lo dominaba el ese-ce-ese (suficiente-C-suficiente) trufado, si acaso, con algún becebe (bien-C-bien) y aunque la bronca que me caía era por acomodarme en el confort y no aspirar a mejorar mi rendimiento, me daba con un canto en los dientes y me preparaba para disfrutar de un verano sin mayor exigencia que la de completar los cuadernos santillana, que caían sí o sí.

Se extendía ante nuestras expectativas un largo y cálido verano; camiseta, pantalón corto y alpargatas. Piscina y bañador. 

Era un dolce far niente inocente de canicas y mirindas o de un vasito de papel-cartón de fanta de naranja burbujeante a media mañana (un duro en la máquina de cocacola que había en los vestuarios del club), de tumbarse sobre las templadas baldosas de casa buscando alivio al bochorno imperante, de las siestas forzosas con la persiana hasta abajo, viendo entre las rendijas de las lamas, el horizonte de Montjuich diluido en una espesa calima que cargaba el aire tosco e irrespirable en aquellas tardes y noches tropicales sin asomo ni idea de lo que era un aparato de aire acondicionado.

Felices como lombrices en un charco, ajenos a cualquier preocupación, no necesitábamos más juguetes que la imaginación, el meyba y unas raquetas de tenis. Aquello sí eran veranos.

Y ahora, sin embargo, qué calor, qué aburrimiento, qué mal funciona el wi-fi! Si tu supieras...

El cantito de la semana

Esa brisa cálida que se colaba de madrugada entre las rendijas de la persiana dejaba a la vista un lejano rosario de lucecitas sobre el borroso horizonte de Montjuich. En el pequeño transistor Sharp...

lunes, 21 de junio de 2021

Generación Lepanto

Con todos mis respetos a la memoria de nuestros viejos héroes y a su victoriosas hazañas en la Batalla de Lepanto tomaría este nombre para, en una voltereta de fantasía, referirme a una generación, medias más arriba y abajo, de españoles que hemos asistido como meros espectadores pero muy orgullosos al gozoso espectáculo de ver ondear nuestra bandera al tiempo que su imagen se fundía con el rostro feliz de un nuevo o unos nuevos héroes deportivos mientras sonaba nuestro himno nacional.

El deporte español ha contado desde la segunda mitad del siglo pasado con abnegados deportistas, aficionados la mayor parte de ellos y de muy humilde procedencia, que empezaron a atesorar éxitos profesionales para los que aquellas generaciones de españoles De la alpargata al seiscientos (Juan Eslava Galán) no estaban preparados ni para los cuales el deporte, en general, suponía la menor inquietud ni preocupación.

Por lo que yo puedo contar y desde mi madrugadora afición a todo tipo de deportes, en los albores de ese a veces enfermizo friquismo, tres nombres gozaban ya de eco propio: Mariano Haro, Manolo Santana y Ángel Nieto. Había más, por supuesto, pero eran estos los más laureados y con mayor reconocimiento, incluso internacional, lo que en aquellos tiempos tenía un mérito añadido. A título individual fueron los pioneros y con sus triunfos contribuyeron a dignificar el deporte como dedicación habitual y más tarde como actividad profesional y abrieron ruta a nuevas generaciones que recibieron  mayores y más sustanciosas ayudas económicas. Del atletismo, del tenis, del motociclismo y progresivamente de otros deportes comenzaron a aparecer nuevos deportistas, mejor preparados, mejor uniformados y, por supuesto, mucho mejor alimentados. (La Coca-cola  -ay, Cristiano, no muerdas la mano que te da de comer- y el Colacao) 

