lunes, 26 de octubre de 2020

Entrañable y rancio

Como parece que a todos nos gusta remover el pasado y cada cual tenemos el nuestro, hoy en día me resulta adecuado manifestar que cualquier tiempo pasado fue mejor (o pudo serlo).


Me acordaba el otro día, desde mi templada orilla y saliendo del agua con un tibio sol de octubre en Mallorca, que en aquella Barcelona de los sesenta en muchos de los cruces del paseo de Gracia, de las Ramblas, en la Puerta del Ángel y en todos los barrios, en las esquinas y pegaditas a la pared, entre final de octubre y principios de noviembre era muy frecuente toparse con una vieja castañera, vestida de negro, con guantes de cuero viejo y un aventador de esparto asando castañas y boniatos en la lumbre de una estufa de hierro. A sus pies, cubiertos con unas humildes alpargatas, un gran cesto con leña y un saco de castañas crudas que iba preparando a demanda de los peatones. Hacía frio, o mucho más frio que ahora, en cualquier caso y aquel cucurucho de papel de estraza cerrado en su parte superior servía, entre oras cosas, para calentarse las manos de manera instantánea. Recuerdo su sabor y como no había más golosinas, las comíamos como si fuera una bolsita de ositos de Haribo de la actualidad. El viento, frío y húmedo, cortaba la piel de las manos y de las rodillas, expuestas por los pantalones cortos que eran los apropiados a nuestra edad y género.

A medida que nos acercábamos a la castañera, el aire quedaba impregnado del aroma dulzón de lumbre y castañas. Como  apunta Carmen MV. Barcelona huele a castañas.

Llegamos al tiempo de, al menos en Cataluña lo era,  las tradicionales castañadas; momento de panallets y huesos de santo pero aquí, tal vez este año -como todo- un tanto descafeinado, una inmensa mayoría de ciudadanos que -común postureo guay-  desprecian todo lo yanqui se entregará a la estúpida representación zombi con niños (aún),  papás (un poco menos) y adultos sin niños (que ya es bien ridículo) disfrazados de momias, monjas desenterradas (una sutileza mayor, si cabe), cadáveres mutilados y draculines de pacotilla.

Sí, señores, ha llegado jalogüin!!! (¿pero qué coño es halloween?), pero este año, con sesenta mil fallecidos por coronavirus y más de un millón de contagiados....¿dónde está el chiste?

Valdrá, aunque solo sea por eso, que se hagan visibles las calabazas; esas que se llevan como recompensa y calificación por su pésima gestión, todos estos tipos y tipas que nos han traído al escenario pandémico en el que nos encontramos y en el que permaneceremos, muertos de miedo e incertidumbre, hasta que "alguien" tenga a bien rescatarnos. Esos entre los cuales figuran, veraneantes, surfistas, buceadores y reinonas de copas de madrugada ajenos en muchos casos, a sus propias recomendaciones, si no a las obligatorias restricciones, cierres de locales y exigencias de "disciplina social" (para los ciudadanos, solo). 


La cançó del blog

Tal vez ya asomó alguna otra vez en el blog esta cançó del Nanu, pero hoy también toca por aquello dels panallets


lunes, 19 de octubre de 2020

Octubre, fruta de otoño

Es, no cabe duda, un mes singular. Según el lugar de residencia está todavía a medio camino entre un verano que se resiste a abandonarnos y un invierno precoz. Recuerdo, cuando niño, que en mi añorada BCN era ya tiempo de castañas y boniatos y en algunas de las esquinas del ensanche empezaban a cobrar plaza las viejas castañeras de negro, emblemáticas estampas en sepia del incipiente invierno. Hacía ya frío (quizá sea muestra palpable del cambio climático) y un cucurucho de castañas recién asadas calentaba las manos al instante. Luego el sabor.... sería cosa de adultos, memorias de hambruna y posguerra.


Liberado de ciertas urgencias - muchas de ellas injustificadas pero propias del período estival - me abandono, en la mañana del sábado, en una cierta indolencia y antes de poner mi pie izquierdo en tierra le doy una vuelta al dial y fondeo en Radio Clásica. A las 8 en punto empiezan a sonar cantos gregorianos y me sumerjo en la disciplina monacal de algún enigmático coro de la Edad Media. Sueño despierto o me imagino a mí mismo con los ojos cerrados; me asomo a un pedazo de la historia, con hábito de monje cisterciense y entono salmos en latín. Es el aroma sacro de nuestra memoria histórica. 

