lunes, 26 de abril de 2021

Rigor parroquiano

En el libre ejercicio de mis derechos y durante este largo año de arresto domiciliario primero y luego de libertad condicional he mirado al virus con el temor propio de quien no quiere ser pasto de las estadísticas. Escuché decir a un alto cargo de la Organización Mundial de la Salud que en los siguientes meses al estallido de la pandemia y durante mucho tiempo después la humanidad se dividiría en dos grandes grupos: los contagiados y los que se iban a contagiar.

Ante ese cruel pronóstico y a medida que la realidad - y por mucho que quisieran ocultárnoslos - vomitaba diariamente los pésimos datos del avance del virus, la evidencia ponía en su sitio a quienes por ignorancia unas veces y por falta de gallardía (y decencia) otras, negaban la gravedad de la situación. 

Acunado en tablas y pertrechado con todo lo necesario para una larga resistencia, mi capacidad de encaje y paciencia iniciaron una dura prueba. Había que adaptarse a realidad, lo que ahora hasta el más torpe de los oradores pronuncia sin descabalgar letra alguna: resiliencia. 

Nos salvó un poco de lectura, el silencio del vecindario interrumpido apenas por las ovaciones vespertinas, las series del nesflis y la gastronomía. La no dependencia de un tercero para confeccionar un menú diario sencillo y saludable se hizo posible gracias a la práctica cotidiana desde muchos años atrás.

Cuando a finales de mayo de 2020 nos permitieron asomar la nariz dejando atrás el zaguán de entrada al portal, al pisar por vez primera las aceras y los caminos vecinales empezamos a saber apreciar el sabor de la libertad. Parecía poco menos que increíble recuperar las calles y el encuentro físico y próximo de los ciudadanos a los que veíamos desde nuestros balcones.

El temor a no hacer las cosas bien, pese a la torpeza de nuestros machos alfa y líderes de rebaño, nos recomendó tomárnoslo con mucha prudencia. A pie de la letra, con la disciplina y rigor del buen parroquiano, hemos contenido durante un año el deseo de recuperar, además de la calle, el bullicio de los locales, de las terrazas abarrotadas, de los tumultos y concentraciones masivas, de los centros comerciales concurridos. 

Será ese temor el que, por el momento y cruzando los dedos, me ha alejado de complicaciones más allá de renunciar al encuentro familiar y social en condiciones normales. Como las visitas al hospital: pocas y breves.

Y unos cuantos minutos de oración. Como el buen parroquiano.

Va por ti, amigo Antonio C.

lunes, 19 de abril de 2021

Parole, parole.

No había ni internet, ni spotify, ni Ipod,s, ni....

Cuando en el transistor Lavis sonaba alguna buena canción en una emisora de radio, si a mi padre le pillaba de pie, era capaz de descalzarse las zapatillas de estar por casa y en el centro del salón, sobre el terreno, sin separar apenas sus tobillos y sin desplazarse más allá de una sola baldosa, echarse un bailecito. Nos miraba picarón a los que en ese momento estuviéramos junto a él y nos invitaba a emularle. Tenía sus favoritos y desde el mismo día que entró en casa un precioso compacto Grundig con tocadiscos, cassette y radio FM, de modernísimo diseño y excelente sonido estéreo a través de sus dos altavoces esféricos la música se hizo carne y habitó entre nosotros. 

Unas veces era Barry White, cuyos susurros de alcoba a media noche y su voz profunda no habíamos aprendido a interpretar, todavía. Otras eran Neil Diamond, Frank Sinatra, Nino Bravo... y al final nuestros propios discos y cassettes rulaban cuando él nos lo permitía. Era la música de aquellos incipientes 70. 

Un día la prima Mercedes trajo un disco de Mina y escuchamos por vez primera "Parole, parole". El sonido envolvía, por su volumen y calidad, toda la casa y mi padre volvió a aparcar a un lado sus zapatillas y se dejó llevar....caramele non ne voglio più...

