Se inundan los móviles con las fotos del guasap. Muchas de ellas son selfies simulando, tal vez, cierta espontaneidad; cara de sorpresa o de satisfacción, como si fueran emoticonos de carne y hueso, con el fondo azul de una bonita cala o en la mesa de un restaurante con un montón de golosas viandas o bien de sus restos, rodeadas por los culines de las copas de vino que las acompañaron y unas migas de pan sobre el mantel.
Se multiplican especialmente en verano y no hay ni mano ni mente inocente que hayan superado la irresistible tentación de querer compartir en sus grupos de chat el placer que aporta la bonita imagen de una playa, con sus olas, su brisita o su fondo de barcos, fondeados ante la línea del horizonte, pespunteando sus mástiles un cielo intensamente azul.
Yo el primero, exhibimos nuestro deseo de vivir todos esos placeres que, sin compartirlos en una foto con cuatro palabritas insinuantes, no parecen tan satisfactorios. De eso me acuso pero no siempre es vanidad, creo, sino el mero afán de demostrarnos y mostrar a nuestros amigos que sabemos apreciar la vida, que indicamos el camino. Nunca con el detestable ánimo de generar envidia, no qué va!!
Ocurre con cierta frecuencia. Enfocan al público de una acontecimiento deportivo y en lo que el tenista va a sacar o a pegar un lingotazo a la botellita de agua, un futbolista va a sacar un corner o un jugador de baloncesto va a lanzar un tiro libre, los espectadores disparan, una foto tras otra, con su móvil. A veces la imagen de la pantallita es mucho más lejana y fría que la mera observación del evento sin que entre el fotógrafo y lo fotografiado haya dispositivo alguno. ¿No nos estamos perdiendo algo? ¿Por conservar y poder mandar una imagen, no nos estamos privando del contacto visual directo? ¿Sustituye por un montón de megapíxeles la imagen de algo que nos gusta que debiéramos guardar en nuestra propia memoria, captada por la retina y enviada directamente al cerebro?
De vez en cuando, buscando una foto del pasado en alguno de las múltiples carpetas de archivos que conservo en el ordenador o en algún disco duro me planto ante el álbum familiar y empiezo a pasar, con cierta nostalgia que no es mi intención disimular, una a una las imágenes que conservo de un tiempo pasado. Curiosamente, de la inmensa mayoría de esas fotografías conservo el recuerdo intacto del momento preciso y circunstancias en que las hice. Es una cualidad de la memoria que no se da con la misma intensidad cuando me refiero a fotografías del móvil. Con la cámara fotográfica había que enfocar, medir la luz, acotar el campo, acercarse con el zoom....Con el móvil se dispara y punto. Luego se abre con el programa adecuado y se encuadra, se nivela, se ajusta la luz, el color y si, además, se dispone del photoshop…..ni te cuento.
Desde mi, todavía no abandonada, residencia oficial de verano, desde mi orilla, en estos últimos días de estación, con muy poca gente ya en la playa y ayudados por una tenue luz de atardecer, unas jóvenes se retratan recíprocamente y tras cada fotografía toman e intercambian entre sí sus móviles, teclean y, muy probablemente, manipulan sus posados. Levantan un pie, ladean sus cabezas, coquetean con un sonrisa fatua y diseñan un fondo azul desprovisto de imperfecciones. Es la foto del verano, su imagen del perfil del guasap.
Ocurre con cierta frecuencia. Enfocan al público de una acontecimiento deportivo y en lo que el tenista va a sacar o a pegar un lingotazo a la botellita de agua, un futbolista va a sacar un corner o un jugador de baloncesto va a lanzar un tiro libre, los espectadores disparan, una foto tras otra, con su móvil. A veces la imagen de la pantallita es mucho más lejana y fría que la mera observación del evento sin que entre el fotógrafo y lo fotografiado haya dispositivo alguno. ¿No nos estamos perdiendo algo? ¿Por conservar y poder mandar una imagen, no nos estamos privando del contacto visual directo? ¿Sustituye por un montón de megapíxeles la imagen de algo que nos gusta que debiéramos guardar en nuestra propia memoria, captada por la retina y enviada directamente al cerebro?
De vez en cuando, buscando una foto del pasado en alguno de las múltiples carpetas de archivos que conservo en el ordenador o en algún disco duro me planto ante el álbum familiar y empiezo a pasar, con cierta nostalgia que no es mi intención disimular, una a una las imágenes que conservo de un tiempo pasado. Curiosamente, de la inmensa mayoría de esas fotografías conservo el recuerdo intacto del momento preciso y circunstancias en que las hice. Es una cualidad de la memoria que no se da con la misma intensidad cuando me refiero a fotografías del móvil. Con la cámara fotográfica había que enfocar, medir la luz, acotar el campo, acercarse con el zoom....Con el móvil se dispara y punto. Luego se abre con el programa adecuado y se encuadra, se nivela, se ajusta la luz, el color y si, además, se dispone del photoshop…..ni te cuento.
Desde mi, todavía no abandonada, residencia oficial de verano, desde mi orilla, en estos últimos días de estación, con muy poca gente ya en la playa y ayudados por una tenue luz de atardecer, unas jóvenes se retratan recíprocamente y tras cada fotografía toman e intercambian entre sí sus móviles, teclean y, muy probablemente, manipulan sus posados. Levantan un pie, ladean sus cabezas, coquetean con un sonrisa fatua y diseñan un fondo azul desprovisto de imperfecciones. Es la foto del verano, su imagen del perfil del guasap.
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