Ese instante fugaz con el nombre de la rosa tiene los minutos  contados (con diez minutos es suficiente), lo que tarde el  cielo en mostrar su intenso azul de la mañana, a través de una breve resquicio de las  cortinas.


Desayuno en la terraza. Café con niebla y tostadas. Se ve un horizonte soleado pero una densa capa gaseosa cubre homogénea el paisaje. Apurado el fondo del tazón se marca la estrategia del día. La temperatura está ya por encima de los 15 grados y el pronóstico es inmejorable.


La playa sigue llamando a su presencia y un buen baño de sol y mar mantiene el tono vital para toda la semana. Sigue siendo un placer dar unas cuantas brazadas, a pesar de que la temperatura, inicialmente, parece baja. Al cabo de buen rato cuesta más salir que estar fuera. 


A quienes me preguntan y encontrándome a más de un conocido en la orilla les sigo contestando lo mismo: cómo vamos a quejarnos. A pesar de que cada día pasamos más tiempo en el lado incierto de la vida y de que tal vez estemos agotando el preludio de un nuevo confinamiento disfrazado de como quieran llamarlo, debo conformarme con disfrutar lo que tengo tan a mano. Basta la mochila y la excelente compañía y, además, es gratis. Cuánta fortuna.

Lejos del bullicio y de lugares de mayor riesgo de contagio, este octubre bonachón y generoso invita a vivirlo a la intemperie. Así haré.

lunes, 12 de octubre de 2020

Hablemos menos y ventilemos más

En torno al maldito virus, a estas alturas de pandemia, todavía hay muchos de sus perfiles que presentan bordes difusos, colores variados y síntomas equívocos. Total: para uno, que es de letras, son demasiadas incógnitas por despejar en una misma ecuación. Esto es así, José Y. y bien que lo siento. 


Con la certeza de que, al menos en España, no existe el comité de expertos que nos vendieron para tranquilizarnos (gracias, oh Estado protector), nos ponemos en manos de tertulianos habituales, esa extraña ¿casta? que sabe de todo y que de todo opina sin rebozo alguno, igual disertan y se pisan la palabra (ma-le-du-ca-da-men-te) hablando de las reglas del fuera de juego que de física cuántica. Todo son conjeturas y habladurías. En algunos medios, según caigan en zona nacional o en zona republicana, unos de esos "científicos" dicen una cosa y los otros, lo contrario. Presuntamente todos son expertos virólogos, infectólogos, especialistas en enfermedades contagiosas y así y todo seguimos con más sombras que luces. 


Nos queda muy claro el asunto de la higiene. Y menos mal, porque un buen enjuague nunca viene mal. Desde la anterior amenaza de una gripe potencialmente muy peligrosa, hace unos años, se sugirió a la población lavarse las manos constantemente y de manera muy especial tras el contacto con objetos a través de los cuales pudiera contagiarse el virus (barandillas, picaportes, asideros de transportes públicos, etc) Dotamos a nuestros hijos de unas cuantas lecciones de higiene y un paquetito de toallitas desinfectantes junto con un botecito de gel para que lo pudieran utilizar en el colegio. Vale.


Unos años después, en el ámbito ya del covid-19, además de esto, también mascarilla (obligatoria) y más profunda la higiene. Hemos disfrutado -los más privilegiados- de unas vacaciones estivales a medias; sin viajes ni eventos compartidos masivamente (conciertos, bodas, comuniones, cumpleaños, comidas y cenas familiares, etc).


Con el tiempo y esperemos que no siga costando tantas vidas humanas ni tanto daño económico (por ese orden) llegaremos a tener una información más científica de la detección del virus, de su prevención y  de su tratamiento.


Lo último que hemos sabido y que cobra mucha verosimilitud es la más que probable transmisión del virus a través del aire en forma de aerosoles y micropartículas capaces de quedarse en suspensión durante horas (pincha aquí). Algo ayuda el uso de mascarillas pero ni todas valen ni es lo único. Yo, por si acaso, además de la mascarilla he generalizado el uso de gafas que, ahora, además de auxiliarme en mi consolidada presbicia, también supone una barrera adicional de protección de ojos y párpados. Aún asi....