Pasaron los años y desde los celebradísimos laureles de los Juegos Olímpicos de la Barcelona más española (ya cautiva y desarmada) una ola de deportistas de todas las disciplinas y tanto en lo colectivo como en lo individual, hemos ido celebrando y encadenando un entorchado con otro: nos hemos acostumbrado a la victoria, al cantado Lepanto del sacrosanto himno de nuestra gloriosa Armada Española. Selecciones masculinas y femeninas de fútbol, de baloncesto, de balonmano, de hockey, deportistas individuales como Tormo, Pons, Crivillé, Lorenzo, Márquez, Alonso, Delgado, Induráin, Olano, Arancha, Burguera, Conchita, Moyá, Nadal, Marín...por dar los nombres de los más laureados nos han mantenido despiertos horas y horas ante la televisión, sufriendo con ellos, agotados, insomnes y desquiciados hasta poder verificar que se alzaban a lo más alto del pódium.

Eso nos queda, haber sido testigos de los momentos más brillantes del deporte español y hacer posible aquella frase acuñada por el imaginario popular: Hola, soy español. ¿A qué quieres que te gane?


El cantito de la semana


lunes, 14 de junio de 2021

El chicle

Los que ya tenemos una edad y hemos pillado la zeneca por los pelos, porque estábamos más cerca de la pfizer o de la moderna, somos los que corríamos hasta el kiosko con la paga del día o de la semana. A la salida de la Misa de los domingos en Santa Gemma,  mis padres dirigían sus pasos a La Selecta, de la calle Capitán Arenas, para comprar las fruslerías gastronómicas con las que ilustraban, sólo ese día, los entremeses de la comida familiar o el postre. En lo que ellos entretenían sus sentidos y anhelos más golosos en el interior de aquel comercio atiborrado de excelencias culinarias y con el aroma del jamón en dulce recién cortado (York en lonchas, en la actualidad) nosotros manoseábamos inquietos el duro (cinco pesetas para los jovencitos) que nos había caído por buena conducta mientras escudriñábamos minuciosamente el panorama de tebeos, bolsitas de juguetes y soldaditos de plástico y las golosinas (chuches, hoy en día). Costaba mucho decidirse y había que administrar muy bien el rico caudal que pasábamos de una mano a otra, indecisos entre la nueva entrega de las Hazañas bélicas, el TBO, el Pulgarcito o la bolsa de papel con parte del escenario de la Segunda Guerra Mundial, o jugárselo todo a los caramelos de avellana Damel, a unas ruletas de petarditos para el colt 45, a una vespa de plástico en un kit de montaje en el que todas las piezas venían sujetas a un "esqueleto" del cual había de desprenderlas... Los kikos y las pipas estaban prohibidos no sé muy bien por qué. Los primeros por no dañarnos las muelas, supongo, porque de aquella eran duros del carallo. Las pipas porque era un hábito poco distinguido; ir menudeando las cáscaras y luego escupirlas en el suelo. Pero lo que disfrutábamos, cuando se presentaba la ocasión, con un puñado de pipas pergeñando los planes del resto del fin de semana no era nada desechable. 

Pero sin duda alguna si había una golosina, un chicle, que resultaba rentable y que cundía toda una mañana o toda una tarde era el bazooka; una pastilla circular, compuesta por tres discos de intenso color rosa, duro al principio como una piedra y que iba ganando elasticidad a medida que iba pasando de una línea de molares a la otra, de un carrillo a su opuesto, horas con aquella goma que hacía unos globos enormes, alguno de los cuales era explosionado intencionadamente por el gracioso de turno, pegándose en la cara, cejas y pelo. 