De todo ello han pasado unos cincuenta años y en el escenario actual la música que envuelve nuestro día a día ha sido sustituida por un ruido insufrible de otro tipo de palabras, palabras y palabras. Y muy pocos hechos.

Lo que más duele es que la verborrea de muchos de los políticos circula en dirección diametralmente opuesta a la de sus actos. En el ejercicio permanente de su hipogresía creen que les basta con fruncir el ceño y agitar el tono para tratar de seguir engañando a los mismos tontos, inocentes o no, a muchos de sus incondicionales, a demasiados rebaños de vacas que siguen aplaudiendo al ver pasar el tren (línea Poblados populares-Urbanizaciones de lujo, sección barbacoas), a sus reporteros de fortuna, agraciados todos ellos por la mejora del bienestar de su líder. Enhorabuena a los premiados.

Pues eso; parole, parole

https://youtu.be/xp0tfxGHp8o


lunes, 12 de abril de 2021

El aroma de la nostalgia

Asumo el riesgo racional de resultar un poco pesado pero desde hace bastante tiempo experimento más satisfacción y placer recordando el pasado que proyectándome hacia el futuro y es que no me cabe duda alguna; hasta hace bien poco vivíamos mucho mejor, éramos más libres, más divertidos y, en general, disfrutábamos muchísimo más de la vida, con sus penas y con sus alegrías, en la salud y en la enfermedad...

Mucho antes de iniciar el año pandémico y antes de que empezara a tenerse conocimiento de los primeros brotes del virus allá donde parecía tan lejano ya mirábamos con escepticismo y bastante cabreo la transformación de nuestro país, a pasos agigantados, orientada hacia un horizonte al que muy pocos de los españoles, me parece, deseaban llegar. Entonces, si nadie pedía tantos cambios, a cuento de qué era necesario pasar por ello.

En mi época de estudiante de Derecho, de opositando y de mis primeros años de cierta responsabilidad y donde había que aplicar los conocimientos y criterios machacados y aprendidos, a fuerza de horas de flexo e insomnio tenía muy claro el escenario en el que el Estado, la Administración, la empresa privada y los ciudadanos estaban llamados a desarrollar sus respectivas funciones en un clima de respeto y conciliación. Que todo era mejorable y que las exigencias de los nuevos tiempos obligaban a una permanente revisión era más que asumible. Pero una cosa es eso y otra, muy diversa, arrancarnos el traje y dejarnos en gayumbos. 

Aprovechar las restricciones impuestas por la voracidad mortal del virus y por sus pésimas consecuencias sociales y económicas para transformar la estabilidad del Estado y la confianza en sus instituciones de buena parte de la población en una permanente duda sobre quiénes somos y a dónde vamos ha sido, sin duda, la gran pedrada en nuestra frente (y en demasiadas ocasiones, en la frente de los Cuerpos y Fuerzas de seguridad del Estado)

Que me explique alguien en qué hemos mejorado o hemos salido ganando desde mayo del año 2018.

Debo de ser un tonto o un infeliz, un desdichado y extraño nostálgico del orden, del respeto a las Instituciones del Estado (a todas), de las libertades y de los derechos compartidos y armonizados desde el respeto y colaboración mutua entre todos los ciudadanos, del cumplimiento de la legalidad, del acatamiento de la justicia, del espíritu sano de convivencia....Cómo no voy a sentir la nostalgia de otros tiempos. Y todo ello, por supuesto, sin necesidad de vincular esa añoranza propia al color ni a las siglas de ningún partido político. Vaya eso por delante.


