La efímera belleza de las jacarandas tiñe de morado las primeras tardes de junio y anuncian la inminente llegada del verano. Ojalá la fugacidad con la que muda, primero en verde, fuera similar para la ola de aquel tono que tanto ha contaminado nuestra actualidad durante los últimos años y que tanto ha enriquecido a algunos personajes en su acceso y permanencia en muchas de nuestras instituciones públicas. Y ahí vuelvo a dejarlo.
Ya he empezado a tomar posiciones avanzadas en mi orilla mediterránea. Entre semana, alguna tarde y el pasado sábado, después de mi encuentro semanal, red por medio, con Willy R. en nuestra philippechatrier. Son los primeros chapuzones de la nueva temporada, ya con bar, pero rodeados de pandillas juveniles excesivamente ruidosas. Aquí cada cual lleva su espotifai conectado en blutuz al altavoz y es un guirigay insufrible, salvo que, como ellos, encadenes un canuto tras otro interrumpido apenas por un lingotazo a la batellona. Y ojo: no es cerveza. Neveras, refrescos y botellas con etiqueta roja..... A las siete de la tarde todavía retumbaban seis o siete altavoces con los indecentes ritmos de reguetón. No es solamente la música, es ese aire mugriento e insolente de sus hábitos, de su estilo, de sus complementos, de la manera en que se hablan (gritan) entre sí....
Vuelvo a mi noble y optimista rival de los sábados, Willy R. Consternados por el preocupante pronóstico de un joven amigo común le ha prometido ayudarle con lo que mejor sabe hacer y en esos males cuenta, desgraciadamente, con una dilatada experiencia, y pese a cierto escepticismo religioso del paciente le ha espetado: "tú, al médico y a las medicinas y yo a lo mio que es rezar mucho por ti. Hay que trabajar en todos los barrios." Bravo. Comparto terapia.
Llego justito a la sobremesa del domingo con el último tenedor en el estómago de un sorprendente y exquisito arroz de pulpo y sobrasada de mi cuñado Felipe. Me acomodo en la butaca y me entregó al gozo de lo que prometía ser un atractivo duelo de tenis. Y respondiendo a esa expectación, la inmensa mayoría de los españoles hemos vuelto a disfrutar de la mejor versión de Rafa Nadal. No es su técnica, ni su raqueta, ni sus golpes: es su cabeza y su aplastante dominio emocional, su control absoluto del ritmo de juego, su capacidad para alternar en un mismo intercambio tres golpes diferentes hacia el revés de su rival. Un golpe profundo, una bola alta y un golpe cortado (puro veneno) que desquicia y que impulsa a golpear a un brillantísimo Thiem con tal fuerza que la bola se le va al pasillo. Caen los juegos uno tras otro y el semblante de Nadal no se altera. Que se rían de sus tics -pura concentración- de sus botellitas, incluso del pellizco al slip, de lo que quieran. Pero ya lleva doce tardes de junio iluminando Paris con su imagen triunfadora.
Volver a mezclar la bandera de España con el rostro de Nadal mientras suena el himno nacional es la mejor manera de eclipsar ese morado no tan fugaz como el bello y breve velo de las jacarandas y que amenaza con resistir y perpetuarse. Nefasto.
Vuelvo a mi noble y optimista rival de los sábados, Willy R. Consternados por el preocupante pronóstico de un joven amigo común le ha prometido ayudarle con lo que mejor sabe hacer y en esos males cuenta, desgraciadamente, con una dilatada experiencia, y pese a cierto escepticismo religioso del paciente le ha espetado: "tú, al médico y a las medicinas y yo a lo mio que es rezar mucho por ti. Hay que trabajar en todos los barrios." Bravo. Comparto terapia.
Llego justito a la sobremesa del domingo con el último tenedor en el estómago de un sorprendente y exquisito arroz de pulpo y sobrasada de mi cuñado Felipe. Me acomodo en la butaca y me entregó al gozo de lo que prometía ser un atractivo duelo de tenis. Y respondiendo a esa expectación, la inmensa mayoría de los españoles hemos vuelto a disfrutar de la mejor versión de Rafa Nadal. No es su técnica, ni su raqueta, ni sus golpes: es su cabeza y su aplastante dominio emocional, su control absoluto del ritmo de juego, su capacidad para alternar en un mismo intercambio tres golpes diferentes hacia el revés de su rival. Un golpe profundo, una bola alta y un golpe cortado (puro veneno) que desquicia y que impulsa a golpear a un brillantísimo Thiem con tal fuerza que la bola se le va al pasillo. Caen los juegos uno tras otro y el semblante de Nadal no se altera. Que se rían de sus tics -pura concentración- de sus botellitas, incluso del pellizco al slip, de lo que quieran. Pero ya lleva doce tardes de junio iluminando Paris con su imagen triunfadora.
Volver a mezclar la bandera de España con el rostro de Nadal mientras suena el himno nacional es la mejor manera de eclipsar ese morado no tan fugaz como el bello y breve velo de las jacarandas y que amenaza con resistir y perpetuarse. Nefasto.
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