lunes, 28 de septiembre de 2020

Imagen y comunicación

Vivimos momentos excepcionales y para cada tramo de edad y para cada generación es muy variada su repercusión en las relaciones familiares y sociales.

En el paradigma de la perplejidad, ahora nos quieren hacer creer que fuimos nosotros -tontos y torpes ciudadanos- los que libérrimamente (el tito Luis, siempre presente en mis pensamientos) decidimos confinarnos en nuestros propios domicilios y cerrar empresas, negocios y comercios para tumbarnos en el sofá de nuestros salones a devorar el netflix. Para nada fuimos obligados a quedarnos en casa. En todo caso sí que se diseñaron una serie de fases de desescaladas (que también hicimos mal) para que nosotros,  perezosos hibernados, saliéramos poco a poco a estirarnos al sol de primavera y fuéramos reanudando nuestras correrías por ríos y santuarios de salmones y levantar el ayuno invernal. Manda cojones.

Si no fuera por lo trágico de la situación, por las docenas de miles de fallecidos, por los cientos de miles de perjudicados, por las imprevisibles consecuencia en la salud de quienes han padecido el virus, de los muchos más cientos de miles de trabajadores que quedaron sin empleo, de los millones -en consecuencia- de familiares que se han visto privados del mínimo confort y satisfacción de necesidades que proporciona el empleo...si no fuera por todo esto, sería hasta gracioso.

¿Y que ha ocurrido? ¿Qué y cuánto han pagado los responsables de esta ruina? ¿Qué consecuencias y qué desgaste ha provocado este desastre en la imagen de quienes nos gobiernan? Lo voy a responder yo: NADA.

Mientras nos hartábamos de hornear y zamparnos todo tipo de bizcochos, empanadas, torrijas, panes, guisos; mientras nos empapuzábamos de capítulos y temporadas completas de todas las series televisivas habidas y por haber, en algún despacho un community manager con sueldo fijo tejía su red de transmisión, día y noche, por la cual se vertía toda la propaganda sobre la perfecta ejecución del poder, la excelencia de las soluciones, el acierto del supuesto comité de expertos, el desvelo permanente del responsable de cada área de gobierno implicado en el tratamiento y gestión de la alarma sanitaria y de sus consecuencias económicas. Ese trabajo, el de ese currante de la comunicación, no está pagado, jopeta.

En lo que todo ese plan se urdía, todos los ciudadanos con su mirada hundida en millones de móviles y tabletas haciendo circular todo el torrente de comunicaciones e imágenes a favor unos, en contra otros de las posiciones oficiales.

Pues bien, ha pasado el verano, se ha confirmado y con muchísima antelación, la llegada de la segunda ola y resulta que sigue sin pasar nada. Es más, avanza la devastación del tsunami vírico y económico y sigue mirándose en el espejo contemplando su extraordinaria belleza y la perfección de sus gestos; el maquillaje, la sombra de ojos, el brillo en los labios....qué reguapo soy y qué bien resuelvo los problemas de estos pobres desgraciados. Menos mal que soy yo quien está al frente.

Es muy posible que las redes sociales sigan echando humo, que millones de ciudadanos continúen trapicheando su indignación, el acabose, la denuncia del traspaso permanente de todas las líneas rojas....NO PASA NADA.

El community manager lo controla todo, marca el ritmo y baila en el salón de su casa, extasiado por su propio éxito: guasapead, malditos, guasapead, mi imagen es perfecta. Me ha salido redondo.

No es lo que hagan, es como lo cuenten.





lunes, 21 de septiembre de 2020

Y Netflix en el salón

Con lo que me gustaría escribir y contar cosas agradables: proponer una receta, describir el gozo que me produce un momento muy especial del día, una postal en primera persona, un rato de esparcimiento, de tenis, de vida contemplativa, sugerir una canción para escuchar unas cuantas veces al día o un libro que leer en la orilla del mar. Y si me lo permites, compartirlo, como si estuvieras a mi lado, charlando con una caña o un café en la mano.

Intento, lo juro, sacarle a la vida el rico jugo de las cosas buenas con la sana intención de disfrutar del sol aunque llueva, o disfrutar de la lluvia fresca que dejar olor a tierra mojada aunque impere una insufrible ola de calor y humedad que nos lleve casi a la asfixia.

