lunes, 24 de junio de 2019

Un día de estos....

Un día de estos, de madrugada, las golondrinas anidarán bajo mi almohada. No acaba de apuntar el alba y sus alocados trinos estallan al otro lado de la ventana, mucho antes de que Herrera se incorpore al micrófono de la Cope. Yo las escucho entre sueños, con la leve sensación de placer que me proporciona estar convencido de que no será el ronco sonido del despertador el que me aparte de mi película de cada noche. Soy yo, mi mano, la que con cotidiana parsimonia lo tomo con sigilo unos minutos antes de que pueda ratificar el cumplimiento de su misión diaria.

Uno está agarrado a sus sueños pero la vida suele tomar caminos distintos. No me pesa ni siquiera moralmente, no me frustra y trato de ser feliz en cada momento. Y sería muy injusto pensar que la vida no es maravillosa cuando sabemos de tanta gente que no pasa por sus mejores momentos. Con muy poquito se puede ser muy feliz, no cuesta tanto.

Los jóvenes cachorros preuniversitarios mallorquines toman Ciudadela como premio de fin de curso y de ciclo. Les espera a la mayoría un nuevo camino. No se me ocurre que puedan iniciar de otra manera el que probablemente sea el mejor verano de sus vidas que con una fiesta como esta. Prudencia, jovencitos. 

Un par de bañadores, dos camisetas y unas chancletas. Es todo lo que he necesitado para tomarme un lujoso pero a la vez modesto fin de semana en el Puerto de Sóller. Y un par de libros a los que al final no he prestado mucha atención porque cuesta apartar la vista de este entorno paradisíaco y si, además, la excelente generosidad de Marga y Javier te obsequia con una excursión marítima hasta Sa Costera y al final de una relajada y prolongada sobremesa gastronómica te sorprende la puesta de sol antes de que las llamas de San Juan abrasen las primeras sardinas... 

No hemos saltado hogueras ni encendido ni tirado petardos - ya no son años- pero hemos participado de la noche de verbena sobre el Puerto, "terraceando". Primer fin de semana de verano. No puede empezar mejor.

Feliz verano a todos. Prudencia, jovencitos. La vida tiene que ser larga.




lunes, 17 de junio de 2019

Corre, vuela la vida.

No se da uno cuenta de lo rápido que pasa el tiempo hasta que se topa con una foto o un video de una vieja leyenda de la música o del cine al que en un momento determinado, mucho tiempo atrás, le perdimos de vista. Y claro, como diariamente nos vemos a nosotros mismos frente al espejo, bien al cepillarnos los dientes y arreglarnos el pescuezo unos o al gestionar la belleza de las huellas de expresión otras, no percibimos el leve deterioro de nuestra propia imagen personal. Mi espejito me devuelve la imagen de un rostro y un cuerpo atrapados por el paso de un tiempo que corre, vuela indefectiblemente hacia una sólida  e irreversible madurez, sin remedio salvo que escupiera mi estupidez sobre esa imagen a través de una absurda cirugía estética que borrara de un brochazo el elegante encanto de la decadencia.

En la fresca lozanía de mi último verano ferrolano, año 89, a la mínima ocasión que se diera, tiraba millas y, echando virutas en mi veterano Escort, volaba hasta las dunas de Doniños. En el radiocassette, una de los discos que más escuchaba era el Disintegration, de The Cure. Las notas de sus canciones, entre punkis y góticas, se precipitaban sobre cada curva de la carretera bajo la espesa sombra de los eucaliptos que emergían del inmenso océano de helechos salvajes y hortensias. La humedad del aire hacía el resto y  cuando un denso frente nuboso atlántico se empeñaba en engullir la playa, el escenario quedaba impregnado de una borrosa y siniestra sensación de soledad. Me encantaba entonces llegar hasta el final del parking, asomar el morro del Ford sobre la arena, junto al puesto de los socorristas y quedarme contemplando, yo solo ante aquella inmensidad, como las olas agitaban la orilla esparciendo una vistosa espuma verdosa, mezcla de arena, salitre y algas.