Finalmente, recomiendan algunos científicos no hablar mucho ni muy alto en locales cerrados. Y no gritar, cosa que junto con la higiene personal también nos viene muy bien a todos. Y ventilar mucho; abrir la ventana y que salga por ella ese trigrillo que asoma el bigote cuando falta el jabón. Viene a mi mente perversa el fusilamiento permanente al que nos sometía un viejo colega, en mi fase de formación, a perdigonazo limpio sobre nuestros pupitres y de cuyo nombre prefiero no acordarme. Aquello no eran aerosoles, eran misiles aire/tierra. Estar en primera fila con aquel tipo, eso era factor de riesgo. Atravesaría hasta un paraguas. 


La consigna es clara: hablemos menos y más bajito, mucho jabón y ventilemos más. 


La canción del blog

La de hoy, evocando cómo sonaba en viejos locales de Palma que ya perecieron, en forma de susurro ¿Te acuerdas?

lunes, 5 de octubre de 2020

El cajón vacío

Resistiéndome como un gato panza arriba, igual que todos los años a estas alturas de octubre, mantengo mi mochila de la playa, con la toalla, los auriculares y un libro, colgada junto a la puerta de casa para aprovechar cualquier tarde sin otras cargas y proyectarme hasta mi adorada orilla. Lo malo es que los temporales y las tardes de cierta inestabilidad climatológica se hacen cada vez más frecuentes y al final, paralelamente a la decoloración de mi piel, mí ánimo irá decayendo y abandonaré el hábito playero. Dirás Joaquín RDC. -con toda la razón- que el otoño es una estación maravillosa, con su rica gastronomía de monte bajo, con sus alfombras de hojarasca en bosques, parques y jardines....pero este año con mascarilla, no sé si será lo mismo.


En el momento de guardar el bañador siempre quedan, en el fondo de los bolsillos, restos de arena y los añicos de alguna concha marina, como el poso de un buen vino en una copa o los rastros de rica salsa en el plato de un gran guiso: evoca lo que fue. Eso es lo que queda de un buen verano; arena en los bolsillos del bañador.


Llevamos ocho meses de pandemia (y confinados a propia voluntad, según alguno) y la actividad industrial, económica y productiva del país ha experimentado un parón casi total: las huellas del frenazo, humeantes aún,  han quedado marcadas en la temporada alta de nuestro sector más productivo -el turismo- y, renqueante y convaleciente, proyectará la siniestra sombra de la inactividad durante muchos de los meses venideros.


En consecuencia, la tributación fiscal por actividad de todo el parque societario -económico y empresarial-  del Estado, de sus Comunidades Autónomas y de los Ayuntamientos, la de los castigadísimos autónomos y en general de toda persona física y jurídica con entidad fiscal y gestión  empresarial, será la propia de su cuenta de resultados y del rendimiento de sus negocios. Poco hay que aventurarse para adivinar que el cajón de ingresos del impuesto sobre sociedades y del IVA y de IRPF estará, a estas alturas, vacío. Más tieso que el brazo de la estatua de Colón de Barcelona, pero hacia arriba (y con otro dedo), señalando al infinito y más allá. 


Si una gran parte de nuestro potencial económico -el turístico (plazas hoteleras), depende, por decirlo de una manera plástica, de la explotación de hamacas playeras -millones de ellas- y si del rendimiento de cada una de ellas cuelga un pequeño porcentaje del que viven los bares, los restaurantes y los comercios próximos más directamente relacionados con la presencia de un turista; si este año el porcentaje de ocupación de dichas hamacas ha sido tan exiguo....¿qué cifras de recaudación van a resultar al final de la temporada y cuánto va a recaudarse por actividad empresarial en ese importante sector económico productivo? Y la peor consecuencia: ¿Qué va a poder atenderse, de las necesidades del Estado, si el presupuesto de ingresos es tan raquítico? La última y no menos tenebrosa: ¿Quién va a poder permitirse el lujo de veranear (avión, hotel, manutención y cócteles) la próxima temporada estival? Ahí lo dejo.

(Solo en Baleares, la caída de visitas de turistas y recaudación de ingresos relacionados con el turismo, se cifra en 80% respecto del año anterior)

Arena y añicos de conchitas marinas en el cajón de ingresos.


Canción de blog


Algunos recuerdan esta "pieza" y cómo se lanzaban a cabalgar (estilo Anna LaCazio) en aquellas pistas de baile -vaso tubo y tres piedras de hielo- en el verano del 85 


Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...