Ese chicle, duro de inicio y cansino al cabo de las horas, difícilmente compatible con otra golosina (otra preocupación), con otro bocado de lo que fuera (otro de los muchos problemas), con cualquier otra inquietud degustativa, jartible (como definen los sevillanos algo que llega a resultar insoportable) hasta la náusea, ese chicle, digo, es lo más parecido a la sensación de saturación y del "ya no puedo más" de Camilo Sesto, que me produce el temita del indulto, de las repúblicas de baratarias, de presos políticos (políticos presos!!) de lacitos amarillos, de exámenes en folios amarillos en la evau de Baleares para los aspirantes que desean hacerlo en castellano para que queden marcados con la estrella de David sobre el pijama de rayas, de los chupiguays de esa cosa de la solidaridad impostada, de la sudadera del openarms en la rueda de prensa del fútbol de los patriarcas del petróleo o desde el chaletarro de Pedralbes....de todo eso estoy como si me obligaran a masticar tres bazookas al mismo tiempo y pasar el resto de mi vida, trasladando la goma de una línea de molares a la otra, de un carrillo a su opuesto. Magnanimidad me pides....Vale, de acuerdo, la misma dosis que muestran ellos con los ciudadanos de este país que ni son como ellos ni dormitan en sus mismas ensoñaciones políticas. Simplemente eso.


El cantito de la semana

lunes, 7 de junio de 2021

Versos sueltos

Hace unos días, ante un auditorio convocado para el lucimiento oficial, una joven periodista y escritora manifestaba -sin arrobo alguno- que sentía envidia por la España en la que vivieron sus padres antes de que ella naciera. En aquel país del Seat 600, de los planes de desarrollo, de la inauguración de pantanos, de las viviendas de protección oficial, de los premios especiales para las familias numerosas, de los descuentos en las zapaterías, etc... aquellos padres podían empeñar sus ahorros resultantes de grandes sacrificios, y viviendo con muchas estrecheces, en diseñar con felicidad e ilusión, ambiciosos proyectos de familia. Eran exiguos los márgenes de ahorro que generaba el trabajo seguro, madrugando y sin la menor concesión al lujo en las vacaciones familiares. Era extremadamente duro el esfuerzo, bajo condiciones climatológicas casi siempre muy adversas, las exigencias de pequeñas y familiares explotaciones agrícolas y ganaderas. Era incierto el resultado y el balance de beneficio que producían las ventas desde el "plácido" confort del horario de comercios propios, desde el emprendimiento (término moderno que no se manejaba entonces) con la práctica de una contabilidad más parda que su propia gramática. Pues bien,  aquella generación dura como el pernal nos llevó hasta el confort del que sus hijos y sus nietos hemos disfrutado. 

Lo más positivo para muchos de nosotros es que entendimos el mensaje e hicimos todo lo posible por seguir el ejemplo que nos escribieron con una tiza blanca en nuestra pizarra.

Nuestro gran error es no haber sabido transmitirlo correctamente a nuestros hijos. No impusimos el NO como la primera respuesta a sus peticiones ni solíamos afearles su conducta cuando estaban cansados o malitos. Tal vez fuimos excesivamente blandos y acostumbramos a nuestras proles a abrir la nevera o la despensa y disponer al instante de las galletitas y las coca-colas.

No escribo desde el resentimiento porque no creo tener motivos para quejarme de mis hijas. Yo, al fin y al cabo, creo haber sido riguroso y estricto y en mi casa no hubo excesiva concesión al capricho, pero, como la mayor parte de mis contemporáneos, he sucumbido al intento de apuntarles a toda clase de disciplinas extraescolares; desde el judo hasta la doma, pasando por el inglés, el ballet, el tenis, el windsurf, la guitarra eléctrica y la flauta travesera. 

Tememos, yo al menos sí, que las generaciones que toman el relevo de nuestros puestos de trabajo, no saben valorar - en general y salvo un porcentaje muy pequeño- el esfuerzo personal y los sacrificios como los motores del éxito. No digo que no haya muchos jóvenes que rindan al máximo y luchen por alcanzar sus objetivos formativos y profesionales pero si ese ejemplo de la joven escritora ha cobrado especial relieve al subrayar el valor de sus generaciones anteriores, por algo será. Se trata sin duda de uno de los muchos versos sueltos en medio de un manglar de aguas pesadas donde predomina la indolencia y la falta de verdadero sacrificio.


 



Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...