La imagen de entonces de Robert Smith, con su pelo encrespado como una colonia de arañas y maquillados en negro sus ojos y labios, era fuertemente impactante y junto con su música y voz, entre desganada y cadenciosa, representaban el icono de una de las múltiples tribus urbanas que procedentes del Reino Unido tuvieron buena acogida en muchas ciudades españoles y Ferrol no fue una excepción. Algunos góticos se veían a veces por el barrio de Inferniño -descartando que no fuera una pandilla de walking deads afincados en Catabois- y en alguno de los bares de la calle Magdalena.  Yo, de aquella, ni iba  vestido de negro ni mucho menos con el pelo encrespado, muy al contrario: cogote militar, pero me gustaba mucho esa música, curiosamente.

Recientemente ha caído en mi teléfono uno de esos videos de youtube consistente en un concierto de The Cure, en el Opera House de Sidney, dedicado precisamente a aquel disco de 1989. Envuelto en ese ambiente entre siniestro y gótico y siempre con el sello propio del grupo, aparece un Robert Smith sexagenario rodeado de alguno de los pocos supervivientes de la vieja banda. Es incuestionable el rastro que ha dejado el paso de los años en el aspecto físico pese a que su voz y talento musical permanecen inalterables. Menos mal. En lo físico podría pasar por la vecina del quinto, una mañana mala en que se le hubieran pegado las sábanas y no le hubiera dado tiempo a pasar frente a su espejo antes de bajar a comprar el pan. 

En cualquier caso el sonido me ha bastado para que pudiera trasladarme mentalmente, una vez más, a la carretera de Doniños Antes de alcanzar las dunas intentare pasar por  El Cruce y pediré un bocadillo de pan de bolla con jamón y queso del país. Qué rico! 


https://www.youtube.com/watch?v=ijxk-fgcg7c https://youtu.be/z9uSPf9WDbw








lunes, 10 de junio de 2019

Jacarandas en flor

La efímera belleza de las jacarandas tiñe de morado las primeras tardes de junio y anuncian la inminente llegada del verano. Ojalá la fugacidad con la que muda, primero en verde, fuera similar para la ola de aquel tono que tanto ha contaminado nuestra actualidad durante los últimos años y que tanto ha enriquecido a algunos personajes en su acceso y permanencia en muchas de nuestras instituciones públicas. Y ahí vuelvo a dejarlo.

Ya he empezado a tomar posiciones avanzadas en mi orilla mediterránea. Entre semana, alguna tarde y el pasado sábado, después de mi encuentro semanal, red por medio, con Willy R. en nuestra philippechatrier. Son los primeros chapuzones de la nueva temporada, ya con bar, pero rodeados de pandillas juveniles excesivamente ruidosas. Aquí cada cual lleva su espotifai conectado en blutuz al altavoz y es un guirigay insufrible, salvo que, como ellos, encadenes un canuto tras otro interrumpido apenas por un lingotazo a la batellona. Y ojo: no es cerveza. Neveras, refrescos y botellas con etiqueta roja..... A las siete de la tarde todavía retumbaban seis o siete altavoces con los indecentes ritmos de reguetón. No es solamente la música, es ese aire mugriento e insolente de sus hábitos, de su estilo, de sus complementos, de la manera en que se hablan (gritan) entre sí....

Vuelvo a mi noble y optimista rival de los sábados, Willy R. Consternados por el preocupante pronóstico de un joven amigo común le ha prometido ayudarle con lo que mejor sabe hacer y en esos males cuenta, desgraciadamente, con una dilatada experiencia, y pese a cierto escepticismo religioso del paciente le ha espetado: "tú, al médico y a las medicinas y yo a lo mio que es rezar mucho por ti. Hay que trabajar en todos los barrios." Bravo. Comparto terapia.