Es por eso que me propongo refugiarme en mis propias sensaciones internas y mirar de soslayo al exterior, aislándome de la machacona banda sonora que están tratando de imponernos con potentes altavoces para que no podamos escuchar ni ver lo que queremos. 

Desgraciadamente la situación no facilita un disfrute pleno de las modestas aficiones que uno tiene. Como siempre dije, hay que tratar de ser feliz con lo que uno tiene y no un desgraciado con lo que se desea.

Gozo de excelente salud y vivo en un entorno privilegiado. Con muy poco paso la vida y la disfruto junto a las personas que quiero y me quieren. Mi vida es sencilla y procuro alejarme de lo que la intoxica. Pero no siempre es sencillo conseguirlo.

Me despierto muy temprano y escucho muy próximos los primeros cantos de gallos de un corral no muy lejano. El motorino de un vecino  sale ruidosamente del garaje, cada mañana, antes de las seis y media. Escucho también las primeras noticias de la radio y lo hago con la cautela propia de quien sabe que le va a caer la primera bofetada, a mano abierta, del día.

Y así es, antes del primer café con leche y tostadas ya ha caído el primer palmetazo del día, que suele coincidir en concepto e intensidad con el último revés de la noche anterior.

Los peores datos mundiales en plena devastación sanitaria y económica y nos ponemos a repasar y retocar el viejo álbum de fotos de hace más de ochenta años y enseñaremos a los bisnietos de aquella guerra fraticida a pintar bigotes, sombreros y orejas de burro a los personajes retratados: revancha infantil y papeleta ocupacional. Claro, como no hay problemas graves que resolver va a resultar más gratificante (y probablemente más rentable políticamente) remover el rancio recuerdo de la miseria, hambrunas, cunetas y tapias de cementerio (hábitos y sotanas) de todos contra todos, secuestrando el dolor de los que lo padecieron, de los cuales la mayoría de los que sobreviven, se propusieron pasar página hace cuarenta años.

Sobrevuelan por encima de mí, como aves carroñeras, muchísimas bofetadas que, me temo, indefectiblemente irán cayendo en mis mejillas. Pero debe ser una inquietud íntima y personal. Se impone el silencio de los corderos, el no pasa nada. Tenemos Netflix en el salón y eso parece el bálsamo que todo lo cura.

En lo que el agua nos va cubriendo, escucha si quieres, este clásico de los ochenta

lunes, 14 de septiembre de 2020

DANA


El clima de cada día, de cada estación del año nos pinta el cielo  de una manera. Es habitual en cada temporada ver o cielos despejados de intenso o tenue azul o cielos abigarrados de variados y amenazantes nubarrones, según.

Se nos escapa el verano y en el arco mediterráneo, como versaba en estúpidos argumentos el vil y cursilón tito Luis, lo hace como casi cada año: con mucho ruido y más nueces. Tormentas eléctricas, lluvias copiosas y vientos huracanados. Las consecuencias, temidas por todos, son riadas, inundaciones, desprendimientos de tierras y cuantiosos y costosos daños materiales (y, desgraciadamente, alguna víctima mortal)

Entran con virulencia las nubes, desatan toda su potencia eléctrica y dibujan paisajes fantasmagóricos en un cielo nocturno de fosforescencia intermitente. Al rato, la explosión sonora y su reverberación postergada que hace difícil la ubicación del núcleo de la tormenta.

A eso -agua, viento, tormenta eléctrica, todo ello muy violento por momentos- le llaman ahora DANA, en ese afán por etiquetar y clasificar, según la gravedad, los fenómenos atmosféricos y climatológicos que, por otra parte, hemos padecido toda la vida. Antes era gota fría y dejaba sus efectos devastadores con similares consecuencias.

La DANA se coloca justo encima de Baleares
(Foto publicada en Última hora)

Las noches de tormenta el cielo se ilumina como si fuera de día y al cabo de un rato revienta en rugidos feroces, como palmetazos y crujidos descomunales. Donde habitan niños, el miedo se apodera de sus sueños y acaban refugiados en sábanas mayores, haciéndose inquilinos nocturnos de camas ajenas. 