Último tango en Madrid

Muy probablemente golpea la pelota mucho mejor que baila. No tiene ni pinta ni planta para el meritorio baile de salón pero creo que, a estas alturas, nadie le va a exigir un nuevo talento. Tiritando bajo la lluvia, bajo un aguacero que sonaba a fin de fiesta Messi jugó, tal vez, su último clásico. Es momento de que suelte la mano de sus sucesores y les deje conducir sus vidas sin la permanente batuta del dios menor al que la decadencia y la edad de sus ya retirados compañeros de farras futbolisticas abandonaron a su suerte. Que se vaya un par de años a disfrutar de las últimas gotas del exquisito elixir del fútbol que nos ha regalado los últimos quince años y que vuelva. Sólo uno de los cinco grandes futbolistas que adornaron nuestras tardes de fútbol en Barcelona, regresó al Barça para, como entrenador, colocar al club en una dimensión que jamás antes se había conocido: Johan Cruyff. Messi se ha ganado el derecho a volver algún día a su casa, siquiera para enseñar a las jóvenes generaciones cómo patear el balón en una falta. Para bailar bajo la lluvia ya teníamos a Gene Kelly. 

https://youtu.be/6AGnxXFpyMQ

lunes, 5 de abril de 2021

Un año

Recuerdo especialmente el silencio. En las primeras mañanas del arresto domiciliario, hace ahora un año, las más madrugadoras luces del día venían empaquetadas al vacío; algo así como una atmósfera cero carente de los habituales sonidos de todos los días hasta entonces. Se escuchaba con nitidez el rumor de la propia respiración y algo más alejado el arrullo de las tórtolas. Ya levantado, guardando la rutina de la propia celda, al asomarme al balcón y al contraluz de los primeros y tímidos rayos del sol, me sobrecogía el gran manto de quietud que desnudaba los primeros días de confinamiento.

Apagados los aplausos solidarios de la tarde anterior, al ventilar la sala renovaba cada mañana el espíritu de sacrificio y de supervivencia. Un nuevo día, un nuevo reto, un nuevo récord. Luego vendrían los himnos y melodías de la resistencia, oficiales y reiterativos unos y algo más espontáneos e ilusionantes otros. Y al final, solo una mecánica rutina para que cada cual marcara su propia estrategia para salir adelante un día más.

Aprendimos a vivir como una subespecie de amish, sustituyendo el sirope de arce o la zarzaparrilla y la construcción de graneros por la cerveza, las pizzas y bizcochos caseros y por el consumo masivo de series de televisión.

De todas las experiencias de la vida se obtienen lecciones, a poco que seas capaz de extraerlas. De mi misión afgana supe aprender a vivir la soledad de los momentos en que me alejaba del grupo sin tener a mano el recurso próximo de la familia y de los amigos. Es cierto que mediante el teléfono y otras comunicaciones las distancias de contacto se estrechaban pero no proporcionaban la inmediatez del roce físico y cercano. Y efectivamente te conviertes en una isla abandonada con el rumor cercano del grupo de compañeros que en la quietud de los momentos íntimos -incluso el más sociable- siente la soledad y aprende a gestionarla. 

Nos acostumbramos a vivir con tal grado de restricción de libertades que luego, cualquier movimiento nos ha parecido un exceso: vivir a lo loco, como un tercer grado.


Este año nos ha enseñado a sobrevivir mirando una estadística; unos datos que crecían por una barrita de un color y descendían por otra paralela de otro color. También a estudiar una tabla variable y condicionada a los datos de esas barritas para saber cuánto y a qué horas podíamos separarnos de nuestro nido (celda). El rumor incesante de la interpretación de esas barritas ha dado pie a miles de especulaciones y a un sinfín de controversias y desgraciadamente, al final, hemos acabado escupiéndonos esos datos unos a otros. Divide y vencerás.

Si en lugar de exigir, prohibir, penalizar, castigar y finalmente dejar abandonados a su propia suerte a un montón de trabajadores, empresarios, comercios, etc, nos hubieran hecho una sabia recomendación ilustrada con el buen ejemplo de liderazgo real, otro gallo nos habría cantado.

Todo lo contrario. El ejemplo que se nos ha dado ha sido sencillamente lamentable. En todo. En general. 

Así nos va.

Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...