lunes, 27 de julio de 2020

Mis imprescindibles

Desde las primeras semanas posteriores al arresto domiciliario total (que en mi caso fue a tiempo parcial porque pude seguir trabajando de manera presencial y porque por otra parte había que mantener la despensa con provisiones y visitar de vez en cuando el súper) plantamos una silla plegable junto a las olas. Sobre las rocas de una de las orillas de Santa Ponsa montamos nuestro salón de lectura. Allí empezamos a recuperar el tono vital que nos hizo pensar en lo afortunados que hemos sido con el reparto de duelos y castigos del covid-19, por el momento.

El leve oleaje ha acompañado la lectura de los sucesivos libros que han ido desfilando por ese pequeño rincón de una Mallorca (casi) vaciada. Muchas de las playas, desérticas; espigones de puertos deportivos, inusualmente inactivos y los muertos de los fondeos en las marinas, desocupados y flotando sin embarcación alguna amarrada. Una mar sin barcos, no es mar, es laguna, laguna seca y llorona. Casa sin huéspedes, columpios sin niños, cumpleaños sin velas.


Puerto de Cabrera. Sin barcos fondeados en junio de 2020

Escenario. El más repetido hasta ahora, ese rincón santaponsí,  nos ha acogido amablemente y se ha convertido en el primer imprescindible del verano. Aparcar el coche junto a la calita, hinchar la tabla de paddle surf con la que separarse un poco de la orilla para poder cabalgar despacio sobre los increíbles fondos turquesas de esa bahía a golpe de remo; dos por babor, dos por estribor, dejando una leve estela a popa. Dejarse llevar en el pequeño y familiar salón de lectura hasta que, a última hora, el sol cae sobre las lejanas colinas del horizonte lacando el cielo con un intenso color anaranjado...



Puesta de sol en Santa Ponsa

Fruta de verano. Las ciruelas: moradas y amarillas, a la espera de las verdes y dulces claudias de final de agosto. También, cómo no, nectarinas, piñas y sandías. Todas jugosas. Se impone libar sus zumos entre otras cosas para evitar que derramen fuera de la comisura de los labios siquiera una gota de ese elixir de verano. 

La radio. Los sábados por la mañana, ya sobre esas mismas rocas, Mundo Babel, siempre exquisito - a veces hasta la emoción y justificando que la mirada levante el vuelo sobre la página del libro. Por la tarde, Disco grande con horario doble. La primera hora repasando los éxitos de cada uno de aquellos veranos, los de los 80 que ya sonaban en mis oídos en las dunas de Doniños. 

La mesa. Con la generosa brisa que nos está acompañando casi todas las noches de este verano tan raro, un rosadito en su botellero, empañado por la condensación de la temperatura del agua y los bloques de hielo que lo envuelven hasta que , copita a copita, dibuja en el ambiente sonrisas de complicidad....que llegan, que llevan...

Otros veranos fueron los rodaballos, los lomos altos de ternera, las cazuelas de pescados con sus ajadas gallegas. Este año, mejorando desde los confines de la pandemia, el plato estrella -imprescindible en la mesa- el bacalao a la llauna (a mi manera) y en un montón de preparaciones más. Cuando el producto es bueno, cuesta mucho esfuerzo hacerlo mal.


Peccata minuta. En cualquier caso antes o después de comer, antes o despues de la playa, la vida al aire libre y con temperaturas moderadas, nos proporciona infinitas satisfacciones para compartir. Desde el siempre proceloso cruce de pelotas en la pista de tenis, hasta los lujosos atardeceres, pasando por un sencillo trampó de pimientos mallorquines y cebolla o una copita amable de rosado fresco a la luz de la luna.




Qué más podemos pedir. Son imprescindibles a partir de los cuales, cualquier cosa solamente nos mejora.


La música. Condenado a cadena perpetua revisable el jodido reguetón y todas sus nefastas secuelas (no entiendo cómo gusta en la misma medida a todas las tribus juveniles -todas, todas-) en el momento más mágico, el selector aleatorio del dispositivo musical hace sonar, entre otras excelentes canciones una versión en directo y reciente de Sara

Disfruta, si te dejan, de tus propios imprescindibles.

lunes, 20 de julio de 2020

Smile

Que me disculpen mis cinéfilos, que los hay y sobradamente autorizados entre los lectores habituales de este blog o, al menos, incluidos en el grupo de destinatarios a quienes va dirigido el correo que anuncia mi post semanal. Que me lean o no ya es cosa de cada cual, bajo su responsbilidad -ya sabrá lo que hace- porque siempre habrá cualquier prospecto farmacéutico o instrucciones de montaje de IKEA mucho más interesante de lo que vaya a decir ese tipo de Mallorca.