Pasan las horas, llueve todo el día y a primera hora de la tarde se despeja el cielo y se calma el viento. Tomo la ruta de la playa y me reencuentro con un paraíso con muy pocos visitantes, solo los más friquis de la arena, las olas y del sol. Me llevo la recompensa y un café con hielo, complemento de lectura y música en mis auriculares (no reguetón, por supuesto)





Un joven gato negro remueve inquieto su cola y levanta sus inquietantes ojos verdes buscando respuesta a su temor y a su curiosidad, la que sospecha que puede matarle.


lunes, 7 de septiembre de 2020

La niña que quería ser Messi

Vivíamos, al parecer, por encima de nuestras posibilidades. Su nombre empezó a sonar para algunos mucho antes de que lo hiciera para la gran mayoría de futboleros y aparecía en algunos titulares de las secciones de fútbol base de la prensa deportiva de Barcelona. Alguna vez, el canal autonómico también se hacía eco de las diabluras que hacía en cada partido aquel chavalito menudo y melenudo. El balón y su pie izquierdo formaban un binomio indisoluble hasta que acababa el primero de ellos en el fondo de la portería, enmarañado en la red. Así cada partido.

El jugador fue creciendo (es un decir) y su voz, con el sonido de un pequeño regato, empezaba a dejarse oír en alguna esporádica entrevista, repleta de topicazos irreproducibles por el rubor  ajeno que representa intentar obtener muestras palpables de una inteligencia alternativa, más allá de las patadas al balón.

Un buen día, uno de los primeros entrenadores del club que se tomó en serio aquello de querer formar un equipo serio, ambicioso y competitivo -otro holandés, cómo no- le hizo debutar con el primer equipo. Y no decepcionó. Sus compañeros de orquesta en aquel equipo ya hacían presagiar grandes tardes y noches de fútbol. Con Ronaldinho y Etoó como astros y con una máquina en el centro del campo (Deco, Xavi, Márquez) y más tarde las incorporaciones de Iniesta, Busquets, Touré Yayá.... 

Han pasado casi diecisiete años y un somero vistazo a su palmarés personal y al del club, proporciona la información suficiente para asociar su figura a la del éxito y el triunfo. 

El reconocimiento de su talento y nuestro gozo, a nivel mundial, de sus goles, jugadas, gambeteos, regates, lanzamientos de faltas y otras habilidades arrancó ya en sus primeras temporadas en el primer equipo. Empezó a deslumbrar sin haber cumplido todavía los veinte años. Y justo toda esa fulgurante carrera ha coincidido con el nacimiento, niñez y adolescencia de mi hija Ana.

Los triunfos de la era Guardiola tienen, además, una banda sonora. Primero fue Coldplay y la felicidad contagiosa de su Viva la Vida que adoptó como himno motivador a sus jugadores. Era sonar esa canción en la radio, en el coche, en el móvil (como sonido de entrada de llamada) y Ana levantaba vuelo y convertía sus manos en una armoniosa danza de euforia. Asociaba la canción a éxitos futbolísticos del Barça y a goles de Messi. Más tarde ocurrió lo mismo con The Killers y su famoso Human. Gol, gol, gol y trofeos al canto.

¿Cómo no iba a idolatrar a Messi? Quería ver todos sus partidos, sentada a mi lado, sin entender mucho de tácticas ni de reglas del juego pero agitada y nerviosa sin comprender muy bien por qué perdía -cuando perdía- y  por qué no marcaba un gol -cuando no lo hacía-.

La camiseta (y una equipación completa comprada en Afganistán) que tiene del Barça llevan el número 10 a la espalda y el nombre de Messi.

La defección de Messi, aunque esperada, ha supuesto un trauma para muchos aficionados. No para Ana, ni tampoco para mí. Es, en cualquier caso, un puñetazo en todos los morros a ese presidente bobo que daba pases de pecho mirando al tendido, creyendo que el toro no embestiría porque había firmado un contrato comprometiéndose a no hacerlo. El fútbol es una cueva de felones y no hay nada más frágil que la felicidad que proporciona a los aficionados: cuando se pierden partidos, títulos o competiciones, por la desazón que provocan. Cuando los jugadores muestran su cara más miserable, por lo estúpido que se siente uno. 

Tantas tardes buenas, tantas excelentes noches y un burofax: todo en un parpadeo de ojos y en la vida de una adolescente. Todo ilusión. Todo es ya historia. A partir de ahora -¿se queda, si?- cada beso al escudo tiene un precio mayor. 



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Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...