Llego justito a la sobremesa del domingo con el último tenedor en el estómago de un sorprendente y exquisito arroz de pulpo y sobrasada de mi cuñado Felipe. Me acomodo en la butaca y me entregó al gozo de lo que prometía ser un atractivo duelo de tenis. Y respondiendo a esa expectación, la inmensa mayoría de los españoles hemos vuelto a disfrutar de la mejor versión de Rafa Nadal. No es su técnica, ni su raqueta, ni sus golpes: es su cabeza y su aplastante dominio emocional, su control absoluto del ritmo de juego, su capacidad para alternar en un mismo intercambio tres golpes diferentes hacia el revés de su rival. Un golpe profundo, una bola alta y un golpe cortado (puro veneno) que desquicia y que impulsa a golpear  a un brillantísimo Thiem con tal fuerza que la bola se le va al pasillo. Caen los juegos uno tras otro y el semblante de Nadal no se altera. Que se rían de sus tics -pura concentración- de sus botellitas, incluso del pellizco al slip, de lo que quieran. Pero ya lleva doce tardes de junio iluminando Paris con su imagen triunfadora.

Volver a mezclar la bandera de España con el rostro de Nadal mientras suena el himno nacional es la mejor manera de eclipsar ese morado no tan fugaz como el bello y breve velo de las jacarandas y que amenaza con resistir y perpetuarse. Nefasto.



lunes, 3 de junio de 2019

Hormigas y cigarras; estudiantes y alumnos.

Esperaba turno para entrar en mi "philippe-chatrier". El sol de media tarde caía inclemente sobre la escasa y polvorienta arcilla de una de las pistas de tierra de mi club. Se me ocurren mil maldiciones para quienes con su falta de competencia contribuyen al despilfarro del patrimonio deportivo de la Institución. Lamantablemente de poco o nada sirve quejarse y reclamar.  Tengo sobrada experiencia en eso. La degradación es imparable. Ahí lo dejo. 

Junto a mi raquetero, en la punta de mis zapatillas, una interminable fila de hacendosas hormigas van y vuelven ordenadamente desde confines invisibles hasta el agujerito del suelo donde encierran y custodian sus cargas y capturas. Las observo con admirada envidia y me viene a la cabeza la familiar fábula de Esopo o de La Fontaine -qué más da- con la que en su momento crecimos y fuimos instruidos. Preferiría, a estas alturas de mi vida, sentirme más cigarra que hormiga, dispuesto al placer inmediato, pese a que todavía me quedan años de seguir tratando de seguir la fila con la carga a cuestas y mantener el espíritu rutinario y espartano de las aburridas hormigas, con el incierto gozo de un placer que tal vez nunca les llegue. (entre otras cosas porque siempre puede aparecer un cabrón que pisotee la fila)

No obstante lo que yo busque y prefiera para mí, no debo descuidar el hecho de que, al fin y al cabo, mantengo y vivo en un hormiguero y he de predicar con el ejemplo. Aunque se acerca el tiempo de vivir en modo cabrio y tensiones cero (arenitas en los pies), aún queda el último esfuerzo; junio se vuelve exigente para las cigarras que deben dejar la guitarra en una esquina, "dejar de huir de la realidad y de buscar soluciones mágicas o esotéricas", como dijo muy acertadamente ayer Padre Toni ("no hagáis coincidir dos fecha un mismo día: primera y última Comunión"). Colosal. 

Jamás fui estudiante-hormiga, sino más bien cigarra-alumno que llegado el momento de ajustar esfuerzos y salvar los muebles trataba de sacar el máximo rendimiento al tiempo del que disponía. Teniendo en cuenta eso y que además, ya trabajaba mis cuarenta horas a la semana, no me fue muy mal, he de decir, pero me habría convenido mucho más arrimarme al hormiguero y olvidarme de las mucho más divertidas rondas hasta el amanecer, aquellos años de Derecho y Up&Down y de curvas hasta el Merbellé. 

Es ahora que parece que llevemos la vida de las estúpidas hormigas y, visto el panorama, no sé si sería más llevadero dejarse envolver por un humo denso y azul y pedirle prestada la guitarra a la cigarra. 

https://www.youtube.com/watch?v=YoDh_gHDvkk

Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...