Es verano y las cenas en el balcón, con la fresca y en compañía familiar no interrumpen, cuando la ocasión lo merece, que la banda sonora de alguna película se siente junto a nosotros en la mesa como un comensal más (a ese que, en ocasiones, no se le hace mucho caso porque es un poco pesado). Así, hace unas semanas empezamos a ver Joker, de Todd Phillips e interpretado por Joaquin Phoenix, un poquito antes de la hora de cenar. Sin darle a la tecla del pause del mando a distancia, seguí escuchándola a través de la barra de sonido, desde la cocina. Ya sentados seguimos, de oídas y echando de vez en cuando algún vistazo, las correrías del siniestro personaje con el que merece la pena mantener las distancias sociales adecuadas. 

Es una película dura -casi salvaje- y muy triste la mente enferma del sonriente protagonista, ahogado por una infelicidad trágica y violenta.

En un momento dado, casi al final - cerrado colosalmente con el That's life cantado por Frank Sinatra- suena una versión de Smile que hasta ese momento no había escuchado nunca. Mi interés por esta canción -un clásico- se acentuó en pleno confinamiento escuchando una versión -quizá la más famosa - de Nat King Cole. Curioseando y como si fuera un juego, fuimos buscando nuevas versiones. Algunas, como la de, Judy Garland, Barbara Streisand, Gaby Moreno, Diana Ross, Mickael Jackson, llevan el sello personal del intérprete. Pero me quedo con dos: la de Jimmy Durante -la de la banda sonora de la película- y la especialmente elegante de Nat King Cole.

¿Sobre el fondo de la película, qué cabe decir? pues eso, a mal tiempo buena cara. Tratemos de sonreir, aunque haya nubes en el cielo, aunque nos duela el corazón, aunque la canción que quiere hacernos sonreir sea tan tristona. Sonríe a pesar de todo, sonríe siempre

lunes, 13 de julio de 2020

Vivir despacito

Durante el pasado confinamiento (esperemos no volver a él para no tener que ir enumerándolos sucesivamente, Dios no lo quiera) deberíamos haber aprendido muchas de las lecciones que nos aportaba la situación. Algunas, pocas creo, hemos aprendido. Otras las tenemos pendientes y redundando en mis deseos, espero que no nos caigan en la convocatoria especial de septiembre y nos quede convalidada con un aprendizaje basado, aunque sea solo por eso,  por el temor a no volver a pasar por lo mismo.

Una de las cosas que nos imponíamos individual o colectivamente era intentar recuperar el tiempo perdido y volver a disfrutar de los placeres mundanos -cada cual con arreglo a sus prioridades básicas en la vida-. Especialmente los primeros días de arresto domiciliario, la ansiedad por seguir relacionándonos con el exterior nos condujo a un abuso exhaustivo de los dispositivos electrónicos que nos proporcionaban la posibilidad de estar conectados con amigos y familiares. Pensábamos -ilusos- que superada esa situación una de las lecciones aprendidas sería la de vivir más y chatear menos. Gran equivocación.

Coincido plenamente con Padre Toni. Seguimos viviendo a toda prisa. Seguimos queriendo todo al momento. Mandamos un guasap y enseguida queremos la respuesta. No hemos acabado de darle a la flechita de envío y ya estamos deseando el doble click azul y que en el perfil de nuestro destinatario aparezca "escribiendo...."

Vivimos en modo bizum y en realidad deberíamos volver a la vieja y pequeña ventanilla del mostrador de transferencias donde el administrativo de caja estudiaba con detenimiento el cheque o talón, con el ceño fruncido estilo pabloacas desaparecía de nuestro campo visual, consultaba importe, firma, número de cuenta. Lo sellaba y a regañadientes, como si el dinero saliera de su propio bolsillo, extraía del cajón de la caja registradora uno a uno los billetes y monedas de la operación, asegurándose, llevándose la yema de su dedo índice a la punta de la lengua que no se le escapaba un solo billete de más.

Conclusión: no hemos aprendido nada. Seguimos viviendo conectados a una maquinita, con la cabeza (y nuestra mente) absolutamente sumergida en una pantallita que no cesa de parpadear y de emitir pitidos que impiden, además, mirar las cosas directamente, lo que nos rodea; sonreír sin pretexto, hablar y escuchar a las personas con las que convivimos, dejarnos acariciar por manos sensibles, sentir el tacto, notar en nuestra piel el baile próximo de los cabellos de nuestra pareja o de nuestros hijos, mecidos por una brisa en campo abierto, en la playa, tan próximos que nos hagan reflexionar si merece realmente la pena atender, en ese preciso instante una comunicación lejana, una noticia, un chascarrillo....un fake.

