No se da uno cuenta de lo rápido que pasa el tiempo hasta que se topa con una foto o un video de una vieja leyenda de la música o del cine al que en un momento determinado, mucho tiempo atrás, le perdimos de vista. Y claro, como diariamente nos vemos a nosotros mismos frente al espejo, bien al cepillarnos los dientes y arreglarnos el pescuezo unos o al gestionar la belleza de las huellas de expresión otras, no percibimos el leve deterioro de nuestra propia imagen personal. Mi espejito me devuelve la imagen de un rostro y un cuerpo atrapados por el paso de un tiempo que corre, vuela indefectiblemente hacia una sólida e irreversible madurez, sin remedio salvo que escupiera mi estupidez sobre esa imagen a través de una absurda cirugía estética que borrara de un brochazo el elegante encanto de la decadencia.
En la fresca lozanía de mi último verano ferrolano, año 89, a la mínima ocasión que se diera, tiraba millas y, echando virutas en mi veterano Escort, volaba hasta las dunas de Doniños. En el radiocassette, una de los discos que más escuchaba era el Disintegration, de The Cure. Las notas de sus canciones, entre punkis y góticas, se precipitaban sobre cada curva de la carretera bajo la espesa sombra de los eucaliptos que emergían del inmenso océano de helechos salvajes y hortensias. La humedad del aire hacía el resto y cuando un denso frente nuboso atlántico se empeñaba en engullir la playa, el escenario quedaba impregnado de una borrosa y siniestra sensación de soledad. Me encantaba entonces llegar hasta el final del parking, asomar el morro del Ford sobre la arena, junto al puesto de los socorristas y quedarme contemplando, yo solo ante aquella inmensidad, como las olas agitaban la orilla esparciendo una vistosa espuma verdosa, mezcla de arena, salitre y algas.
La imagen de entonces de Robert Smith, con su pelo encrespado como una colonia de arañas y maquillados en negro sus ojos y labios, era fuertemente impactante y junto con su música y voz, entre desganada y cadenciosa, representaban el icono de una de las múltiples tribus urbanas que procedentes del Reino Unido tuvieron buena acogida en muchas ciudades españoles y Ferrol no fue una excepción. Algunos góticos se veían a veces por el barrio de Inferniño -descartando que no fuera una pandilla de walking deads afincados en Catabois- y en alguno de los bares de la calle Magdalena. Yo, de aquella, ni iba vestido de negro ni mucho menos con el pelo encrespado, muy al contrario: cogote militar, pero me gustaba mucho esa música, curiosamente.
Recientemente ha caído en mi teléfono uno de esos videos de youtube consistente en un concierto de The Cure, en el Opera House de Sidney, dedicado precisamente a aquel disco de 1989. Envuelto en ese ambiente entre siniestro y gótico y siempre con el sello propio del grupo, aparece un Robert Smith sexagenario rodeado de alguno de los pocos supervivientes de la vieja banda. Es incuestionable el rastro que ha dejado el paso de los años en el aspecto físico pese a que su voz y talento musical permanecen inalterables. Menos mal. En lo físico podría pasar por la vecina del quinto, una mañana mala en que se le hubieran pegado las sábanas y no le hubiera dado tiempo a pasar frente a su espejo antes de bajar a comprar el pan.
En cualquier caso el sonido me ha bastado para que pudiera trasladarme mentalmente, una vez más, a la carretera de Doniños Antes de alcanzar las dunas intentare pasar por El Cruce y pediré un bocadillo de pan de bolla con jamón y queso del país. Qué rico!
https://www.youtube.com/watch?v=ijxk-fgcg7c https://youtu.be/z9uSPf9WDbw
En la fresca lozanía de mi último verano ferrolano, año 89, a la mínima ocasión que se diera, tiraba millas y, echando virutas en mi veterano Escort, volaba hasta las dunas de Doniños. En el radiocassette, una de los discos que más escuchaba era el Disintegration, de The Cure. Las notas de sus canciones, entre punkis y góticas, se precipitaban sobre cada curva de la carretera bajo la espesa sombra de los eucaliptos que emergían del inmenso océano de helechos salvajes y hortensias. La humedad del aire hacía el resto y cuando un denso frente nuboso atlántico se empeñaba en engullir la playa, el escenario quedaba impregnado de una borrosa y siniestra sensación de soledad. Me encantaba entonces llegar hasta el final del parking, asomar el morro del Ford sobre la arena, junto al puesto de los socorristas y quedarme contemplando, yo solo ante aquella inmensidad, como las olas agitaban la orilla esparciendo una vistosa espuma verdosa, mezcla de arena, salitre y algas.
La imagen de entonces de Robert Smith, con su pelo encrespado como una colonia de arañas y maquillados en negro sus ojos y labios, era fuertemente impactante y junto con su música y voz, entre desganada y cadenciosa, representaban el icono de una de las múltiples tribus urbanas que procedentes del Reino Unido tuvieron buena acogida en muchas ciudades españoles y Ferrol no fue una excepción. Algunos góticos se veían a veces por el barrio de Inferniño -descartando que no fuera una pandilla de walking deads afincados en Catabois- y en alguno de los bares de la calle Magdalena. Yo, de aquella, ni iba vestido de negro ni mucho menos con el pelo encrespado, muy al contrario: cogote militar, pero me gustaba mucho esa música, curiosamente.
Recientemente ha caído en mi teléfono uno de esos videos de youtube consistente en un concierto de The Cure, en el Opera House de Sidney, dedicado precisamente a aquel disco de 1989. Envuelto en ese ambiente entre siniestro y gótico y siempre con el sello propio del grupo, aparece un Robert Smith sexagenario rodeado de alguno de los pocos supervivientes de la vieja banda. Es incuestionable el rastro que ha dejado el paso de los años en el aspecto físico pese a que su voz y talento musical permanecen inalterables. Menos mal. En lo físico podría pasar por la vecina del quinto, una mañana mala en que se le hubieran pegado las sábanas y no le hubiera dado tiempo a pasar frente a su espejo antes de bajar a comprar el pan.
En cualquier caso el sonido me ha bastado para que pudiera trasladarme mentalmente, una vez más, a la carretera de Doniños Antes de alcanzar las dunas intentare pasar por El Cruce y pediré un bocadillo de pan de bolla con jamón y queso del país. Qué rico!
https://www.youtube.com/watch?v=ijxk-fgcg7c https://youtu.be/z9uSPf9WDbw
No hay comentarios:
Publicar un comentario