Quiero -lo voy a empezar a hacer el día menos pensado- desconectar mis datos y vivir en modo avión unas cuantas horas al día, especialmente aquellas en las que lo toca es apreciar cuanto me rodea y proporciona el pequeño placer de vivir despacito. Dejar de ver la vida por las fotografías que pueda mandarme alguien y hacerlo por mí mismo. Como dice mi amigo Marín P. llegar yo a donde quiera ir y sugerir a mis amigos que vayan por sí mismos y no por lo sugerente que pueda resultar una fotografía mía mandada por wpp. (que seguiré mandando , sí o sí)

De momento seguiré la reiterada recomendación persuasiva de la Dirección General de Tráfico que en las últimas semanas ha venido advirtiéndome con convincentes argumentos que vaya un poco más despacito y no a 109 km/h donde la limitación de velocidad está establecida en 100. Lo contrario sale caro de cojones. 

Así que, despacito



lunes, 6 de julio de 2020

El broker del Dow Jones

A pesar de lo visto ayer -un pequeño oasis en el desierto- a Messi, como a cualquier mortal, le ha caído encima, como una pesada losa, el confinamiento de la pandemia vírica. Al tiempo que por su aspecto personal va pareciéndose cada día más a un mediocre broker bursátil del Dow Jones, el sistema de juego del Barça va pareciéndose cada día más a una grotesca caricatura de lo que un día fue. Es fiel reflejo de la caída de los años, lo que lleva indefectiblemente a la inmisericorde decadencia. Culpa, sin duda, de una deficiente planificación deportiva y programación técnica descuidada por parte de la junta directiva, pero por encima de todo ello la falta de impermeabilidad de un club expuesto, si no impuesto, como líder de un movimiento social y político que, al final le está pasando factura.

La gran desafección que, pese a la historia y el reciente lustre de este club, está provocando en muchos de sus seguidores importa poco a la directiva y a una inmensa mayoría de sus socios. Nada parece importarles que los niños de otras ciudades prefieran la camiseta del eterno rival o que se imponga el forofismo por el equipo local -máxime cuando las masas sociales de muchos clubes de primera se dejan la garganta y el sudor desde el minuto cero de cada partido- (eso cuando los partidos se jugaban con público, te acuerdas?)

A Messi empieza a ocurrirle lo mismo que a esos seguidores decepcionados con la errática ruta del Barça, con sus fatales implicaciones en un proceso del cual el balance, hasta ahora, solo ha servido para alterar y agitar el ambiente de una comunidad autónoma con un potencial turístico, artístico, cultural y natural que ahora se empeñan en visibilizar, como dicen los catetos y los progres y hacerlo accesible al resto de ciudadanos españoles a los que, de la manera más suave que podemos decirlo, han menospreciado y en algunos casos hasta ofendido.

Se fue Guardiola, al  que en su momento la diosa fortuna  puso en su mano una varita mágica con la cual llegó a cuajar un equipazo. La agitaba sobre las categorías inferiores y los ratoncitos se convertían en purasangres preparados para ganar el Gran National o tirar de la carroza exitosa que permitía recorrer repetidas veces la ciudad condal, desde el Aeropuerto hasta la Plaza de San Jaime, exhibiendo cada temporada copas, ligas, champions, supercopas, etc..

Luego llegó el turno a los Puyol, Xavi, Iniesta y jamás hubo relevo. Dejaron vacía su taquilla del vestuario y se llevaron consigo el talento.

Ya solo nos queda algún gambeteo fugaz y alguna genialidad en el golpeo de balón por parte de  Messi en su desaceleración lógica por los años y auxiliada por la desafortunada aparición de técnicos que poco han demostrado conocer el juguete. 

Confío en que le queden algunas temporadas para que pueda seguir exhibiendo su magia pero en sus últimos partidos, posteriores al estado de alarma, ha mostrado una imagen muy alejada de su prodigioso talento y con un aspecto demasiado próximo a ese broker bursátil, entre las cotizaciones a la baja y el vaso de bourbon a palo seco....camino de la ruina y del olvido.

Siempre nos quedará YouTube y una caja de kleenex para añorar lo que pudimos disfrutar.

Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...